VITORIA TRIATHLON FULL. 10 DE JULIO DE 2016
Un año después, vuelvo a aparecer
por aquí para colgar una crónica. Esta vez, de mi tercer triatlón de larga distancia,
el primero que no es uno de los de la franquicia Ironman. Por dónde empezar. No
es fácil, después de un año. Empezaré por mis sensaciones de entonces.
Releyendo mi crónica de hace un
año, recordaba las cosas distintas a como está reflejado ahí. Cuando terminé
Maastricht aún no tenía claro el impacto de esa carrera, pero el paso del
tiempo me demostró lo profundo que había sido. Quise darme un par de semanas de
descanso -fue el 2 de agosto- y empezar a entrenar otra vez para hacer el
maratón de Valencia, ya que tenía justo las 12 semanas de preparación que
establece el plan con el que suelo prepararlo. No hubo forma. Salí dos, tres
días, pero en cuanto tuve que hace series y meter un poco de intensidad, me di
cuenta de que no era posible. Creía entonces que era problema físico, que no me
había recuperado. Me di dos semanas dos semanas más de margen. El problema no
era físico. Era mental. Estaba completamente saturado. Después de dos años
seguidos preparando Ironman desde mitad de agosto hasta final del junio, el
primero, y desde principio de septiembre hasta principio de agosto, el segundo,
estaba completamente exhausto y mi cabeza se negaba a volver otra vez a empezar
con el sacrificio de 6-7 días de entrenamiento a la semana, de madrugones
sábado sí y domingo también, de horas de piscina…
Decidí tomarme con calma el año,
empezando suave, tres o cuatro días a la semana, sin tiradas largas los fines
de semana, relajadamente… Nada. No hice nada. Ni palo al agua. En los cuatro
meses que fueron de principio de septiembre a Navidad, si dijera que conseguí
salir cuatro días a correr, tres en bici, y nadé un par de veces en total, creo
que estaría exagerando. No me apetecía, no encontraba motivación. Me parecía increíble
que hubiera sido capaz de tirarme dos años, con muy pocos días de descanso, madrugando
sábados y domingos, encontrando horas para nadar, corriendo a medio día tres
veces a la semana. No es que me pareciera otra vida la que había llevado
durante ese tiempo. Es que incluso me parecía que ese no era yo.
Viendo cómo se estaban poniendo
las cosas (aumento de peso y de malhumor, sobre todo) Isa decidió que hasta ahí
habíamos llegado, que era hora de que empezara otra vez a entrenar. Y decidió
regalarme por Navidad la inscripción a Vitoria. Debo reconocer, y agradecer,
que mi mujer no sólo no me ponga pegas para entrenar, sino que, al contrario,
me anime a que lo haga. Nunca he encontrado una mala cara, un enfado, cuando he
tenido que hacer entrenamientos de horas y horas en fin de semana. Incluso más
de un sábado o domingo ha sido ella la que me ha echado de la cama antes de las
siete para que me fuera a entrenar. Por tanto, no es exagerar decir que,
especialmente en este Triathlón de Vitoria, tiene ella casi más mérito que yo.
Para ser honesto, he de decir
que, con el regalo, me ofreció las dos posibilidades, inscribirme al Half y al
Full, ya que había conseguido localizarme plaza en las dos (se habían agotado
hacía meses). Cuando llegué a la meta en Maastricht lo primero que le dije, a
ella y a mis hijos, fue que, si alguna vez en la vida me oían decir que me iba
a apuntar a un Ironman, me quitaran la idea de la cabeza y se aseguraran de que
no lo hacía. Así que tal vez me ofreció las dos posibilidades por eso. En
cualquier caso, lo tuve claro desde el principio. O Full, o nada.
Soy muy cabezón, y capaz de tener
mucha constancia, pero necesito algo que realmente me motive, me suponga un
reto que me haga exprimirme y entregarme al máximo, porque no tengo punto
medio. O me atrapa y me vuelco, o me dejo llevar y no me esfuerzo. Optar por el
Half me parecía una pequeña claudicación, un reconocimiento de que la distancia
Ironman había podido conmigo. Y aunque me temo que eso era lo que realmente
pensaba, que estaba intentando algo que estaba por encima de mis posibilidades,
todavía me negaba a aceptarlo. Así que lo decidí: Full a tope, y a pelear a
partir de entonces. Me quedaban seis meses por delante.
Además de ponerme a entrenar ya
al día siguiente, el mismo 7 de enero, tomé otra decisión que creo que ha sido
fundamental en cómo me han acabado saliendo las cosas. Había cogido cinco kilos
desde el Ironman, de 83 había subido a 88 kilos. Y aunque sabía que cuando
empezara a entrenar los perdería, quería algo más que quedarme en esos 82-83
con los que hice Niza, en 2014, y Maastricht, en 2015. Así que busqué un
nutricionista que tuviera experiencia en alimentación de deportistas, y por
consejo de Jordi fui a ver a Manuel Miralles, de la Clínica Marpe, en Elche. Y
debo decir que fue un acierto total. No sólo he bajado nueve kilos, llegando
con 79 a la carrera, sino que además la nutrición durante el triatlón ha sido
fundamental para que pudiera mejorar tanto y llegar entero al final.
Alimentarme bien durante todo el día, con bebida y comida bien repartida, que
ya había probado, y muy variada, ha sido lo que me ha permitido sacar todo el
entrenamiento que llevaba acumulado. Al contrario que en carreras anteriores,
en la que apenas comenzaba la maratón me quedaba sin fuerzas, con nauseas cada
vez que intentaba llevarme algo a la boca, y sin posibilidad de asimilar
alimentos. Por eso quiero reconocerlo y darle las gracias, porque estoy seguro
de que sin su ayuda no me habrían salido tan bien las cosas.
En lo que a entrenamiento puro y
duro se refiere, estar tanto tiempo casi parado me había renovado mentalmente y
ya volvía a tener ganas de sacrificarme entrenando. Pero, claro, en
contrapartida, me había dejado a un nivel de preparación bajo mínimos, como
pude comprobar cuando volví a coger la bici y a intentar correr a un ritmo medio
decente. Decir que estaba flojo es exagerar. Era como si empezara de cero.
Donde menos lo noté fue en la natación. Como ya nadaba muy lamentablemente
antes, seguir siendo un trozo de plomo en el agua no fue ningún cambio.
Empecé al ritmo habitual, de 6-7
días por semana, sin doblar los primeros meses, y más con la intención de que
hasta finales de marzo me sirvieran para coger base y recuperar forma, y a
partir de principio de abril ya ir aumentando volumen e intensidad. En enero
hice la media de Santa Pola con una transición corta de 50 kilómetros y, aunque
llevaba sólo dos semanas de entrenamiento, la acabé sin mayores problemas,
aunque eso sí, unos minutos por encima de las dos horas. En febrero corrí
Orihuela, apenas tres semanas después, con una transición parecida en bici que
fue muy dura por el viento en contra durante todo el recorrido, y en la que
conseguí ya bajar de las dos horas, con 1:57, lejos de mis mejores tiempos,
pero ya notando progresos en poco tiempo.
En abril fue la media maratón de
Elche, mi undécima participación consecutiva en esa carrera, a la que no he
faltado desde que la corrí por primera vez en 2006. De nuevo en transición y
otra vez mejorando la anterior carrera, para entrar en 1:51, además con muy
buenas sensaciones. Metidos ya en mayo hice la media maratón de Almansa, esta
vez ya con una transición más exigente, de más de 100 kilómetros, en un día
bastante caluroso. También acabé contento, en 1:54, mejorando en 25 minutos el
tiempo del año anterior, en el que también la hice y la transición fue
durísima, a un ritmo muy superior al que debería haber llevado, que me pasó
factura en una carrera en la que lo pasé muy mal.
A partir de ahí, y ya doblando
varias veces por semana, fui cumpliendo mis entrenamientos, bajando de peso
paulatinamente, acercándome a Vitoria. Aunque pensé en algún momento en hacer
un Half como preparación, algunas semanas antes, al final decidí que sería un
Olímpico, justo cuatro semanas antes. Fue un Triwhite, en Pilar de la Horadada,
y todo me salió bastante bien. 2:39, casi veinte minutos menos que mi anterior
olímpico, y además haciendo a un ritmo muy constante tanto la natación como la
bici y la carrera, donde hice casi todas las vueltas de cada segmento en
tiempos prácticamente idénticos. Además, pude darme el gustazo de participar
por primera vez en un triatlón con mi hijo, aunque no coincidimos en la misma
distancia.
Las dos últimas semanas, como es
de rigor, bajé la intensidad y las distancias, y así compensé la sensación de
profundo cansancio físico que tenía. Obviamente, así debía ser. Pero cuando
llegas a ese punto, te parece que, si retrasaran dos o tres semanas la prueba,
renunciarías a participar. Tal es el grado de cansancio que acumulas. En
cualquier caso, fueron dos semanas muy relajadas. Y llegamos a Vitoria.
Hasta entonces, había hecho dos
Ironman. En el primero de ellos, en Niza 2014, fuimos ocho triatletas del club,
algunos acompañados de nuestra pareja. El ambiente en un grupo así es brutal, y
lo pasamos muy, muy bien. Pero eché de menos a mis hijos, sobre todo al llegar. Al año siguiente, en Maastricht,
ningún otro miembro del club participó, y fui con la familia, planteado más
como vacaciones para todos. También eché de menos que no hubiera ningún
compañero más participando, porque la conexión con quien has pasado tantas
horas entrenando, entre quienes se enfrentan a la misma exigencia, antes,
durante y después de la prueba, es muy fuerte en esos momentos, y hace que la
percepción sea muy diferente. Esta vez, tuve la suerte de tener
las dos cosas. A mi familia conmigo y a mis compañeros también. Siendo,
incluso, que estuvimos cerca físicamente, ya que hicimos tiempos muy parecidos
y me crucé casi con todos durante la bici y la carrera. Aunque el Ironman sea
una prueba en solitario, en la que ni puedes comunicarte en la natación, ni
puedes ir cerca en la bici, saber que compartes el esfuerzo con tus amigos
convierte un deporte ferozmente individualista, en algo más cercano a una
competencia colectiva. No quieres fallar a los demás, ni tampoco quieres que
ellos no puedan superarlo, te duelen sus desfallecimientos.
El triatlón del domingo tuvo un
prólogo el sábado anterior, con un Acuatlón Txiki, que se celebraba en el mismo
embalse en el que nosotros nadaríamos el domingo. Un entorno espectacular, que
a quienes venimos de zonas mucho más secas nos deja impresionados. La
posibilidad de correr sobre césped, entre árboles frondosos, de nadar en lo que
parece un lago espectacular, en medio de la montaña, es para nosotros muy
atractiva. Desde luego, el entorno de la prueba no podría ser mejor. Mis tres
hijos participaron en la prueba, acabando con ella su temporada de duatlones,
triatlones y acuatlones, la que empezaron en septiembre, y en la que ya les
tocaba ir terminando. Viéndolos correr y, sobre todo, nadar, me daba cuenta de
la suerte que han tenido pareciéndose en eso a su madre y no a mí.
El Triathlon Full Vitoria empezó el
domingo 10 de julio a las 5 de la mañana. Un poco antes, en realidad, ya que,
aunque puse el despertador a esa hora, 15 minutos antes ya estaba despierto.
Desayuno y camino a coger el autobús que te acerca a Landa, al embalse en el
que se nada -en realidad, más bien parece un lago-. Las casi tres horas de
espera antes de tomar la salida -la salida se retrasó media hora por la espesa
niebla que cubría el lago- se hicieron largas, aunque más amenas tanto por
estar rodeado de compañeros, como por la visita de la familia, que se pegó el
madrugó para ver la entrada y salida al segmento de natación.
Salimos cerca de las 9 de la
mañana, cuando los casi mil participantes en el Full nos lanzamos a las aguas
no muy frías, en una mañana aún nubosa y con poca visibilidad. Al contrario que
en otras ocasiones, decidí que buscaría más la línea recta de las boyas, aunque
saliera un poco más retrasado. En cualquier caso, me encontré metido no en la
vorágine de la salida…pero casi. Nunca en un triatlón había salido yo tan
rodeado de cerca por gente que braceaba y daba patadas. Siempre he huido de
esas aglomeraciones, pero esta vez me metí en el medio. Así que apreté el nado,
con lo que, llegado a la primera boya, a apenas 200 metros de la salida, estaba
empezando a asfixiarme cuando apenas llevaba 4 minutos en carrera. Miré el GPS
y vi con asombro que había hecho esos primeros metros a 1:41 el 100, lejísimos
de mi ritmo cómodo de nado, que yo preveía en 2:15/2:20.
Aunque aflojé un poco, acabé la
primera vuelta de 1900 metros (me salieron más, claro, porque nado en zig-zag y
me tuerzo como un alambre) en 42 minutos, a poco más de 2:10 el kilómetro, por
encima de mis previsiones más optimistas. Y aunque creía que aflojaría la
segunda vuelta, conseguí salir del agua en otros 43 minutos, 1:25 en total. 11
minutos menos que en Maastricht y 17 minutos menos que en Niza. Empezaba bien
la mañana, mejor de lo esperado.
La T1 se me atragantó un
poquillo, casi diez minutos, en parte por culpa del neopreno, que se enganchó
con el chip del tobillo y tardó en salir. También debido a que tenía que comer
y beber bastante antes de subir a la bici. Pero me reconfortaba ver que aún
quedaban más de cien bicis pendientes de ser recogida, cuando lo habitual para
mí era salir y coger una de las quince o veinte últimas bicis de las que
quedaban.
El recorrido en bici tiene tres
vueltas, la primera de 47 kilómetros rodeando el embalse, llegando a Vitoria y
volviendo a la salida. Más ondulado al principio, con un par de pequeñas
subidas, pero tendiendo a ser descendente en su primera parte; llano en los
kilómetros que te llevan a Vitoria, y ascendente, con otra pequeña subida,
hasta Landa. Esta vuelta la hice a buen ritmo, sin sobrepasar mi límite de
pulsaciones salvo en los puntos más elevados de las subidas, y comiendo y
bebiendo conforme a lo previsto.
La segunda vuelta es parcialmente
coincidente con la primera, pero se alarga en 25 kilómetros. Las sensaciones
fueron parecidas, a buen ritmo y bajando un poco la media en la subida de
Vitoria a Landa. Como en algunos tramos había varios puntos de ida y vuelta en
180 grados por el carril contrario de la carretera, ya pude ir cruzándome con
varios compañeros del club que habían salido, casi todos ellos, por delante de
mí del agua. Es una gran alegría cruzarte con caras amigas durante el recorrido.
Aunque también duele y preocupa cuando ves a alguno pasarlo mal, como me
ocurrió con Toni y con Fénix, a los que adelanté en la bici y me dijeron que
tenían problemas para continuar.
La última vuelta, de 61
kilómetros, coincide con la segunda, aunque termina al llegar a Vitoria. Esta
fue la que más pesada se me hizo. Hacia el kilómetro 130 o 140 ya empecé a
notarme cansado y bajé un poco el ritmo. Ya empezaba a pensar en la carrera a
pie que llegaría luego, y no quería vaciarme del todo. Además, soplaba un
viento medio lateral, en contra en algunos tramos, que hizo incómodos los
últimos 30 kilómetros.
Finalmente, cuando vi a lo lejos
que me acercaba al Fernando Buesa Arena, y que entraba ya en la ciudad, me dio
un subidón, al comprender que iba a acabar la bici por debajo de las 6 horas y
media, que era más o menos el tiempo más optimista de los que tenía previsto,
ya que calculaba hacerlo entre 6 horas y media y 7. Al final fueron 6:26, y
contentísimo, no sólo por acabar la bici mejorando en hora y media mis dos
anteriores IM, sino por haberlo podido hacer sin percances. En Niza rompí un
radio, una zapata del freno se me soltó y me fui al suelo en una curva. En
Maastricht pinché, tardé más de media hora en cambiar y perdí ritmo y
concentración. Esta vez no, esta vez todo salió como debía. Así que no pude
evitar darle un beso a la bici, para regocijo de los voluntarios que la
recogían.
Esta transición tampoco fue muy
rápida, poco más de 7 minutos para cambiarme, comer y beber, proveerme de geles
y sales, pasar por el aseo y volver a correr. Nada más salir a la carrera el
primer disgusto, Fénix estaba ya duchado y cambiado. No había podido terminar
el que hubiera sido su primer larga distancia por culpa de problemas en el
estómago. Muy duro para él que fuera así. Tantas semanas de entreno duro,
tantos madrugones, tantos sacrificios, tanta ilusión…a la basura por culpa de que
esto que comes de repente te sienta mal; o porque alguien te roza en la bici y
caes; o porque se te rompe la bicicleta, o un músculo dice que no aguanta más.
Te hace plantearte si tanto sufrimiento merece la pena. Animo a Fénix, que
seguro que lo intentará otra vez pronto, y a la próxima lo consigue sí o sí.
El circuito de carrera era de
cuatro vueltas iguales, a lo largo de la ciudad, casi toda en zonas con sombra,
lo que se agradeció mucho, porque, aunque ya eran las cinco de la tarde, aún
hacía mucho calor. Lo cierto es que la carrera a pie es de lo más que orgulloso
estoy de aquel día. Pude hacer corriendo todo el maratón, sin parar más que a
beber de los vasos de papel de los avituallamientos y a comer los trozos de
plátano que había preparados. Hasta ahora, mi aguante trotando no había pasado
de los primeros 22 y 24 kilómetros, respectivamente, de los anteriores IM, a
partir de los cuales alternaba correr -poco- y andar -mucho-. Sin embargo, en
Vitoria, a un paso que sólo muy generosamente puedo calificar de trote
cochinero, conseguí hacer corriendo todo el recorrido, con lo que ya puedo
afirmar que he corrido entero un triatlón de larga distancia, que es algo que
me hacía mucha ilusión.
Así, aunque fui bajando un poco
el ritmo paulatinamente, y de empezar a 6:15/km acabé sobre 6:45/km, mantuve la
constancia para darme el gustazo de hacer todo el recorrido corriendo. Algo que
al principio pensaba que no lograría. Mi objetivo era llegar a la tercera
vuelta en condiciones de acabarla corriendo y, si lo lograba, intentar aguantar
lo máximo posible en la cuarta, aunque al final tuviera que andar un rato. Pero
cuando me vi en el 35 sin haber parado, y con la posibilidad de bajar de 13
horas a mi alcance, decidí que iba a hacer todo lo posible por conseguirlo. Y,
aunque debo reconocer que sufrí mucho, finalmente acabé en 12:54 por línea de
meta, que oficiales eran 12:53. Alegrón enorme, incrementado por la suerte que
tuve de que varios de mis compañeros se hubieran quedado a esperarme llegar; y,
sobre todo, de que mi mujer y mis hijos también estuvieran allí para verme
llegar, no roto y arrastrando los pies como el año anterior, sino
-relativamente- entero, orgulloso, y feliz.
Así que gracias a Manu (con tiempazo
sub 12), a Juan Cano (que corrió el Full en homenaje a un amigo fallecido, y
que se va ahora a Maastricht a hacer un IM en dos semanas) y a Jesús (casi te
cojo, si me dan 42 kilómetros más de carrera te pillo seguro), que acabaron el
Full antes que yo y se quedaron a esperar la llegada del resto. Y también a
Jordi, a Adrián y a los otros dos Cano brothers, que hicieron el Half -se van a
Maastricht también al IM el 31 de julio- y esperaron horas a ver llegar al
resto. Y también a Mariola, que también se acercó a la meta a recibir a todos los que llegaban después de terminar su Half. Y a Loli y a Marina, que bajaron al parque de La Florida, por donde pasábamos cuatro veces, a animarnos con sus familias cuando terminaron su Half, enhorabuena por los finishers respectivos!!
Así que, todos juntos, esperamos
a que terminaran el resto de compañeros, uno detrás de otro. Richar y Grau, a los
que pude pasar en carrera y aguantarles luego la distancia (que estuvieran tan
cerca, viéndolos en cada giro, me sirvió para no aflojar nunca, sin ellos
detrás apretando tal vez no habría bajado de 13 horas). Javi, que acabó en 13
horas el Full…semanas después de haber hecho el Ironcat en 12 hace pocas
semanas (y ni siquiera es la primera vez que hace dos distancias IM con poco
tiempo de diferencia). Paco, que se cascó el Full entero diez días después de
ser operado en el dedo, todavía lleno de puntos (si no, hubiera bajado de 12
horas seguro). Y Toni, por el que temí después de lo mal que lo estaba pasando
en la bici (tuvo un golpe en el gemelo al salir de la primera vuelta del agua y
fue arrastrando el dolor todo el día; un grandísimo esfuerzo mental que tuvo la
recompensa de poder acabar la carrera, el orgullo de conseguir las cosas que
más esfuerzo cuestan es el que más tiempo permanece, enhorabuena a todos).
En resumen, que no puedo estar
más contento de lo que lo estoy con la carrera. Mejoré mis expectativas en los
tres segmentos, pude correr toda la maratón, no me hundí nunca a pesar de algún
mal momento, y pude disfrutar con familia y amigos el alegrón de haber llegado
a meta. Tuve ese punto de suerte que me faltó antes, nunca vacío de fuerzas,
gracias a la alimentación diversa y organizada que llevaba (gracias otra vez,
Manu), algo en lo que ahora me doy cuenta que fallé estrepitosamente en mis
anteriores IM. Pero, sobre todo, estoy satisfecho porque, por primera vez, no
termino una prueba de estas características sintiendo que estoy en un lugar que
no me corresponde, que me he pasado de ambicioso y que este no es mi sitio.
Debo reconocer que esos eran mis sentimientos después de acabar mis últimos dos
IM. Qué haces aquí, esto no es para ti, ¿qué sentido tiene empeñarte en algo
tan duro y acabar arrastrándote? Esta vez pude sentir que, aunque ni mucho
menos puedo presumir de gran marca, sí puedo estar orgulloso de haber dado todo
lo que podía, de haber reflejado lo que llevaba dentro, y de haber podido con
la distancia, de haberme adaptado a ella y de haberme sentido dentro de la
carrera durante las casi trece horas que duró. Seguro que vendrán días malos,
que vendrán resultados decepcionantes. Pero ya nunca me quitará nadie la
satisfacción que tuve en esos últimos kilómetros de carrera, cuando comprobaba
que podía hacerlo, que iba a correr hasta el final, que iba a bajar de trece
horas, y que al final estaría mi familia para abrazarme y para, por fin,
poderme ver llegando feliz y orgulloso.
Para acabar, no quiero despedirme
sin alabar al Triathlon Vitoria-Gasteiz, que me ha parecido una prueba de
organización inmejorable, sin nada que envidiar, al contrario, cualquier
triatlón “grande” de larga distancia. No sólo el recorrido y el entorno ayuda
-correr por Vitoria es una gozada-. Es que el nivel de los voluntarios es
espectacular. No es que te solucionaran cualquier duda o problema al momento,
es que incluso se anticipaban a lo que les ibas a pedir, y se ofrecían incluso
antes de que hiciera falta. Además, numerosísimos en todos los
avituallamientos, transiciones y puestos de atención, siempre con una palabra
agradable para el que estaba sufriendo. Si nunca me gusta criticar a los organizadores
de las carreras, porque hacen una labor sin la que nosotros no podríamos salir
a divertirnos ese día, en este caso no es sólo agradecerles que organicen una
carrera y me den la posibilidad de practicar mi deporte. Es que lo hacen tan
bien, y sobre todo con tantas ganas y tanta ilusión, que realmente merecen que
sea destacado. Gracias a todos los voluntarios de esta gran prueba.
Y ahora, si es que habéis
conseguido llegar hasta aquí -si mando este artículo a Jot Down, lo rechazan
por largo-, ya no me queda nada más que decir que agradeceros a vosotros
también que os hayáis interesado por leer estas experiencias, y por los ánimos
que todos me habéis transmitido.