sábado, 4 de abril de 2020

DE BOOMER A ZOOMER EN 15 SENCILLOS PASOS

Allá vamos. No es fácil explicar por qué hago esto, que está condenado no al olvido, sino, en el mejor de los casos, a la indiferencia y, en el peor, al desprecio. A nadie de mi generación (ni, probablemente, de dos o tres generaciones atrás) le gusta el trap (yo, por lo menos, no conozco a ninguno). Ni el reguetón. Ni el rap. Y yo, que siempre me gusta nadar a contracorriente, me empeñé en que me gustase. Quería saber qué veían mis hijos en esa música. Y, seguramente, lo que yo he encontrado es distinto a lo que a ellos les acerca a eso. Aunque esa  ya es otra historia. Pero el caso es que yo sí he encontrado algo.

Lo reconozco. Es que estaba harto de oír siempre la misma mierda: eso no es música. Lo de mi época sí era música. Anda que vas a comparar eso con ____ (rellénese el hueco con lo que se prefiera: los Beatles, Pink Floyd, Mecano, Maná o Depeche Mode). Lo mismo de siempre. Lo mío vale. Lo de ahora, bah, ahora no tienen ni puta idea de música.

A mí me gustaba mucho Siniestro Total. Tenía sus discos en cintas de casette. Seguro que mis padres hubieran pensado lo mismo de mi música si hubieran escuchado Todos los ahorcados mueren empalmados, Ayatolah, no me toques la pirola. O si hubieran escuchado a Ilegales: Eres una puta, pero no lo bastante, tu boca huele como un escape de gas. Por no hablar de La Polla Records, de Eskorbuto, o de Kaka de Luxe. Que sí. Que toda la música de antes era gloria bendita, poesía de Becquer y melodías de Vivaldi y la de ahora es mierda infumable.

¡Pues claro que no te gusta, sarnacho! Es que no es música hecha para ti. No la entiendes, y no haces ningún esfuerzo por hacerlo. Y es lo más normal. No está ahí para que te guste a ti. Pero muchos la escuchan. Seguramente más de lo que escuchábamos nosotros nuestra música, porque era más difícil hacerlo. Ahora llevas en el bolsillo toda la música que quieras todo el tiempo del mundo.

Así que, en parte por esas ganas de ir contracorriente y que me gustara, y en parte por la curiosidad de descubrir música  nueva, he hecho el esfuerzo. Os reconozco que he oído mucha música, y que me sigue gustando oír la música que escuchaba hace 30 años. Pero también me cansa. Y quiero conocer cosas nuevas. Y no solo variaciones de la misma música que he escuchado siempre. Grupos nuevos haciendo la música de siempre.

Oye, que me parece perfecto que haya quien prefiera seguir escuchando lo mismo. La música es una forma de obtener placer, y cada uno lo encuentra donde le apetece. Yo no he querido seguir siempre con lo mismo. Así que he intentado llegar a esa música que no es para mí.

No es fácil. De entrada, la mayoría de las letras producen un rechazo instintivo, irracional. Y lo mismo que he comprobado que el reguetón no es para mí (la música latina en general no lo ha sido nunca), he encontrando mucha música trap que me ha hecho disfrutar enormemente. Probablemente, la que más en los últimos años. Pimp Flaco, Yung Beef, Cecilio G... He descubierto mucha música que me ha llegado. No sé por qué, la verdad, porque, a priori, no tiene nada que ver conmigo. Pero me ha llegado.

Así que, si alguno de vosotros ha sentido alguna vez algo parecido, os ofrezco esta lista de Spotify que he preparado. Como una especie de introducción. Si os gusta, perfecto. Y, si no, pues también. Como he dicho, cada uno disfruta con la música que le transmite. Ahí va el enlace. Y las canciones que se incluye.

https://open.spotify.com/playlist/5yR9gTanjjPkXMeccLF5pw?si=t9EGhbQqSVG0mACW4Lz65Q

1) LAS VERSIONES

Empecemos por lo más accesible. Las versiones. Un buen puñado de grupos indies se ha dedicado a hacer versiones de canciones de cantantes trap, o de cantantes de música cercana al trap. Son, por tanto, acercamientos desde puntos de vistas que podemos encajar perfectamente en lo que se considera música pop alternativa española. Estas son las que más me gustan.

Ginebras. Con altura (Rosalía)
Esta versión es absolutamente deslumbrante y, por mucho que (creas que) odias a Rosalía, es imposible no verse arrastrado por este cañonazo de canción. Abramos la puerta que conduce al lado tenebroso de la música urbana actual con esta canción. Labios azules y kilates, y si es mentira que me maten.

Cariño. Llorando en la limo (C Tangana)
Otro grupo de chicas. Y otra canción perfectamente acelerada. Que no se limita a cambiar el tempo, sino que se atreve también con la letra, dándole un toque más indie y sustituyendo referencias vinculadas al espíritu original de la canción. Dios bendiga al tonti-pop, Dios bendiga a Family.

Parrots. Soy mejor (Bad Bunny)
Los Parrots se atreven con el mega-hit de Benito Martínez, a.k.a. Bad Bunny. El video original de la canción original tiene 726 millones de reproducciones en Youtube. Por ponernos en contexto, La tormenta de arena, el videoclip más reproducido de la música indie española (o eso he leído por ahí, no me lo echéis en cara si no es así), tiene 19 millones. El resultado es una canción más que disfrutable sin prejuicios.

Colectivo Da Silva. Nena, ven a por eso (La Zowi)
Esto ya son palabras mayores. La Zowi no es cualquier cosa. No es sencillo escuchar a La Zowi. Y menos sacar de sus canciones una versión tan plácida y que desprenda tanto buen rollo como esta (bueno, si no te fijas mucho en lo que dice). Otra canción que es imposible que no te lleve, si cierras los ojos, a una tarde de verano, cuando el sol empieza a caer, en el chiringuito de la playa. Baby, come and get it.

El último vecino. Mi chulo (La Zowi)
De nuevo La Zowi, que ha estado en el Low de Benidorm (en cuya edición de 2020, si el coronavirus no la cancela, se podrán escuchar varias de estas versiones en directo). Ya nos estamos poniendo serios. Esta versión, aún siendo muy diferente al original, no es tan luminosa, tan alegre, como las anteriores.

2) LAS COLABORACIONES

Damos un paso más. No adaptamos las canciones de otro para acercarlas a nuestro estilo. Ahora trabajamos (más o menos) juntos. Las formas de colaborar son variadas. Y los resultados, también.

Cupido. No sabes mentir (Solo Astra y Pimp Flaco)
Esta canción es de las que entra a la primera. Desde que la oí la primera vez no puede dejar de escucharla. Si la oyes una vez y no te gusta puedes dejar de leer, porque es imposible que nada más de aquí te vaya a gustar.

Los Planetas. Islamabad. (Los Planetas y Yung Beef)
Los Planetas. Jota haciendo una canción sobre una canción de Yung Beef. Fernandito Kit Kat. Granada. Islamabad toma Ready pa’ morir y hace otra canción. Es la misma canción, pero es otra. Solo es idéntica en el estribillo. Esta canción me dio muchas vueltas a la cabeza cuando me di cuenta de donde venía el estribillo. Y me hizo replantarme algunas cosas. Yung Beef la cantó con Los Planetas en el Primavera Sound. Los Planetas, hermanos. Asesinos en serie.


Novedades Carminha y Dellafuente. Ya no te veo (Novedades Carminha y Dellafuente)
En Hoy empieza todo, de Radio 3, decidieron unir durante en un estudio de grabación durante varios días a dos cantantes o grupos, a ver qué surgía de la colaboración. Las parejas han sido, dentro de sus diferencias, más o menos del mismo palo: Rufus T Firefly y Viva Suecia, Love of Lesbian e Iván Ferreriro, Izal y Depedro… Esto se rompió juntando a Novedades Carminha, que es cierto que es un grupo muy ecléctico, con Dellafuente, muy diferente a ellos y tal vez el mayor representante de música urbana que mezcla el rap, con el flamenco, con… Este tema, con 8 millones de reproducciones, es el más escuchado en Spotify de Novedades Carminha. El siguiente, verbena, tiene 3. Pero es que el más escuchado de Dellafuente tiene 45 millones. ¿Novedades Carminha hizo una canción con Dellafuente? ¿O Dellafuente hizo una canción con Novedades Carminha?

C. Tangana. Un veneno. (C. Tangana y El Niño de Elche)
Esto no es colaboración de un grupo indie y un trapero. Es C. Tangana y… El Niño de Elche. Que es difícil saber qué es exactamente. Pero es otra canción que atrapa desde el principio. Y con la que es fácil acercarse a esta música.

Pimp Flaco. Sintigo. (Pimp Flaco y Empire of the Sun)
Esto no es una colaboración. Es una canción de Pimp Flaco que samplea a Empire of the Sun. Y es un resultado más que interesante. La segunda vez que aparece Pimp Flaco. Y aún le queda otra.

3) EL TRAP

Se acabaron las medias tintas. Ya han terminado los acercamientos. Vamos con canciones trap puras y duras. Si habéis llegado hasta aquí espero que estéis preparados para disfrutarlas.

Pimp Flaco y Kinder Malo. Chemtrails
Esta canción, a través de su video, fue la primera canción que me atrapó de verdad y que me hizo tener ganas de oírla una y otra vez. Pimp Flaco y Kinder Malo son hermanos y hacen canciones juntos y por separado. Estáis tos más patrás que la leche con colacao.

Los Santos. Trappin en el Vaticano
Antes eran Pxxr Gvng. Yung Beef, Kaydy Cain y Khaled. Casi los creadores del trap en España. Ahora se llaman Los Santos. Todos tienen canciones en solitario, y con Los Santos. Y con La Mafia del Amor. Son los mismos. Y hacen música diferente. Yo siempre estoy alante, mi hermano.

Yung Beef. Ready pa’ morir
Esta cancion es lo más grande. Es la que versionaron Los Planetas en Islamabad. Y aunque está un poco alejada de lo que suele hacer el Seko, me parece una canción espectacular. La que más he oído en los últimos 12 meses. Me estoy cayendo p’arriba, mami dame la bendición.

Cecilio G. Million dollar baby
Uno de los primeros. Estuvo en Pxxr Gvng y ya no estuvo. Pasó por la cárcel y por el Sónar. Letras y ritmos muy absorbentes, con una forma de rapear muy particular y un sentido casi punk del trap. Y ahora que estoy bien, con más de 23, no sé por qué aún tengo estas ganas de llorar.

La Zowi. Filet Mignon
Vamos a acabar por todo lo alto. Si has llegado hasta aquí ya estás preparado, puedes escuchar a La Zowi.



martes, 16 de julio de 2019

Ironman Austria 2019

Escribí esta crónica en mi cabeza antes de acabar la carrera. De hecho, tuve mucho tiempo para hacerlo. Casi seis y horas y media para pensar son muchas horas. Y cuando el cuerpo te duele a cada paso, cuando cada adoquín se te clava desde el talón hasta el hombro, necesitas pensar en algo para distraerte. Pensaba en frases enteras, párrafos completos, de la primera a la última letra. Iba a ser algo así...

"Crónica de mi cuarto (y último) Ironman". Que también podría titularse "Una carrera que no debería haber sido". Lo tenía todo tan claro. Cada razonamiento, cada pensamiento. Había sido un error apuntarme al IM, lo veía con total certeza. Después de dos primeras carreras, Niza y Maastricht, terminadas con más pena que gloria, con mucho sufrimiento y poco disfrute, en Vitoria en el año 2016 hice la carrera de mi vida. Todo salió bien. Baje casi tres horas a mis tiempos anteriores, acabé el maratón corriendo de principio a fin y acabé entero, disfrutando (dentro de lo cabe). No necesitaba hacer otro. Podía haberlo dejado ahí, con ese buen sabor de boca.

Pero no lo hice. Después de dos años casi sin entrenar me empeñe en hacer otro IM. Error. No era necesario. No me hacía falta. No me convenía.

La dueña que nos alquiló la casa en la que estuvimos en Klagenfurt me preguntó el día que llegamos, "y tú, ¿por qué haces esto?". Debo reconocer que no supe qué contestar. Así que yo también empecé a preguntármelo, ¿por qué hago esto? No encontré respuesta. No sé por qué lo hago. La primera vez sí sé por qué lo hice. Me atraía la idea, me llamaba la atención, me ilusionaba ser Ironman. La segunda vez quise volver a probarme, y salió peor que la primera. Lo normal habría sido dejarlo ahí. Pero me di una tercera vez para demostrar que podía salir bien. Y salió mejor que bien, doce horas, mejor que en el más optimista de mis sueños. Ese era el final. Ese debía haber sido el final.

No soy un buen triatleta. Ni uno mediocre, siquiera. Nado fatal. En bici medio me defiendo si la carretera es llana, pero subiendo me clavo irremisiblemente. Y corriendo difícilmente puedo pasar de lo que casi para cualquiera es un ritmo de calentamiento. ¡Si ni siquiera las transiciones las hago deprisa! Así que haber hecho 12 horas y 53 minutos debería haber sido suficiente recompensa para haberme conformado con eso. Pero no.

En cualquier caso, vamos con la crónica, que es a lo que hemos venido.


El despertador tenía que sonar a las 4.00 AM, pero a las 3.58 ya estaba despierto. Desayuno, últimos ajustes de la comida y bebida que tenía que llevarme y a las 4.30 salgo hacia la zona de boxes. Unas vueltas por allí para relajar la tensión, preparación de bolsa de carrera, de bolsa de bici, y hacia la salida de la natación con Fran Vicente, el otro triatleta de Elche con el que coincidí y que hizo un tiempazo de 11 horas (¡enhorabuena, Fran!). La primera mala noticia, se confirma que se nada sin neopreno. El agua está a 25.5º, muy por encima de la temperatura en que se permite el  neopreno. A los que nadamos tan mal como yo el traje de neopreno, que sirve para protegerte del frío, nos ayuda mucho, porque nos permite flotar más y, con ello, avanzar más deprisa. Así que ya asumía que partía con 10-15 minutos más de lo que preveía hacer si hubiera podido ponerme el neopreno.

La salida es roll start, a partir de las 6.40 salimos de 4 en 4, cada 5 segundos. Esto quita espectacularidad a la salida (ver salir a los 3500 que participamos en Niza al mismo tiempo es una preciosidad), pero da más seguridad, evita golpes, aglomeraciones...El caso es que salí a las 7.38. Llevaba desde las 6 preparado para empezar. La espera se hace eterna.


El circuito eran 1200 metros de ida, 400 tras un giro a la izquierda en 90º, y vuelta otros 1200 metros después de un nuevo giro a la izquierda en 90º, para embocar en un canal en el que nadamos los últimos 1000 metros. La ida y hasta el segundo giro bien. Por cierto, se nada en un lago respecto al que decir que es espectacular es quedarse muy corto. Diecisiete kilómetros de largo, calculo que dos de ancho en la zona de más amplitud, rodeado de montañas... Si tenéis curiosidad, buscad lago Worthersee. Una delicia.

A partir de ahí, problemas. El primero es que al nadar de vuelta hacia el punto de partida el sol ya no lo tienes a la espalda, sino de frente, con lo que te da directamente en los ojos, lo que hace que sea muy difícil ver nada, más aún con las gafas que ya llevas empañadas. Hay muchas boyas, y voluntarios en paddle, que hacen que, si los ves, sea fácil no perder la línea. A la vuelta no veía absolutamente nada y fui haciendo eses.  Y no solo yo, lo que antes era una línea continua de nadadores ahora es una auténtica desbandada.


El segundo es que me dieron un golpe en el gps (que sirve para marcar los pasos por los puntos de control y acreditar que has pasado por ellos), que llevo cogido con un velcro al tobillo. Lo noto suelto, pienso que se me va a caer y me tengo que parar a comprobar que no estoy a punto de perderlo. Aunque lo llevaba, la psicosis de perderlo no me abandona y cada dos por tres me tengo que parar a comprobar que está. Me descentro, pierdo el ritmo...

Cuando llego al canal me paro gracias a que hago pie en la orilla y lo ajusto bien, y nado los que creo que fueron mis metros más rápidos. Al final, salgo al agua en 1h 38'. Primera decepción. Esperaba hacer cerca de 1h 20' en mis cálculos más optimistas, y no pasar en cualquier caso de 1h 25. En Vitoria hice 1h 27' y este año he nadado tres veces más. Sé que no llevar neopreno me penalizó, pero sinceramente me decepcionó cuando vi el reloj. Tantas horas de natación para no mejorar el tiempo.



A partir de ahí, transición larguísima hasta coger la bici, alargada aún más por un paso por los urinarios. Más de diez minutos. Pero por fin cogimos la bici. Le tenía mucha ilusión a la bici (también a la carrera a pie, sentía que estaba más fuerte que nunca). Salgo con ganas y, ayudado por un circuito que empieza llaneando, me puedo acoplar y rodar cerca de los 30 km/h de media, siempre sin pasarme de las pulsaciones que tenía que cumplir. Llevaba una hora, casi 30 kms, y no había subido de las 120 pulsaciones por minuto. Esto marchaba.


Como podéis comprobar, el perfil no es llano ni mucho menos, son 1500 metros de desnivel en total. Pero la verdad es que en todo momento tienes la sensación de que bajas más de lo que subes. Las subidas son cortas, sin desniveles muy importantes (salvo al final, en un par de repechos), mientras que las bajadas son largas, picando suavemente hacia abajo. Un recorrido que te permite acoplarte y rodar con buenos desarrollos. El recorrido son dos vueltas diferentes, una de 93 y otra de 87 kilómetros, que se cruzan en la salida. Cuando pasé por la linea de meta para empezar la segunda vuelta seguía rodando a 29 km/h de media y no pasaba de las 125 pulsaciones. Aun brillaba el sol (literal y metafóricamente). Todo controlado.

Los primeros 30 kilómetros de la segunda vuelta se recorren al lado del lago, con unas vistas preciosas, en un terreno con ligeros sube y baja, pero fundamentalmente llano, y en el que se puede mantener un buen ritmo. A pesar de que tuve que parar a orinar, seguí cómodo, incluso subí un poco la velocidad. A los 120 kilómetros el reloj me marcaba 29,3 km/h de media, sin pasar nunca de las 130 pulsaciones. En ese momento, calculé, estaba cerca de llevar la mitad de la carrera. Más quisiera yo.

Me crucé con una triatleta de Sevilla, Inmaculada, con la que fui hablando un rato, hasta que de repente empezó a chispear. La mañana había amanecido radiante. El día anterior había sido muy, muy caluroso, y se esperaba más calor para el domingo. Ningún problema. A beber mucho y a disfrutar del calorcito, que es lo que más me gusta. Sin embargo, el cielo empezó a cubrirse, se puso negro y el viento empezó a soplar. Primero cayeron unas gotas, luego empezó a subir el viento de intensidad y, al final, cayó un aguacero como he visto pocos. Me dicen que en la zona de carrera (a la que, en aquellos momentos, ya habían llegado los primeros) llovió con fuerza cerca de 15 minutos. A nosotros nos cayó hora y media de chaparrón. Gotas que caían con violencia, que el viento hacía que fueran como perdigones contra los brazos y la cara. El viento te movía de un lado a otro, había momentos en que levantaba "olas" en la carretera con el agua que estaba cayendo, que me empapaba los tobillos. Ahí creo que empezó a irse todo al traste.



Por momentos tuve la seguridad de que suspenderían la carrera. No era solo el agua, el viento o el frío, es que caían rayos cada dos por tres a nuestro alrededor. La gente empezó a pararse. Se amontonaban en las marquesinas de las paradas de autobús, en los porches de las casas, en los puestos de avituallamiento. En cualquier sitio donde pudieran resguardarse. Ahí tuve que tomar la primera decisión: sigo o paro. Lo tuve claro, no tenía ninguna intención de parar. Si me sacaban de carrera, que fuera otro el que tomara la decisión por mí. A pesar de que hubo veces en que parecía que la bici se me iba, nunca pensé en detenerme. Parar era dar por terminada la carrera. Never. De hecho, al final hubo casi ochocientos abandonos, de 3200 participantes, lo que da muestra de lo duro que fue.

Tal vez debí haber parado. Esperar a que lo peor pasara. Descansar un poco, alimentarme bien. No lo hice. Si lo hubiera hecho, a lo mejor luego hubiera estado en mejores condiciones en la carrera. O quizá me habría enfriado y no habría podido seguir después, quién sabe. Lo cierto es que no lo hice, y además no pude bajar el ritmo en la bici y rodar un poco más suave porque me quedaba helado. No podría enfriarme.


Pero creo que me descompensé. Las pulsaciones se me dispararon, porque del kilómetro 120 al 160 vienen los repechos más duros, con los porcentajes más cercanos al 10% de todo el recorrido, en subidas cortas, dos o tres kilómetros, pero que cuando llevas 150 rodando, 30 de ellos empapado y helado, se hacen muy duros. Además, sin poder recuperar en las bajadas, en las que seguía lloviendo y soplando el viento, por lo que no podías dar pedales. Seguí bebiendo pero no comí bien todo lo que debía durante ese rato. Bastante tenía con sujetar la bici y no irme al suelo. Y entonces empezó el martirio de las meadas.

No sé si fue porque sudé menos de lo que debería, seguí bebiendo como tenía programado pensando en que haría calor, pero entre la última hora de bici y las dos primeras horas de carrera oriné ocho veces. Una de ellas, durante dos minutos seguidos sin parar. No daba a basto para eliminar líquido, puede que por la falta de sudoración. Pero el caso es que eso me cerró el estómago. Llegue cansado al final de la bici, con el estómago ya revuelto, y sin que me entrara nada de comida. 6 horas y 38 minutos, buen tiempo en cualquier circunstancia, y muy buen tiempo (para mí, claro) teniendo en cuenta la mala climatología que había tenido.



La transición fue más rápida, 6 minutos y, previo paso de nuevo por el urinario, salimos a correr. Subidón al ver a mi familia allí esperándome y primeros pasos. No me notaba fuerte, pero nada hacía presagiar la debacle que vendría luego. Los primeros 5 kilómetros me salen al ritmo que esperaba, cercano a los 6'/km. Pero pronto comprendo que no, que ese ritmo no voy a poder mantenerlo. Y empiezo a subir la media. 6'10'', 6'20'', 6' 30''.

Hasta el kilómetro 10-12 pude más o menos mantener el tipo. Ahí empezó un verdadero calvario. No podía dejar de parar a orinar cada 20 minutos. No podía mantener el ritmo de carrera. No me entraba la comida. Me tomé un gel en la transición y, a partir de ahí, apenas tres sorbos a otro gel a los 45' y, después, sorbitos de agua, alguna galleta salada y dos trozos de sandía. Eso fue todo lo que comí en las seis horas de maratón. Tenía el estómago bloqueado. Todo me daba arcadas.


Al principio, pude combinar el trote suave con ratos andando. Cada vez trotaba menos y andaba más. A partir más o menos del medio maratón ya no fui capaz de trotar. Me arrancaba y no duraba ni veinte metros. Me dolían las piernas, la espalda, la cabeza. No tenía fuerzas. No podía ni hacer el gesto de echar a correr cuando pasaba por delante de mi familia. No podía. Quería cortarme los pies. Estuve a punto de quitarme las zapatillas y andar descalzo, a ver si eso aliviaba el dolor.

Resulta muy difícil explicar qué se siente en esos momentos. Creo que solo quien haya estado en esa misma situación podrá entenderlo. Tantas horas de entrenamiento, tantas horas de sacrificio, tantos madrugones, tantos ratos robados al sueño, a la familia, al ocio... Tanto, tanto, para acabar arrastrándote durante tres y horas media, entre dolor, desilusión, desesperación, llanto y desesperanza. Es realmente muy duro. Y lo más jodido es que no puedes dejar de pensar que es voluntario. Estás en esa situación porque quieres, porque lo has elegido así. De manera libre y consciente. Sufrir a la fuerza es inevitable, pero hacerlo por gusto debe de ser una de las peores formas de trastorno mental que existan. En resumen, ¿por qué?, esa pregunta no deja de rondar tu cabeza.

Si algo he aprendido después de maratones y ironmans es que todo acaba. En algún momento, todo acaba. Esto cesará antes o después. No me gustan las frases de motivación tipo Mr. Wonderful, pero hay una que tengo grabada a fuego desde mi primer maratón: continúa, y el dolor durará un rato; retírate, y el dolor durará para siempre. Realmente lo veo así. Así que seguí, y terminé. Con el apoyo de mi mujer y mis hijos, que me animaban y que son un gran consuelo tenerlos cerca cuando lo estás pasando mal. Al final fueron 14 horas y 54 minutos, justo dos horas más que hace tres años. Dos horas más de lo que esperaba haber hecho según cálculos razonables.

Me dolió mucho. Me costó mucho terminar. No le veía ningún mérito a lo que estaba haciendo. Había entrenado para correr el Ironman, no para andarlo. Yo no me había esforzado para acabarlo de cualquier manera, eso no es a lo que yo había ido. En ese momento, entrar así era un gran fracaso. No había conseguido mi objetivo, que era correr un Ironman. Entendedme, acabar en esas condiciones solo demuestra que soy muy cabezón y que tengo capacidad de sufrir, pero nada más. No vine al Ironman a eso. Vine a otra cosa. Así que probar mi capacidad de sufrimiento no es un triunfo de ninguna de las maneras.

Algo hice mal, en algún momento me equivoqué, y eso fue lo que provocó lo que me pasó. No sé si es que entrené menos de lo que debía, si comí o bebí más o menos de lo que debía, si gasté demasiada fuerza en la bici y me vacié para la carrera... No lo sé. Y no saberlo es parte del dolor. No sé qué me pasó. Tal vez alguna de las anteriores cosas, tal vez un poco de cada una de ellas. Puede que alguna más que no he tenido en cuenta. Pero es indiscutible que, aunque conseguí terminar, no lo hice de la manera que quería, y eso no deja de parecerme un fracaso.

Acabé más cansado que nunca. En algún momento pensé que no iba a poder evitar ir a la ambulancia. No podía tenerme en pie, apenas me entraba aire en los pulmones. Estuve un buen rato tirado en el suelo. No me podía mover. No es una exageración decir que si mi familia no hubiera estado ahí no creo que hubiera encontrado las fuerzas para terminar. A ellos les debo haber sido finisher esta vez, igual que pasó en Maastricht.

Debo también agradecer a Fran Vicente que se quedara en la meta hasta que terminé, fue quien me hizo las últimas fotos y el vídeo entrando a meta. Y por supuesto a Quique Planelles, que me ha preparado los entrenamientos que tan irregularmente he cumplido, y a Manu Miralles, que me diseñó un plan de alimentación en la carrera que tampoco cumplí como debía. Solo a mi irregularidad puedo achacar cualquier defecto de preparación que pueda haber tenido. Tal vez me confié demasiado, tal vez minusvaloré la prueba, y ésta vino a recordarme que la suficiencia se paga cara.

Y ahora, ¿qué? Terminé convencido de que este IM había sido un error que no debía repetir. 4 Ironman Finisher, ¿para qué más? Suficiente sufrimiento, suficiente dolor, suficiente sacrificio. Nunca mais. Le negaba a cualquiera que me asegurara que con el tiempo pensaría otra cosa la posibilidad de que cambiara de opinión. Sin embargo...

Han pasado diez días y otro pensamiento distinto, e inesperado para mí, se me ha metido en la cabeza. Esto no puede acabar así. No puedo dejarlo así. No quiero dejarlo así. Tengo que volver a intentarlo. Aunque es probable que vuelva a salir mal. Sé que me arrepentiré de esta decisión. Sé que muchas mañanas cuando ponga el despertador a las 6, cuando llegue tarde a casa en invierno después de nadar, cuando pase horas al sol, rodando en solitario... me arrepentiré de lo que he decidido. Pero ahora mismo no puedo quitarme ese pensamiento de la cabeza. No voy a dejarlo aquí. Esto tiene que salir mejor. Tengo que entrenar más, tengo sufrir más, tengo que sacrificar más... pero va a haber próxima vez, y será diferente. Será mejor.

Aunque seguiré sin poder responder a la pregunta de "y todo esto, ¿por qué lo haces?"

miércoles, 3 de julio de 2019

A por el Ironman de Austria

IRONMAN AUSTRIA. LA PREVIA

Y el día ya casi ha llegado. Mañana a estas hora estaré de camino a Austria, así que toca volver al blog para contar las impresiones previas a la carrera.

En primer lugar, hay que decir que con muchas ganas ya de que llegue el día. La verdad es que los últimos dos meses se me han hecho largos y estoy bastante saturado. Como debe ser, por otra parte. Si después de diez meses de entrenar 27 o 28 días al mes, de levantarte más temprano el sábado y el domingo que el resto de días de la semana, no estás cansado física y mentalmente, es que algo no has hecho bien, al menos en  mi caso.



Retomé (no desde cero, pero casi) el entrenamiento en septiembre y esos primeros meses hasta Navidad los cogí con muchas ganas y pronto cogí rutina. A partir de enero pasé algún problema con los isquios que no me dejaron entrenar todo lo bien que quería. Aún así, media de Santa Pola, de Orihuela y de Elche en transición. En la última me hice un esguince que recuperé en poco tiempo, pero que me hizo estar un par de semanas casi parado.

Además de las medias, hice varios duatlones, algo que casi no había hecho hasta ahora. El de Punta Umbría, al tiempo del campeonato de España por clubes, y, especialmente, el de relevos en Villanueva de Castellón, que fue especialmente divertido y en el que, además, hicimos un doble equipo de padres/hijas.



A partir de abril, como era de prever, empezó a subir el volumen del entrenamiento, sin que físicamente me resintiera. Solo una competición más, el triatlón sprint de Orihuela, en el que repetí respecto al año pasado, mejorando mucho el tiempo (lógicamente, ya que el año pasado apenas había entrenado). No he hecho ningún otro triatlón de mayor distancia, así que, por ese lado, quizás un poco corto de competición previa. En cualquier caso, mucho entrenamiento, sobre todo de carrera y de natación, en los que he acumulado muchas más horas y kilómetros que en ocasiones anteriores. En bici ha sido, en conjunto, una distancia y tiempo entrenado muy similar a años pasados, si bien más cortos en distancia y a mucha más velocidad.


Así que, aquí estamos, a menos de cuatro días de empezar mi cuarto Ironman, con toda la ilusión y las ganas posibles y con los depósitos llenos de energía. Solo me queda agradecer el apoyo de mis compañeros de club (nuevo), La 208 Triatlón Club, especialmente a los de larga distancia, con los que he compartido tantas horas de entrenamiento. Y a Quique, entrenador, por su planificación y atención. Y, claro, a mi familia por soportar tantas horas de entrenamiento.

En unos días, la resolución de la prueba.

sábado, 14 de julio de 2018

Ironman Austria, Klagenfurt, 7 de julio de 2019

Pues ya hay objetivo para el año próximo. Será el 7 de julio de 2019 en Klagenfurt, Austria, cerca de la frontera con Eslovenia. Si todo va como debe, dentro más o menos de un año habré terminado mi cuarto Ironman.


Hace ya dos años del Full de Vitoria. Y aunque pensé tomarme unos meses de vacaciones, han sido dos largos años en los que apenas he hecho un par de medias maratones y un triatlón sprint del que mejor no acordarme.

Aunque mi intención era bajar intensidad, después de tres años seguidos haciendo distancia ironman, lo cierto es que, sin un objetivo a la vista que me motive y me ilusione, soy incapaz de tener una mínima regularidad en los entrenamientos. Cuando da igual salir ese domingo en bici que no salir, cuando da igual ir a nadar ese día que no ir, porque no estás entrenando para nada concreto, porque no sigues un plan, no consigo sacar la fuerza de voluntad necesaria.

Así que lo he hecho de la única manera que sé que me funciona: inscribirme directamente, sin pensármelo mucho. Ahora ya no hay más remedio que apechugar y entrenar. Debo reconocer que durante mucho tiempo pensé que ya no iba a hacer más distancia ironman, que tres ya habían sido suficientes. Pero no sé qué se ha despertado y, de repente, estoy tan ilusionado como estaba cuando me apunté para hacer el primero.


He elegido Klagenfurt, en Austria, porque todo el mundo me ha hablado muy bien de él. El entorno es muy bonito, se nada en un lago y la bici va entre bosques y montaña, acabando el maratón por las calles de la ciudad y el borde del lago. Supongo que será un recorrido parecido al de Vitoria. Además la fecha está bien. Entrenar todo el mes de julio, como cuando hice Maastricht, es infernal. Así que a finales de junio ya estará todo el trabajo duro hecho. Si todo va como debe, en un año estaré aquí para contar cómo ha ido.

viernes, 15 de julio de 2016

VITORIA TRIATHLON FULL. 10 DE JULIO DE 2016

Un año después, vuelvo a aparecer por aquí para colgar una crónica. Esta vez, de mi tercer triatlón de larga distancia, el primero que no es uno de los de la franquicia Ironman. Por dónde empezar. No es fácil, después de un año. Empezaré por mis sensaciones de entonces.

Releyendo mi crónica de hace un año, recordaba las cosas distintas a como está reflejado ahí. Cuando terminé Maastricht aún no tenía claro el impacto de esa carrera, pero el paso del tiempo me demostró lo profundo que había sido. Quise darme un par de semanas de descanso -fue el 2 de agosto- y empezar a entrenar otra vez para hacer el maratón de Valencia, ya que tenía justo las 12 semanas de preparación que establece el plan con el que suelo prepararlo. No hubo forma. Salí dos, tres días, pero en cuanto tuve que hace series y meter un poco de intensidad, me di cuenta de que no era posible. Creía entonces que era problema físico, que no me había recuperado. Me di dos semanas dos semanas más de margen. El problema no era físico. Era mental. Estaba completamente saturado. Después de dos años seguidos preparando Ironman desde mitad de agosto hasta final del junio, el primero, y desde principio de septiembre hasta principio de agosto, el segundo, estaba completamente exhausto y mi cabeza se negaba a volver otra vez a empezar con el sacrificio de 6-7 días de entrenamiento a la semana, de madrugones sábado sí y domingo también, de horas de piscina…

Decidí tomarme con calma el año, empezando suave, tres o cuatro días a la semana, sin tiradas largas los fines de semana, relajadamente… Nada. No hice nada. Ni palo al agua. En los cuatro meses que fueron de principio de septiembre a Navidad, si dijera que conseguí salir cuatro días a correr, tres en bici, y nadé un par de veces en total, creo que estaría exagerando. No me apetecía, no encontraba motivación. Me parecía increíble que hubiera sido capaz de tirarme dos años, con muy pocos días de descanso, madrugando sábados y domingos, encontrando horas para nadar, corriendo a medio día tres veces a la semana. No es que me pareciera otra vida la que había llevado durante ese tiempo. Es que incluso me parecía que ese no era yo.

Viendo cómo se estaban poniendo las cosas (aumento de peso y de malhumor, sobre todo) Isa decidió que hasta ahí habíamos llegado, que era hora de que empezara otra vez a entrenar. Y decidió regalarme por Navidad la inscripción a Vitoria. Debo reconocer, y agradecer, que mi mujer no sólo no me ponga pegas para entrenar, sino que, al contrario, me anime a que lo haga. Nunca he encontrado una mala cara, un enfado, cuando he tenido que hacer entrenamientos de horas y horas en fin de semana. Incluso más de un sábado o domingo ha sido ella la que me ha echado de la cama antes de las siete para que me fuera a entrenar. Por tanto, no es exagerar decir que, especialmente en este Triathlón de Vitoria, tiene ella casi más mérito que yo.

Para ser honesto, he de decir que, con el regalo, me ofreció las dos posibilidades, inscribirme al Half y al Full, ya que había conseguido localizarme plaza en las dos (se habían agotado hacía meses). Cuando llegué a la meta en Maastricht lo primero que le dije, a ella y a mis hijos, fue que, si alguna vez en la vida me oían decir que me iba a apuntar a un Ironman, me quitaran la idea de la cabeza y se aseguraran de que no lo hacía. Así que tal vez me ofreció las dos posibilidades por eso. En cualquier caso, lo tuve claro desde el principio. O Full, o nada.

Soy muy cabezón, y capaz de tener mucha constancia, pero necesito algo que realmente me motive, me suponga un reto que me haga exprimirme y entregarme al máximo, porque no tengo punto medio. O me atrapa y me vuelco, o me dejo llevar y no me esfuerzo. Optar por el Half me parecía una pequeña claudicación, un reconocimiento de que la distancia Ironman había podido conmigo. Y aunque me temo que eso era lo que realmente pensaba, que estaba intentando algo que estaba por encima de mis posibilidades, todavía me negaba a aceptarlo. Así que lo decidí: Full a tope, y a pelear a partir de entonces. Me quedaban seis meses por delante.

Además de ponerme a entrenar ya al día siguiente, el mismo 7 de enero, tomé otra decisión que creo que ha sido fundamental en cómo me han acabado saliendo las cosas. Había cogido cinco kilos desde el Ironman, de 83 había subido a 88 kilos. Y aunque sabía que cuando empezara a entrenar los perdería, quería algo más que quedarme en esos 82-83 con los que hice Niza, en 2014, y Maastricht, en 2015. Así que busqué un nutricionista que tuviera experiencia en alimentación de deportistas, y por consejo de Jordi fui a ver a Manuel Miralles, de la Clínica Marpe, en Elche. Y debo decir que fue un acierto total. No sólo he bajado nueve kilos, llegando con 79 a la carrera, sino que además la nutrición durante el triatlón ha sido fundamental para que pudiera mejorar tanto y llegar entero al final. Alimentarme bien durante todo el día, con bebida y comida bien repartida, que ya había probado, y muy variada, ha sido lo que me ha permitido sacar todo el entrenamiento que llevaba acumulado. Al contrario que en carreras anteriores, en la que apenas comenzaba la maratón me quedaba sin fuerzas, con nauseas cada vez que intentaba llevarme algo a la boca, y sin posibilidad de asimilar alimentos. Por eso quiero reconocerlo y darle las gracias, porque estoy seguro de que sin su ayuda no me habrían salido tan bien las cosas.
En lo que a entrenamiento puro y duro se refiere, estar tanto tiempo casi parado me había renovado mentalmente y ya volvía a tener ganas de sacrificarme entrenando. Pero, claro, en contrapartida, me había dejado a un nivel de preparación bajo mínimos, como pude comprobar cuando volví a coger la bici y a intentar correr a un ritmo medio decente. Decir que estaba flojo es exagerar. Era como si empezara de cero. Donde menos lo noté fue en la natación. Como ya nadaba muy lamentablemente antes, seguir siendo un trozo de plomo en el agua no fue ningún cambio.

Empecé al ritmo habitual, de 6-7 días por semana, sin doblar los primeros meses, y más con la intención de que hasta finales de marzo me sirvieran para coger base y recuperar forma, y a partir de principio de abril ya ir aumentando volumen e intensidad. En enero hice la media de Santa Pola con una transición corta de 50 kilómetros y, aunque llevaba sólo dos semanas de entrenamiento, la acabé sin mayores problemas, aunque eso sí, unos minutos por encima de las dos horas. En febrero corrí Orihuela, apenas tres semanas después, con una transición parecida en bici que fue muy dura por el viento en contra durante todo el recorrido, y en la que conseguí ya bajar de las dos horas, con 1:57, lejos de mis mejores tiempos, pero ya notando progresos en poco tiempo.

En abril fue la media maratón de Elche, mi undécima participación consecutiva en esa carrera, a la que no he faltado desde que la corrí por primera vez en 2006. De nuevo en transición y otra vez mejorando la anterior carrera, para entrar en 1:51, además con muy buenas sensaciones. Metidos ya en mayo hice la media maratón de Almansa, esta vez ya con una transición más exigente, de más de 100 kilómetros, en un día bastante caluroso. También acabé contento, en 1:54, mejorando en 25 minutos el tiempo del año anterior, en el que también la hice y la transición fue durísima, a un ritmo muy superior al que debería haber llevado, que me pasó factura en una carrera en la que lo pasé muy mal.

A partir de ahí, y ya doblando varias veces por semana, fui cumpliendo mis entrenamientos, bajando de peso paulatinamente, acercándome a Vitoria. Aunque pensé en algún momento en hacer un Half como preparación, algunas semanas antes, al final decidí que sería un Olímpico, justo cuatro semanas antes. Fue un Triwhite, en Pilar de la Horadada, y todo me salió bastante bien. 2:39, casi veinte minutos menos que mi anterior olímpico, y además haciendo a un ritmo muy constante tanto la natación como la bici y la carrera, donde hice casi todas las vueltas de cada segmento en tiempos prácticamente idénticos. Además, pude darme el gustazo de participar por primera vez en un triatlón con mi hijo, aunque no coincidimos en la misma distancia.

Las dos últimas semanas, como es de rigor, bajé la intensidad y las distancias, y así compensé la sensación de profundo cansancio físico que tenía. Obviamente, así debía ser. Pero cuando llegas a ese punto, te parece que, si retrasaran dos o tres semanas la prueba, renunciarías a participar. Tal es el grado de cansancio que acumulas. En cualquier caso, fueron dos semanas muy relajadas. Y llegamos a Vitoria.

Hasta entonces, había hecho dos Ironman. En el primero de ellos, en Niza 2014, fuimos ocho triatletas del club, algunos acompañados de nuestra pareja. El ambiente en un grupo así es brutal, y lo pasamos muy, muy bien. Pero eché de menos a mis hijos, sobre todo al llegar. Al año siguiente, en Maastricht, ningún otro miembro del club participó, y fui con la familia, planteado más como vacaciones para todos. También eché de menos que no hubiera ningún compañero más participando, porque la conexión con quien has pasado tantas horas entrenando, entre quienes se enfrentan a la misma exigencia, antes, durante y después de la prueba, es muy fuerte en esos momentos, y hace que la percepción sea muy diferente. Esta vez, tuve la suerte de tener las dos cosas. A mi familia conmigo y a mis compañeros también. Siendo, incluso, que estuvimos cerca físicamente, ya que hicimos tiempos muy parecidos y me crucé casi con todos durante la bici y la carrera. Aunque el Ironman sea una prueba en solitario, en la que ni puedes comunicarte en la natación, ni puedes ir cerca en la bici, saber que compartes el esfuerzo con tus amigos convierte un deporte ferozmente individualista, en algo más cercano a una competencia colectiva. No quieres fallar a los demás, ni tampoco quieres que ellos no puedan superarlo, te duelen sus desfallecimientos.

El triatlón del domingo tuvo un prólogo el sábado anterior, con un Acuatlón Txiki, que se celebraba en el mismo embalse en el que nosotros nadaríamos el domingo. Un entorno espectacular, que a quienes venimos de zonas mucho más secas nos deja impresionados. La posibilidad de correr sobre césped, entre árboles frondosos, de nadar en lo que parece un lago espectacular, en medio de la montaña, es para nosotros muy atractiva. Desde luego, el entorno de la prueba no podría ser mejor. Mis tres hijos participaron en la prueba, acabando con ella su temporada de duatlones, triatlones y acuatlones, la que empezaron en septiembre, y en la que ya les tocaba ir terminando. Viéndolos correr y, sobre todo, nadar, me daba cuenta de la suerte que han tenido pareciéndose en eso a su madre y no a mí.

El Triathlon Full Vitoria empezó el domingo 10 de julio a las 5 de la mañana. Un poco antes, en realidad, ya que, aunque puse el despertador a esa hora, 15 minutos antes ya estaba despierto. Desayuno y camino a coger el autobús que te acerca a Landa, al embalse en el que se nada -en realidad, más bien parece un lago-. Las casi tres horas de espera antes de tomar la salida -la salida se retrasó media hora por la espesa niebla que cubría el lago- se hicieron largas, aunque más amenas tanto por estar rodeado de compañeros, como por la visita de la familia, que se pegó el madrugó para ver la entrada y salida al segmento de natación.

Salimos cerca de las 9 de la mañana, cuando los casi mil participantes en el Full nos lanzamos a las aguas no muy frías, en una mañana aún nubosa y con poca visibilidad. Al contrario que en otras ocasiones, decidí que buscaría más la línea recta de las boyas, aunque saliera un poco más retrasado. En cualquier caso, me encontré metido no en la vorágine de la salida…pero casi. Nunca en un triatlón había salido yo tan rodeado de cerca por gente que braceaba y daba patadas. Siempre he huido de esas aglomeraciones, pero esta vez me metí en el medio. Así que apreté el nado, con lo que, llegado a la primera boya, a apenas 200 metros de la salida, estaba empezando a asfixiarme cuando apenas llevaba 4 minutos en carrera. Miré el GPS y vi con asombro que había hecho esos primeros metros a 1:41 el 100, lejísimos de mi ritmo cómodo de nado, que yo preveía en 2:15/2:20.
Aunque aflojé un poco, acabé la primera vuelta de 1900 metros (me salieron más, claro, porque nado en zig-zag y me tuerzo como un alambre) en 42 minutos, a poco más de 2:10 el kilómetro, por encima de mis previsiones más optimistas. Y aunque creía que aflojaría la segunda vuelta, conseguí salir del agua en otros 43 minutos, 1:25 en total. 11 minutos menos que en Maastricht y 17 minutos menos que en Niza. Empezaba bien la mañana, mejor de lo esperado.

La T1 se me atragantó un poquillo, casi diez minutos, en parte por culpa del neopreno, que se enganchó con el chip del tobillo y tardó en salir. También debido a que tenía que comer y beber bastante antes de subir a la bici. Pero me reconfortaba ver que aún quedaban más de cien bicis pendientes de ser recogida, cuando lo habitual para mí era salir y coger una de las quince o veinte últimas bicis de las que quedaban.

El recorrido en bici tiene tres vueltas, la primera de 47 kilómetros rodeando el embalse, llegando a Vitoria y volviendo a la salida. Más ondulado al principio, con un par de pequeñas subidas, pero tendiendo a ser descendente en su primera parte; llano en los kilómetros que te llevan a Vitoria, y ascendente, con otra pequeña subida, hasta Landa. Esta vuelta la hice a buen ritmo, sin sobrepasar mi límite de pulsaciones salvo en los puntos más elevados de las subidas, y comiendo y bebiendo conforme a lo previsto.
La segunda vuelta es parcialmente coincidente con la primera, pero se alarga en 25 kilómetros. Las sensaciones fueron parecidas, a buen ritmo y bajando un poco la media en la subida de Vitoria a Landa. Como en algunos tramos había varios puntos de ida y vuelta en 180 grados por el carril contrario de la carretera, ya pude ir cruzándome con varios compañeros del club que habían salido, casi todos ellos, por delante de mí del agua. Es una gran alegría cruzarte con caras amigas durante el recorrido. Aunque también duele y preocupa cuando ves a alguno pasarlo mal, como me ocurrió con Toni y con Fénix, a los que adelanté en la bici y me dijeron que tenían problemas para continuar.

La última vuelta, de 61 kilómetros, coincide con la segunda, aunque termina al llegar a Vitoria. Esta fue la que más pesada se me hizo. Hacia el kilómetro 130 o 140 ya empecé a notarme cansado y bajé un poco el ritmo. Ya empezaba a pensar en la carrera a pie que llegaría luego, y no quería vaciarme del todo. Además, soplaba un viento medio lateral, en contra en algunos tramos, que hizo incómodos los últimos 30 kilómetros.

Finalmente, cuando vi a lo lejos que me acercaba al Fernando Buesa Arena, y que entraba ya en la ciudad, me dio un subidón, al comprender que iba a acabar la bici por debajo de las 6 horas y media, que era más o menos el tiempo más optimista de los que tenía previsto, ya que calculaba hacerlo entre 6 horas y media y 7. Al final fueron 6:26, y contentísimo, no sólo por acabar la bici mejorando en hora y media mis dos anteriores IM, sino por haberlo podido hacer sin percances. En Niza rompí un radio, una zapata del freno se me soltó y me fui al suelo en una curva. En Maastricht pinché, tardé más de media hora en cambiar y perdí ritmo y concentración. Esta vez no, esta vez todo salió como debía. Así que no pude evitar darle un beso a la bici, para regocijo de los voluntarios que la recogían.
Esta transición tampoco fue muy rápida, poco más de 7 minutos para cambiarme, comer y beber, proveerme de geles y sales, pasar por el aseo y volver a correr. Nada más salir a la carrera el primer disgusto, Fénix estaba ya duchado y cambiado. No había podido terminar el que hubiera sido su primer larga distancia por culpa de problemas en el estómago. Muy duro para él que fuera así. Tantas semanas de entreno duro, tantos madrugones, tantos sacrificios, tanta ilusión…a la basura por culpa de que esto que comes de repente te sienta mal; o porque alguien te roza en la bici y caes; o porque se te rompe la bicicleta, o un músculo dice que no aguanta más. Te hace plantearte si tanto sufrimiento merece la pena. Animo a Fénix, que seguro que lo intentará otra vez pronto, y a la próxima lo consigue sí o sí.

El circuito de carrera era de cuatro vueltas iguales, a lo largo de la ciudad, casi toda en zonas con sombra, lo que se agradeció mucho, porque, aunque ya eran las cinco de la tarde, aún hacía mucho calor. Lo cierto es que la carrera a pie es de lo más que orgulloso estoy de aquel día. Pude hacer corriendo todo el maratón, sin parar más que a beber de los vasos de papel de los avituallamientos y a comer los trozos de plátano que había preparados. Hasta ahora, mi aguante trotando no había pasado de los primeros 22 y 24 kilómetros, respectivamente, de los anteriores IM, a partir de los cuales alternaba correr -poco- y andar -mucho-. Sin embargo, en Vitoria, a un paso que sólo muy generosamente puedo calificar de trote cochinero, conseguí hacer corriendo todo el recorrido, con lo que ya puedo afirmar que he corrido entero un triatlón de larga distancia, que es algo que me hacía mucha ilusión.

Así, aunque fui bajando un poco el ritmo paulatinamente, y de empezar a 6:15/km acabé sobre 6:45/km, mantuve la constancia para darme el gustazo de hacer todo el recorrido corriendo. Algo que al principio pensaba que no lograría. Mi objetivo era llegar a la tercera vuelta en condiciones de acabarla corriendo y, si lo lograba, intentar aguantar lo máximo posible en la cuarta, aunque al final tuviera que andar un rato. Pero cuando me vi en el 35 sin haber parado, y con la posibilidad de bajar de 13 horas a mi alcance, decidí que iba a hacer todo lo posible por conseguirlo. Y, aunque debo reconocer que sufrí mucho, finalmente acabé en 12:54 por línea de meta, que oficiales eran 12:53. Alegrón enorme, incrementado por la suerte que tuve de que varios de mis compañeros se hubieran quedado a esperarme llegar; y, sobre todo, de que mi mujer y mis hijos también estuvieran allí para verme llegar, no roto y arrastrando los pies como el año anterior, sino -relativamente- entero, orgulloso, y feliz.

Así que gracias a Manu (con tiempazo sub 12), a Juan Cano (que corrió el Full en homenaje a un amigo fallecido, y que se va ahora a Maastricht a hacer un IM en dos semanas) y a Jesús (casi te cojo, si me dan 42 kilómetros más de carrera te pillo seguro), que acabaron el Full antes que yo y se quedaron a esperar la llegada del resto. Y también a Jordi, a Adrián y a los otros dos Cano brothers, que hicieron el Half -se van a Maastricht también al IM el 31 de julio- y esperaron horas a ver llegar al resto. Y también a Mariola, que también se acercó a la meta a recibir a todos los que llegaban después de terminar su Half. Y a Loli y a Marina, que bajaron al parque de La Florida, por donde pasábamos cuatro veces, a animarnos con sus familias cuando terminaron su Half, enhorabuena por los finishers respectivos!!
Así que, todos juntos, esperamos a que terminaran el resto de compañeros, uno detrás de otro. Richar y Grau, a los que pude pasar en carrera y aguantarles luego la distancia (que estuvieran tan cerca, viéndolos en cada giro, me sirvió para no aflojar nunca, sin ellos detrás apretando tal vez no habría bajado de 13 horas). Javi, que acabó en 13 horas el Full…semanas después de haber hecho el Ironcat en 12 hace pocas semanas (y ni siquiera es la primera vez que hace dos distancias IM con poco tiempo de diferencia). Paco, que se cascó el Full entero diez días después de ser operado en el dedo, todavía lleno de puntos (si no, hubiera bajado de 12 horas seguro). Y Toni, por el que temí después de lo mal que lo estaba pasando en la bici (tuvo un golpe en el gemelo al salir de la primera vuelta del agua y fue arrastrando el dolor todo el día; un grandísimo esfuerzo mental que tuvo la recompensa de poder acabar la carrera, el orgullo de conseguir las cosas que más esfuerzo cuestan es el que más tiempo permanece, enhorabuena a todos).

En resumen, que no puedo estar más contento de lo que lo estoy con la carrera. Mejoré mis expectativas en los tres segmentos, pude correr toda la maratón, no me hundí nunca a pesar de algún mal momento, y pude disfrutar con familia y amigos el alegrón de haber llegado a meta. Tuve ese punto de suerte que me faltó antes, nunca vacío de fuerzas, gracias a la alimentación diversa y organizada que llevaba (gracias otra vez, Manu), algo en lo que ahora me doy cuenta que fallé estrepitosamente en mis anteriores IM. Pero, sobre todo, estoy satisfecho porque, por primera vez, no termino una prueba de estas características sintiendo que estoy en un lugar que no me corresponde, que me he pasado de ambicioso y que este no es mi sitio. Debo reconocer que esos eran mis sentimientos después de acabar mis últimos dos IM. Qué haces aquí, esto no es para ti, ¿qué sentido tiene empeñarte en algo tan duro y acabar arrastrándote? Esta vez pude sentir que, aunque ni mucho menos puedo presumir de gran marca, sí puedo estar orgulloso de haber dado todo lo que podía, de haber reflejado lo que llevaba dentro, y de haber podido con la distancia, de haberme adaptado a ella y de haberme sentido dentro de la carrera durante las casi trece horas que duró. Seguro que vendrán días malos, que vendrán resultados decepcionantes. Pero ya nunca me quitará nadie la satisfacción que tuve en esos últimos kilómetros de carrera, cuando comprobaba que podía hacerlo, que iba a correr hasta el final, que iba a bajar de trece horas, y que al final estaría mi familia para abrazarme y para, por fin, poderme ver llegando feliz y orgulloso.

Para acabar, no quiero despedirme sin alabar al Triathlon Vitoria-Gasteiz, que me ha parecido una prueba de organización inmejorable, sin nada que envidiar, al contrario, cualquier triatlón “grande” de larga distancia. No sólo el recorrido y el entorno ayuda -correr por Vitoria es una gozada-. Es que el nivel de los voluntarios es espectacular. No es que te solucionaran cualquier duda o problema al momento, es que incluso se anticipaban a lo que les ibas a pedir, y se ofrecían incluso antes de que hiciera falta. Además, numerosísimos en todos los avituallamientos, transiciones y puestos de atención, siempre con una palabra agradable para el que estaba sufriendo. Si nunca me gusta criticar a los organizadores de las carreras, porque hacen una labor sin la que nosotros no podríamos salir a divertirnos ese día, en este caso no es sólo agradecerles que organicen una carrera y me den la posibilidad de practicar mi deporte. Es que lo hacen tan bien, y sobre todo con tantas ganas y tanta ilusión, que realmente merecen que sea destacado. Gracias a todos los voluntarios de esta gran prueba.

Y ahora, si es que habéis conseguido llegar hasta aquí -si mando este artículo a Jot Down, lo rechazan por largo-, ya no me queda nada más que decir que agradeceros a vosotros también que os hayáis interesado por leer estas experiencias, y por los ánimos que todos me habéis transmitido.

lunes, 10 de agosto de 2015

A POR MI SEGUNDO IRONMAN. II LA CARRERA

A punto

Aunque el despertador debía sonar a las 4.30, 15 minutos antes ya estaba en pie y desayunando. Antes de las 5.30 llegaba a la campa de salida. La cerraban a las 6.30, y la salida de los grupos de edad estaba prevista para las 7.10. Y aunque parezca mucho tiempo, la hora y pico que pasas preparando la salida no se hace larga ni mucho menos, al contrario, siempre falta algo de tiempo.

Primero es fijar a la bici toda la comida que vas a tomar durante ese trayecto –cuatro barras de Powerbar-. Luego hinchar las ruedas –ay, las ruedas-. Repasar frenos y cambios, aunque sea por encima. Acercarte a despedir a tus últimos fluidos corporales antes de ponerte el neopreno. Embutirte el traje, darte vaselina donde hay roce, guardar la ropa de calle en la bolsa correspondiente… A las 6.30 en punto terminé y me encaminé hacia la salida del segmento de natación.

El río Mosa



Nadamos en el río Mosa. Un río impresionante, no sabría calcular la anchura con precisión, pero yo creo que cerca de 300 metros sí que tiene. Ya el día antes impresionaba verlo desde arriba. Se trataba de llegar hasta una pequeña isla a 1500 metros desde el comienzo, hacer una salida australiana –es decir, salir del agua y volver a tirarte otra vez cerca, cruzando apenas 20 metros a pie-, nadar de vuelta 2000 metros más, pasando a la altura del comienzo, y girar de nuevo 180 grados en una boya para hacer los 300 metros restantes y salir por donde habíamos entrado.

Se apreciaba en el río la corriente, que fluía en contra del sentido en que nadaríamos los primeros 1500 metros, para luego tenerla a favor. Como nado bastante mal, suelo pasarlo regular en el agua, y aunque el neopreno es una ayuda inestimable, nadar contra corriente en un río –nunca había nadado en un río-, y sin la ventaja de flotabilidad del agua salada, me daba cierto respeto. A las 7.14 salté al agua desde una pasarela, en una salida escalonada que favorecía que no hubiera aglomeraciones al empezar, algo también de agradecer.



Ya desde el principio me sentí muy a gusto en el agua. El ritmo al que iba nadando se acercaba mucho al que yo me marcaba como objetivo más optimista, por debajo de 2:30/km. No notaba la corriente en contra, tampoco iba agobiado nadando entre mucha gente de la que pudieras llevarte un golpe. Todo iba bien. Cuando salí en los 1500 metros para volver hacia atrás, el GPS me marcaba 200 metros más de los que debería haber, lo que no es una gran desviación. Yo tiendo a desviarme mucho en mar abierto, y por lo tanto recorro siempre muchos metros de más. Al tratarse de un circuito señalizado y no excesivamente ancho, siempre tenía cerca una boya de referencia, lo que me ayudaba a nadar más recto.

La vuelta la hice prácticamente a la misma velocidad que la ida y me encontré con que conseguía terminar la natación en 1h:32’, un tiempo que hubiera firmado sin dudar en cualquier momento. Incluso, 10 minutos más también los hubiera firmado gustosamente antes de empezar. Salir del agua, mirar hacia atrás, y ver todavía mucha gente nadando me dio mucho ánimo.



El recorrido de la Amstel Gold Race

La transición fue tirando a larga, 10 minutos entre que llegas al punto donde tienes la ropa para cambiarte, te quitas el neopreno, te pones casco, calas, pulsómetro… y recorres los metros que te separan de la salida.

Los primeros kilómetros discurren suavemente, sin muchas dificultades, alguna ligera subida, alguna pequeña bajada, carretera generalmente en buen estado. Conseguí mantener un ritmo muy bueno para mí, superior a 28 km/h, cercano a los 29. Iba concentrado, con las pulsaciones controladas por debajo de 130 ppm. A partir de los 30-35 kms el recorrido cambia un poco. Se pasa por varias ciudades, el recorrido es más virado, incluso hay varias zonas de adoquines un poco incómodas. Y aparecen las dos primeras subidas más pronunciadas, aunque nunca de más de un kilómetro. Resulta más incómodo el callejeo por varias urbanizaciones y centros de la ciudad, con giros de 90 grados muy frecuentes y con zonas de adoquín, que las subidas. Pero, en cualquier caso, ya resulta un poco más complicado mantener el ritmo. Aún así, seguía por encima de los 28 km/h.

El último tercio de la carrera es más complicado. Ahí está la subida a Cauberg Hill, la más complicada de la carrera, cuando quedan poco más de diez kilómetros para la llegada. Son casi dos kilómetros, de los que el más complicado es el primero, con porcentajes de entre el 12 y el 13%. A partir de los 800/900 metros, aunque la subida continúa, suaviza muchísimo, y se lleva sin ningún problema. De hecho, sólo la segunda vez que se sube, cuando ya llevas 170 kilómetros en las piernas, es más dura. Ahí sí vi algún ciclista andando empujando la bici. Pero lo cierto es que para mí, que no soy ni mucho menos un escarabajo subiendo, no fue nada dura.



Después de la subida ya quedan diez kilómetros, con una pequeña rampa, pero en franco descenso, que hace que se llegue a Maastricht para acabar los primeros 90 kilómetros muy rápidamente. Aunque, eso sí, pasando por un tramo de cerca de un kilómetros de pavés, a la entrada a la ciudad, realmente desagradable.

Cuando pasé por la línea de meta, llevaba 3 h 21’ y, según mi GPS, había hecho 3 kilómetros de más. Aunque la velocidad me había bajado un poco en esa última zona, todavía llevaba un envidiable –para mí, obviamente- 27,4 km/h de media. Llevaba ya 5 horas de carrera, y empezaba a hacer mis cálculos razonables, más bien cuentos de la lechera, de que podría estar sobre las 14 horas para acabar. El agua me había salido bien, en bici iba también por encima de mis previsiones con unas pulsaciones sostenidas más que razonablemente en las 130 ppm. Todo era optimismo a las 12 del mediodía del domingo 2 de agosto. El recorrido me había parecido bonito, con la exuberancia vegetativa de esa zona, había visto ya más vacas que en toda mi vida y, aunque se publicitaba el recorrido como coincidente con el de la Amstel Gold Race, la clásica ciclista, lo cierto es que me no me pareció duro en absoluto. La dureza la iban a ponerla factores, digamos, propios.

Empecé la segunda vuelta como la primera, controlando pulsaciones y aprovechando las rectas para recuperar un poco la media. Sabía que no iba a poder hacer la segunda vuelta a la misma velocidad que la primera, pero sí esperaba llegar a la zona de las últimas subidas con una media cercana a los 27 km/h, de manera que al final estuviera sobre los 26, para hacer 7 horas peladas.

Sin embargo, todos mis planes, todas mis previsiones, todas mis buenas sensaciones, todo mi optimismo e, incluso, todas mis ganas de acabar, se fueron al traste hacia el kilómetro 100 de carrera. En una pequeña subida pinché. Bajonazo tremendo. Un pinchazo no tiene por qué ser un gran problema, en 8-10  minutos da tiempo de sobra a cambiar la rueda y reanudar la marcha. Pero no fui capaz.

Este año no había sufrido ni un solo pinchazo en todas las salidas que he tenido.  Hasta que hace tres semanas tuve el primero del año. Pensé, bueno, mejor que haya sido hoy. Un alambre perforó la cubierta, así que con temor a que el agujero se fuera haciendo más grande, fui a cambiar la cubierta. En el taller me dijeron que además de la cubierta estaba mal el fondo de llanta, y también lo cambiaron.

El día que fui a recoger la bici del taller, donde también le dieron un repaso, salí a dar una vuelta. Cuatro pinchazos en 8 kilómetros. El fondo de llanta que me habían cambiado iba mal, se movía, pellizcaba la cámara, y se pinchaba. Vuelta a cambiarla, y revisión de la cubierta, por si era culpa de la cubierta, que era muy profunda. La probé dos veces antes de salir para Holanda, y ninguna de las dos me dio problemas.

El caso es que no sé si tuvo algo que ver con esos cambios, pero en carrera volví a pinchar. Con el problema de que la cubierta nueva, efectivamente, era muy profunda. No la había cambiado hasta ese momento. Y comprobé entonces que me costaba mucho sacarla. Me estaba destrozando los dedos y no conseguía sacar la puta cubierta. Después de muchos esfuerzos, de dos cortes en los dedos, y de ponerme cada vez más nervioso, conseguí quitar la cubierta, cambiar la cámara, hinchar la rueda y salir de nuevo a rodar.

Cuando miré el tiempo que había perdido, se me vino el mundo abajo. Más de 25 minutos. Me habían pasado no menos de 60 personas en ese rato. Me entró una desolación tan profunda que se me quitaron las ganas de seguir. Sé que hacer media hora más o menos, tardar 14 ó 15 horas es poca cosa. Que no tiene importancia, frente al logro de conseguir terminar. Pero de nada sirven los razonamientos cuando llevas cinco horas a solas haciendo cálculos y, de repente, ves que te quedan diez más para seguir rumiando tus desgracias. Me hacía ilusión mejorar mi tiempo de Niza y me veía capaz de acercarme a las 14 horas, con fuerzas, me motivaba mucho. Y aunque 14 horas es un tiempo tan sumamente mediocre en un Ironman como 15, para mí sí que significaba mucho. Y veía que se me había escapado la posibilidad. Incluso me veía fuera de carrera sin poder remediarlo.

Debo reconocer que me viene abajo estrepitosamente. Más que físicamente, me hundí mentalmente. No fui capaz de volver a encontrar la concentración para recuperar el ritmo. Alternaba fases de ligero ánimo, de aún estas en carrera, vamos, con otras de no voy a ningún lado, para qué seguir sufriendo si antes o después voy a volver a pinchar y ahí se acaba todo definitivamente. Realmente, estaba convencido de que antes o después volvería pinchar y no podría terminar. Cuando cambias la rueda, le das aire con la bomba manual de la bici, y eso no te permite meterle mucha presión. Me tocó parar otras tres veces para darle aire a la rueda, me daba la impresión de que perdía aire de lo floja que iba. Parada, arrancada. Parada, arrancada. Y mientras, dándole vueltas a mi desgracia.

Lo cierto es que esas 4 horas en bici fueron muy duras. Toda la carrera, hasta los últimos 30 minutos, lo fue. Iba con la neurosis de que volvería a pinchar pronto, y veía que no conseguía mejorar la media de rodaje y que iba a hacer un tiempo desastroso. Y, sobre todo, tenía la sensación de que iba a ser inútil, de que todo iba a ser en vano, que a cinco, diez, quince kilómetros de llegar volvería a pinchar y todo acabaría.

No sé ni cómo aguanté esas cuatro horas. Saber que mi familia me esperaba en la llegaba a la bici, y que esperaban verme entrar en meta, fue mi único horizonte. Si ellos no hubieran estado, creo que habría abandonado. Tal era mi desánimo. Ye eso que no nunca he abandonado una carrera: en diez años corriendo maratones, medias, Ironman y Half, nunca dejé a medio a una carrera. Pero creí que ésta iba a ser la primera. Pero conforme iban pasando kilómetros, empecé a recuperar un poco la esperanza, aunque o hasta que no entré en las calles de Maastricht al final de la segunda vuelta no tuve la certeza de que iba a poder acabar el recorrido en bicicleta.

Al final, 7h59’ en los 180 kilómetros, a menos de 23 km/h, muy lejos de que esperaba. Con el tiempo empleado en la transición, hizo que empezara a correr a los 42 últimos kilómetros con poco menos de 10 horas transcurridas. Las últimas 4 y media, muy duras. Física y, sobre todo, mentalmente.



El maratón

Ya desde el principio me di cuenta de que tampoco iba a ser mi día en la carrera. Salí a correr sin ningunas ganas, al contrario de Niza, donde me bajé de la bici con ganas de comerme la carrera, y al menos los primeros kilómetros los hice muy ilusionado. En Maastricht me di cuenta de que lo que me quedaba por delante era tan duro, o más, como lo que había pasado.

El recorrido de carrera no es muy atractivo. Se recorren unos pocos kilómetros paralelos al río, pero en una zona despoblada de gente. Después se sube una pequeña colina a través de un parque para, después de callejear un poco, volver a afrontar una subida muy exigente, de cerca de 300 metros, aunque parezcan 3000. Se pasa por una zona urbanizada para, al final, hacer poco más de un kilómetro por un camino rural despoblado, hasta llegar a un punto con giro de 180 grados, que marca 7 kilómetros desde la salida. De ahí, vuelta por un recorrido en paralelo hasta casi el final, donde nos desviamos por las calles del centro, de un empedrado insufrible para los pies, pasando junto a la meta. Momento en que se cierra la vuelta de 14 kilómetros. Y quedan otras dos, obviamente.

El recorrido no es el más favorable. Y tampoco el más agradable, sobre todo si eres de los últimos 25 o 30 que quedan en carrera en la última vuelta y te pasas casi la mitad del tiempo corriendo solo en zonas con poca, o incluso con ninguna, iluminación. Lo único favorable era el magnífico público que cubría algunos puntos del recorrido. Lo cierto es que la mayor parte del recorrido se hacía desprovisto de gente. Pero allí donde se agrupaba, lo cierto es que resultaba un apoyo muy de agradecer. Gente que no se limitaba a ver pasar a los corredores, sino que animaban de verdad, gritaban, sentías que te apoyaban. Y que, además, esperaron hasta el final. Me resulta especialmente de agradecer que todavía quedara gente que te llamaba por tu nombre hasta el final, en las zonas más apartadas del circuito. También muy destacable la labor de los voluntarios de los avituallamientos, muy animosa y agradecida. El único punto en contra es que se concentran 6 ó 7 puestos entre el kilómetro 3 y el 9 de cada vuelta, aproximadamente, y luego se pasan muchos kilómetros con único avituallamiento, el cercano a meta.

La primera vuelta fue medio decente. Conseguí correr, aunque muy despacio,  parando sólo en alguno de los avituallamientos a beber y comer algo. Pero cuando pasé el medio maratón, en la mitad de la segunda vuelta, fue como si me hubieran frenado en seco. Me quedaban aún 20 kilómetros y apenas podía hacer poco más que andar. Tenía unos calambres horrorosos en los cuádriceps, no sé si las paradas y arrancadas en la bici me afectaron, pero lo cierto es que me dolían mucho las piernas. Llegué muy retrasado al final de la segunda vuelta y, honestamente, no me vi capaz de dar la tercera entera. 14 kilómetros me parecían mucho más de lo que podía aguantar. Cuando vi a mi familia me derrumbé, no podía seguir. Por suerte, mi mujer no me dejó. Ni se te ocurra, si hace falta vamos al lado de ti, pero no te sales ahora ni de broma.



No les dejé acompañarme, claro, pero aunque lo intentaba, no podía correr más de 200 metros seguidos. Estaba exhausto. No podía más. No creía ni poder acabar antes de las 16 horas –el tiempo máximo para finalizar estaba en 17 horas-. Y así fui hasta que, no sé cómo, en el kilómetro 33, después de parar a orinar, de repente me di cuenta de que podía correr. De que las piernas me respondían. Y empecé a correr de nuevo. Hice casi 9 kilómetros de tirón sin parar, y al mejor ritmo por vuelta desde que empecé. Me salieron kilómetros a menos de 6 minutos, cerca de 5’40’’, cuando al empezar a correr iba a cerca de 7’. Pasé a varios corredores en ese rato, que se arrastraban tan destrozados como lo estaba yo minutos antes. Y creo que incluso disfruté un rato para acabar la carrera, cuando empecé a comprender que, aunque no iba a poder acercarme a esas 14 horas que esperaba, incluso que no podría bajar el tiempo de Niza, sí que iba a poder acabar la carrera y ser finisher de nuevo. Y, además, que iba a hacerlo corriendo y siendo consciente de lo que me pasaba en cada momento. Y de que mis hijos me iban a poder ver entrar en meta por fin, ya que en Niza no estuvieron. Al final, 5h51’ de sufrimiento en el maratón, y un tiempo total de 15h42’, 16’ peor que en Niza.



Además, pude cumplir la promesa de entrar en meta del Ironman con la bandera del Elche. Aunque la foto no se ve muy clara, podéis creerme, fue así. Por lo menos, creo que puedo presumir de ser el único que ha entrado en meta de un Ironman con la bandera del Elche. Y, claro, siempre tengo el orgullo de haber sido el primer ilicitano en haber acabado el Ironman de Maastricht. Aunque sólo sea porque esta fue la primera edición, y yo era el único ilicitano que corría.




En resumen, ésta es la crónica de mi carrera. No puedo negar que he acabado con una sensación agridulce. Ya que aunque conseguí sufrir y terminar, no lo hice de la manera en que esperaba. De momento, no tengo previsto hacer más Ironman. Me dejó muy mal sabor de boca la desolación que sentí con la avería. Más que enfado, fue una sensación de desamparo muy grande. De no depender de mí mismo en exclusiva, de estar siempre a expensas de una avería, de una caída, de cualquier cuestión externa que te deje sin poder pelear por el objetivo por el que estás entrenando un año. Y lo cierto es que no me gustó. Así que abro un periodo de reflexión para ver hacia donde me encamino la temporada que viene. Se admiten sugerencias.