CRONICA DE UN DESVARIO.
AVENTURAS Y DESVENTURAS DE UN TRIATLETA GLOBERO.
(IV) EL ENTRENAMIENTO
En buena lógica, esta entrada debería haber ido situada en tercer
lugar, antes de la crónica de la carrera. Pero la semana previa se me echó el
tiempo encima y no me dio tiempo a escribirla en condiciones. Así que vaya
ahora como cierre de estas cuatro entradas dedicadas a la experiencia del
Ironman, en lugar de ir como previa a la carrera. Sirva tanto como resumen y
recordatorio destinado a mí mismo –para que no se me olvide nunca- como una
muestra a la que pueda acceder cualquiera que pueda estar pensando en preparar
algo semejante. Espero que le sea de
utilidad aunque, ojo, esto es lo que he necesitado yo, probablemente
habrá quien haya entrenado más y, supongo, también habrá quien haya entrenado
menos. Pero, con lo que ahora resumo, yo tenido suficiente para acabar la
prueba razonablemente entero.
Para preparar la carrera, y desde que el 29 de julio de 2013 –justo 11
meses antes del Ironman- me lancé por
primera vez a la piscina –literal y metafóricamente-, he entrenado más o menos
una media de seis días a la semana, con 8-9 sesiones de entrenamiento a la
semana. Es decir, doblando siempre algún día de la semana. Ha habido semanas
que no he descansado ningún día, y otras que he descansado dos –enfermedades o
lesiones aparte, que tampoco he tenido casi-.
Los entrenamientos no han tenido una duración homogénea ya que, desde
los 30 minutos de las sesiones de gimnasio hasta las 11 horas de la tirada más
larga, ha habido de todo. Pero sí se podría establecer que, más o menos, la
duración estándar de cada uno era de una hora.
Los primeros cinco meses seguí un plan más o menos genérico, destinado
en la bicicleta a poco más que acostumbrar mi cuerpo a la postura y el nuevo
tipo de esfuerzo, así como a ir cogiendo algo de técnica en la natación. A
partir de ahí, sí que seguí un plan más específico, que me preparó Quique, y
que he cumplido, si no a rajatabla –esto es bastante complicado-, sí en un
porcentaje cercano al 90%. Seguro que podría haber entrenado más, o mejor.
Pero, echando la vista atrás, compruebo que he entrenado mucho.
En números gruesos, he entrenado 273 días, 321 sesiones, cerca de 425
horas en total. De ellas, 110 han sido nadando, 209 en la bici, y 104 para la
carrera. En distancia, han sido 180 km de natación –más o menos, como si nadara
desde el cabo de Santa Pola hasta Ibiza-. 4615 km de bici –la distancia por
carretera entre Nueva York y Los Angeles, aproximadamente- Y 1052 km de carrera
–casi, casi, como si hubiera ido de Elche a Niza corriendo-.
Recuerdo muchos momentos buenos, y también otros tantos malos. Entre
los recuerdos más fuertes que tengo, cronológicamente, me aparece el del primer
día que cogí la bici, el 14 de agosto del año pasado. Fui por la Vía Parque y conseguí
llegar a subida que hay en la rotonda después de IFA a malas penas. La vuelta
se me hizo dura. Apenas recorrí 25 kilómetros.
Las primeras salidas al mar son recuerdos muy agradables, he
descubierto con el entrenamiento que me gusta nadar en el mar –tanto como me
desagrada nadar en la piscina-. Si el agua está limpia, es impresionante la
sensación. También recuerdo la primera tirada larga de bici que hice, a
Abanilla volviendo por los Hondones, 120 kilómetros en los que acabé con buenas
sensaciones.
También una salida a Pinoso, el primer fin de semana de noviembre, que
creo que fue el día más frio de toda la temporada. Cuando llegamos allí un
termómetro marcaba 3 grados. El bocadillo de magra con tomate y tortilla de
patatas todavía lo recuerdo.
Las primeras transiciones que hice me fueron razonablemente bien. Una,
aprovechando el 10K del Gran Alacant, donde corrí a gusto. Otra, en la media de
Elche, en la que corrí creo que con las mejores sensaciones de todo el año,
haciendo 1:45.
En la parte dura he tenido varios momentos en los que he tenido muchas
dudas. El peor de todos fue cuando hice el Arenales 113. No me encontré bien en
ningún momento de la carrera, y las sensaciones cuando me bajé de la bici
fueron horribles. Me llegué a plantear retrasar un año el Ironman, estaba
realmente bajo de moral después de aquel día.
Una semana antes también pasé un mal momento el día que hicimos la
salida más larga y dura del año en bicicleta, subiendo Tudóns y acumulando 4000
metros de desnivel. Tardé once horas –contando dos paradas a comer algo- y
llegué realmente muy cansado.
Después, también fue difícil el día de la primera transición larga
sufrí, cuando tuve que hacer la carrera a pie. Me quedé vacío cuando llevaba 16
kilómetros de carrera, tras haber hecho 120 de bici. Llegué tan cansado a casa
que estuve un par de horas tumbado, prácticamente sin poder moverme.
Ahora me doy cuenta de que esas malas experiencias, especialmente el
Arenales 113, me han ayudado mucho a centrarme en la carrera, a ponerme los
pies en el suelo, y me han enseñado a dosificar esfuerzos y a recordar que
siempre, siempre, queda lo más duro al final.
Incluso de las averías he aprendido. Ya que he aprendido a cambiar
cámaras pinchadas en un momento. Y, sobre todo, la rotura del radio que tuve el
día que subíamos el Canalí me ayudó muchísimo a que, cuando en el Ironman me
pasó lo mismo, supiera qué tenía que hacer, cómo solucionarlo y poder seguir en
carrera. Quién me iba a decir aquel día que romper un radio era lo mejor que me
podía pasar.
En resumen, esto ha sido todo. El camino ha sido largo y duro aunque,
si os soy sincero, no más de lo que imaginaba. Y, aunque a ratos sí lo he
pasado verdaderamente mal, lo cierto es que no me arrepiento lo más mínimo de
todo lo que he pasado. La recompensa, sin duda, mereció mucho la pena.
Cómo mola. Gracias por contarlo, Santi!
ResponderEliminarGracias a ti por leerlo... y por comentar, que siempre se agradece saber que hay alguien al otro lado.
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