martes, 16 de julio de 2019

Ironman Austria 2019

Escribí esta crónica en mi cabeza antes de acabar la carrera. De hecho, tuve mucho tiempo para hacerlo. Casi seis y horas y media para pensar son muchas horas. Y cuando el cuerpo te duele a cada paso, cuando cada adoquín se te clava desde el talón hasta el hombro, necesitas pensar en algo para distraerte. Pensaba en frases enteras, párrafos completos, de la primera a la última letra. Iba a ser algo así...

"Crónica de mi cuarto (y último) Ironman". Que también podría titularse "Una carrera que no debería haber sido". Lo tenía todo tan claro. Cada razonamiento, cada pensamiento. Había sido un error apuntarme al IM, lo veía con total certeza. Después de dos primeras carreras, Niza y Maastricht, terminadas con más pena que gloria, con mucho sufrimiento y poco disfrute, en Vitoria en el año 2016 hice la carrera de mi vida. Todo salió bien. Baje casi tres horas a mis tiempos anteriores, acabé el maratón corriendo de principio a fin y acabé entero, disfrutando (dentro de lo cabe). No necesitaba hacer otro. Podía haberlo dejado ahí, con ese buen sabor de boca.

Pero no lo hice. Después de dos años casi sin entrenar me empeñe en hacer otro IM. Error. No era necesario. No me hacía falta. No me convenía.

La dueña que nos alquiló la casa en la que estuvimos en Klagenfurt me preguntó el día que llegamos, "y tú, ¿por qué haces esto?". Debo reconocer que no supe qué contestar. Así que yo también empecé a preguntármelo, ¿por qué hago esto? No encontré respuesta. No sé por qué lo hago. La primera vez sí sé por qué lo hice. Me atraía la idea, me llamaba la atención, me ilusionaba ser Ironman. La segunda vez quise volver a probarme, y salió peor que la primera. Lo normal habría sido dejarlo ahí. Pero me di una tercera vez para demostrar que podía salir bien. Y salió mejor que bien, doce horas, mejor que en el más optimista de mis sueños. Ese era el final. Ese debía haber sido el final.

No soy un buen triatleta. Ni uno mediocre, siquiera. Nado fatal. En bici medio me defiendo si la carretera es llana, pero subiendo me clavo irremisiblemente. Y corriendo difícilmente puedo pasar de lo que casi para cualquiera es un ritmo de calentamiento. ¡Si ni siquiera las transiciones las hago deprisa! Así que haber hecho 12 horas y 53 minutos debería haber sido suficiente recompensa para haberme conformado con eso. Pero no.

En cualquier caso, vamos con la crónica, que es a lo que hemos venido.


El despertador tenía que sonar a las 4.00 AM, pero a las 3.58 ya estaba despierto. Desayuno, últimos ajustes de la comida y bebida que tenía que llevarme y a las 4.30 salgo hacia la zona de boxes. Unas vueltas por allí para relajar la tensión, preparación de bolsa de carrera, de bolsa de bici, y hacia la salida de la natación con Fran Vicente, el otro triatleta de Elche con el que coincidí y que hizo un tiempazo de 11 horas (¡enhorabuena, Fran!). La primera mala noticia, se confirma que se nada sin neopreno. El agua está a 25.5º, muy por encima de la temperatura en que se permite el  neopreno. A los que nadamos tan mal como yo el traje de neopreno, que sirve para protegerte del frío, nos ayuda mucho, porque nos permite flotar más y, con ello, avanzar más deprisa. Así que ya asumía que partía con 10-15 minutos más de lo que preveía hacer si hubiera podido ponerme el neopreno.

La salida es roll start, a partir de las 6.40 salimos de 4 en 4, cada 5 segundos. Esto quita espectacularidad a la salida (ver salir a los 3500 que participamos en Niza al mismo tiempo es una preciosidad), pero da más seguridad, evita golpes, aglomeraciones...El caso es que salí a las 7.38. Llevaba desde las 6 preparado para empezar. La espera se hace eterna.


El circuito eran 1200 metros de ida, 400 tras un giro a la izquierda en 90º, y vuelta otros 1200 metros después de un nuevo giro a la izquierda en 90º, para embocar en un canal en el que nadamos los últimos 1000 metros. La ida y hasta el segundo giro bien. Por cierto, se nada en un lago respecto al que decir que es espectacular es quedarse muy corto. Diecisiete kilómetros de largo, calculo que dos de ancho en la zona de más amplitud, rodeado de montañas... Si tenéis curiosidad, buscad lago Worthersee. Una delicia.

A partir de ahí, problemas. El primero es que al nadar de vuelta hacia el punto de partida el sol ya no lo tienes a la espalda, sino de frente, con lo que te da directamente en los ojos, lo que hace que sea muy difícil ver nada, más aún con las gafas que ya llevas empañadas. Hay muchas boyas, y voluntarios en paddle, que hacen que, si los ves, sea fácil no perder la línea. A la vuelta no veía absolutamente nada y fui haciendo eses.  Y no solo yo, lo que antes era una línea continua de nadadores ahora es una auténtica desbandada.


El segundo es que me dieron un golpe en el gps (que sirve para marcar los pasos por los puntos de control y acreditar que has pasado por ellos), que llevo cogido con un velcro al tobillo. Lo noto suelto, pienso que se me va a caer y me tengo que parar a comprobar que no estoy a punto de perderlo. Aunque lo llevaba, la psicosis de perderlo no me abandona y cada dos por tres me tengo que parar a comprobar que está. Me descentro, pierdo el ritmo...

Cuando llego al canal me paro gracias a que hago pie en la orilla y lo ajusto bien, y nado los que creo que fueron mis metros más rápidos. Al final, salgo al agua en 1h 38'. Primera decepción. Esperaba hacer cerca de 1h 20' en mis cálculos más optimistas, y no pasar en cualquier caso de 1h 25. En Vitoria hice 1h 27' y este año he nadado tres veces más. Sé que no llevar neopreno me penalizó, pero sinceramente me decepcionó cuando vi el reloj. Tantas horas de natación para no mejorar el tiempo.



A partir de ahí, transición larguísima hasta coger la bici, alargada aún más por un paso por los urinarios. Más de diez minutos. Pero por fin cogimos la bici. Le tenía mucha ilusión a la bici (también a la carrera a pie, sentía que estaba más fuerte que nunca). Salgo con ganas y, ayudado por un circuito que empieza llaneando, me puedo acoplar y rodar cerca de los 30 km/h de media, siempre sin pasarme de las pulsaciones que tenía que cumplir. Llevaba una hora, casi 30 kms, y no había subido de las 120 pulsaciones por minuto. Esto marchaba.


Como podéis comprobar, el perfil no es llano ni mucho menos, son 1500 metros de desnivel en total. Pero la verdad es que en todo momento tienes la sensación de que bajas más de lo que subes. Las subidas son cortas, sin desniveles muy importantes (salvo al final, en un par de repechos), mientras que las bajadas son largas, picando suavemente hacia abajo. Un recorrido que te permite acoplarte y rodar con buenos desarrollos. El recorrido son dos vueltas diferentes, una de 93 y otra de 87 kilómetros, que se cruzan en la salida. Cuando pasé por la linea de meta para empezar la segunda vuelta seguía rodando a 29 km/h de media y no pasaba de las 125 pulsaciones. Aun brillaba el sol (literal y metafóricamente). Todo controlado.

Los primeros 30 kilómetros de la segunda vuelta se recorren al lado del lago, con unas vistas preciosas, en un terreno con ligeros sube y baja, pero fundamentalmente llano, y en el que se puede mantener un buen ritmo. A pesar de que tuve que parar a orinar, seguí cómodo, incluso subí un poco la velocidad. A los 120 kilómetros el reloj me marcaba 29,3 km/h de media, sin pasar nunca de las 130 pulsaciones. En ese momento, calculé, estaba cerca de llevar la mitad de la carrera. Más quisiera yo.

Me crucé con una triatleta de Sevilla, Inmaculada, con la que fui hablando un rato, hasta que de repente empezó a chispear. La mañana había amanecido radiante. El día anterior había sido muy, muy caluroso, y se esperaba más calor para el domingo. Ningún problema. A beber mucho y a disfrutar del calorcito, que es lo que más me gusta. Sin embargo, el cielo empezó a cubrirse, se puso negro y el viento empezó a soplar. Primero cayeron unas gotas, luego empezó a subir el viento de intensidad y, al final, cayó un aguacero como he visto pocos. Me dicen que en la zona de carrera (a la que, en aquellos momentos, ya habían llegado los primeros) llovió con fuerza cerca de 15 minutos. A nosotros nos cayó hora y media de chaparrón. Gotas que caían con violencia, que el viento hacía que fueran como perdigones contra los brazos y la cara. El viento te movía de un lado a otro, había momentos en que levantaba "olas" en la carretera con el agua que estaba cayendo, que me empapaba los tobillos. Ahí creo que empezó a irse todo al traste.



Por momentos tuve la seguridad de que suspenderían la carrera. No era solo el agua, el viento o el frío, es que caían rayos cada dos por tres a nuestro alrededor. La gente empezó a pararse. Se amontonaban en las marquesinas de las paradas de autobús, en los porches de las casas, en los puestos de avituallamiento. En cualquier sitio donde pudieran resguardarse. Ahí tuve que tomar la primera decisión: sigo o paro. Lo tuve claro, no tenía ninguna intención de parar. Si me sacaban de carrera, que fuera otro el que tomara la decisión por mí. A pesar de que hubo veces en que parecía que la bici se me iba, nunca pensé en detenerme. Parar era dar por terminada la carrera. Never. De hecho, al final hubo casi ochocientos abandonos, de 3200 participantes, lo que da muestra de lo duro que fue.

Tal vez debí haber parado. Esperar a que lo peor pasara. Descansar un poco, alimentarme bien. No lo hice. Si lo hubiera hecho, a lo mejor luego hubiera estado en mejores condiciones en la carrera. O quizá me habría enfriado y no habría podido seguir después, quién sabe. Lo cierto es que no lo hice, y además no pude bajar el ritmo en la bici y rodar un poco más suave porque me quedaba helado. No podría enfriarme.


Pero creo que me descompensé. Las pulsaciones se me dispararon, porque del kilómetro 120 al 160 vienen los repechos más duros, con los porcentajes más cercanos al 10% de todo el recorrido, en subidas cortas, dos o tres kilómetros, pero que cuando llevas 150 rodando, 30 de ellos empapado y helado, se hacen muy duros. Además, sin poder recuperar en las bajadas, en las que seguía lloviendo y soplando el viento, por lo que no podías dar pedales. Seguí bebiendo pero no comí bien todo lo que debía durante ese rato. Bastante tenía con sujetar la bici y no irme al suelo. Y entonces empezó el martirio de las meadas.

No sé si fue porque sudé menos de lo que debería, seguí bebiendo como tenía programado pensando en que haría calor, pero entre la última hora de bici y las dos primeras horas de carrera oriné ocho veces. Una de ellas, durante dos minutos seguidos sin parar. No daba a basto para eliminar líquido, puede que por la falta de sudoración. Pero el caso es que eso me cerró el estómago. Llegue cansado al final de la bici, con el estómago ya revuelto, y sin que me entrara nada de comida. 6 horas y 38 minutos, buen tiempo en cualquier circunstancia, y muy buen tiempo (para mí, claro) teniendo en cuenta la mala climatología que había tenido.



La transición fue más rápida, 6 minutos y, previo paso de nuevo por el urinario, salimos a correr. Subidón al ver a mi familia allí esperándome y primeros pasos. No me notaba fuerte, pero nada hacía presagiar la debacle que vendría luego. Los primeros 5 kilómetros me salen al ritmo que esperaba, cercano a los 6'/km. Pero pronto comprendo que no, que ese ritmo no voy a poder mantenerlo. Y empiezo a subir la media. 6'10'', 6'20'', 6' 30''.

Hasta el kilómetro 10-12 pude más o menos mantener el tipo. Ahí empezó un verdadero calvario. No podía dejar de parar a orinar cada 20 minutos. No podía mantener el ritmo de carrera. No me entraba la comida. Me tomé un gel en la transición y, a partir de ahí, apenas tres sorbos a otro gel a los 45' y, después, sorbitos de agua, alguna galleta salada y dos trozos de sandía. Eso fue todo lo que comí en las seis horas de maratón. Tenía el estómago bloqueado. Todo me daba arcadas.


Al principio, pude combinar el trote suave con ratos andando. Cada vez trotaba menos y andaba más. A partir más o menos del medio maratón ya no fui capaz de trotar. Me arrancaba y no duraba ni veinte metros. Me dolían las piernas, la espalda, la cabeza. No tenía fuerzas. No podía ni hacer el gesto de echar a correr cuando pasaba por delante de mi familia. No podía. Quería cortarme los pies. Estuve a punto de quitarme las zapatillas y andar descalzo, a ver si eso aliviaba el dolor.

Resulta muy difícil explicar qué se siente en esos momentos. Creo que solo quien haya estado en esa misma situación podrá entenderlo. Tantas horas de entrenamiento, tantas horas de sacrificio, tantos madrugones, tantos ratos robados al sueño, a la familia, al ocio... Tanto, tanto, para acabar arrastrándote durante tres y horas media, entre dolor, desilusión, desesperación, llanto y desesperanza. Es realmente muy duro. Y lo más jodido es que no puedes dejar de pensar que es voluntario. Estás en esa situación porque quieres, porque lo has elegido así. De manera libre y consciente. Sufrir a la fuerza es inevitable, pero hacerlo por gusto debe de ser una de las peores formas de trastorno mental que existan. En resumen, ¿por qué?, esa pregunta no deja de rondar tu cabeza.

Si algo he aprendido después de maratones y ironmans es que todo acaba. En algún momento, todo acaba. Esto cesará antes o después. No me gustan las frases de motivación tipo Mr. Wonderful, pero hay una que tengo grabada a fuego desde mi primer maratón: continúa, y el dolor durará un rato; retírate, y el dolor durará para siempre. Realmente lo veo así. Así que seguí, y terminé. Con el apoyo de mi mujer y mis hijos, que me animaban y que son un gran consuelo tenerlos cerca cuando lo estás pasando mal. Al final fueron 14 horas y 54 minutos, justo dos horas más que hace tres años. Dos horas más de lo que esperaba haber hecho según cálculos razonables.

Me dolió mucho. Me costó mucho terminar. No le veía ningún mérito a lo que estaba haciendo. Había entrenado para correr el Ironman, no para andarlo. Yo no me había esforzado para acabarlo de cualquier manera, eso no es a lo que yo había ido. En ese momento, entrar así era un gran fracaso. No había conseguido mi objetivo, que era correr un Ironman. Entendedme, acabar en esas condiciones solo demuestra que soy muy cabezón y que tengo capacidad de sufrir, pero nada más. No vine al Ironman a eso. Vine a otra cosa. Así que probar mi capacidad de sufrimiento no es un triunfo de ninguna de las maneras.

Algo hice mal, en algún momento me equivoqué, y eso fue lo que provocó lo que me pasó. No sé si es que entrené menos de lo que debía, si comí o bebí más o menos de lo que debía, si gasté demasiada fuerza en la bici y me vacié para la carrera... No lo sé. Y no saberlo es parte del dolor. No sé qué me pasó. Tal vez alguna de las anteriores cosas, tal vez un poco de cada una de ellas. Puede que alguna más que no he tenido en cuenta. Pero es indiscutible que, aunque conseguí terminar, no lo hice de la manera que quería, y eso no deja de parecerme un fracaso.

Acabé más cansado que nunca. En algún momento pensé que no iba a poder evitar ir a la ambulancia. No podía tenerme en pie, apenas me entraba aire en los pulmones. Estuve un buen rato tirado en el suelo. No me podía mover. No es una exageración decir que si mi familia no hubiera estado ahí no creo que hubiera encontrado las fuerzas para terminar. A ellos les debo haber sido finisher esta vez, igual que pasó en Maastricht.

Debo también agradecer a Fran Vicente que se quedara en la meta hasta que terminé, fue quien me hizo las últimas fotos y el vídeo entrando a meta. Y por supuesto a Quique Planelles, que me ha preparado los entrenamientos que tan irregularmente he cumplido, y a Manu Miralles, que me diseñó un plan de alimentación en la carrera que tampoco cumplí como debía. Solo a mi irregularidad puedo achacar cualquier defecto de preparación que pueda haber tenido. Tal vez me confié demasiado, tal vez minusvaloré la prueba, y ésta vino a recordarme que la suficiencia se paga cara.

Y ahora, ¿qué? Terminé convencido de que este IM había sido un error que no debía repetir. 4 Ironman Finisher, ¿para qué más? Suficiente sufrimiento, suficiente dolor, suficiente sacrificio. Nunca mais. Le negaba a cualquiera que me asegurara que con el tiempo pensaría otra cosa la posibilidad de que cambiara de opinión. Sin embargo...

Han pasado diez días y otro pensamiento distinto, e inesperado para mí, se me ha metido en la cabeza. Esto no puede acabar así. No puedo dejarlo así. No quiero dejarlo así. Tengo que volver a intentarlo. Aunque es probable que vuelva a salir mal. Sé que me arrepentiré de esta decisión. Sé que muchas mañanas cuando ponga el despertador a las 6, cuando llegue tarde a casa en invierno después de nadar, cuando pase horas al sol, rodando en solitario... me arrepentiré de lo que he decidido. Pero ahora mismo no puedo quitarme ese pensamiento de la cabeza. No voy a dejarlo aquí. Esto tiene que salir mejor. Tengo que entrenar más, tengo sufrir más, tengo que sacrificar más... pero va a haber próxima vez, y será diferente. Será mejor.

Aunque seguiré sin poder responder a la pregunta de "y todo esto, ¿por qué lo haces?"

miércoles, 3 de julio de 2019

A por el Ironman de Austria

IRONMAN AUSTRIA. LA PREVIA

Y el día ya casi ha llegado. Mañana a estas hora estaré de camino a Austria, así que toca volver al blog para contar las impresiones previas a la carrera.

En primer lugar, hay que decir que con muchas ganas ya de que llegue el día. La verdad es que los últimos dos meses se me han hecho largos y estoy bastante saturado. Como debe ser, por otra parte. Si después de diez meses de entrenar 27 o 28 días al mes, de levantarte más temprano el sábado y el domingo que el resto de días de la semana, no estás cansado física y mentalmente, es que algo no has hecho bien, al menos en  mi caso.



Retomé (no desde cero, pero casi) el entrenamiento en septiembre y esos primeros meses hasta Navidad los cogí con muchas ganas y pronto cogí rutina. A partir de enero pasé algún problema con los isquios que no me dejaron entrenar todo lo bien que quería. Aún así, media de Santa Pola, de Orihuela y de Elche en transición. En la última me hice un esguince que recuperé en poco tiempo, pero que me hizo estar un par de semanas casi parado.

Además de las medias, hice varios duatlones, algo que casi no había hecho hasta ahora. El de Punta Umbría, al tiempo del campeonato de España por clubes, y, especialmente, el de relevos en Villanueva de Castellón, que fue especialmente divertido y en el que, además, hicimos un doble equipo de padres/hijas.



A partir de abril, como era de prever, empezó a subir el volumen del entrenamiento, sin que físicamente me resintiera. Solo una competición más, el triatlón sprint de Orihuela, en el que repetí respecto al año pasado, mejorando mucho el tiempo (lógicamente, ya que el año pasado apenas había entrenado). No he hecho ningún otro triatlón de mayor distancia, así que, por ese lado, quizás un poco corto de competición previa. En cualquier caso, mucho entrenamiento, sobre todo de carrera y de natación, en los que he acumulado muchas más horas y kilómetros que en ocasiones anteriores. En bici ha sido, en conjunto, una distancia y tiempo entrenado muy similar a años pasados, si bien más cortos en distancia y a mucha más velocidad.


Así que, aquí estamos, a menos de cuatro días de empezar mi cuarto Ironman, con toda la ilusión y las ganas posibles y con los depósitos llenos de energía. Solo me queda agradecer el apoyo de mis compañeros de club (nuevo), La 208 Triatlón Club, especialmente a los de larga distancia, con los que he compartido tantas horas de entrenamiento. Y a Quique, entrenador, por su planificación y atención. Y, claro, a mi familia por soportar tantas horas de entrenamiento.

En unos días, la resolución de la prueba.