CRONICA DE UN DESVARIO.
AVENTURAS Y DESVENTURAS DE UN TRIATLETA GLOBERO.
(II) LA DECISION
Tal y como venía diciendo, lo cierto es volver a preparar un maratón
me motivaba poco. Y la preparación de la carrera sin demasiadas ganas, como ya
había comprobado en el Maratón de Castellón, no sólo se hacía más dura de lo
que ya de por sí era, sino que conllevaba también una carrera sin ningún
disfrute.
En estas andaba cuando me encontré, mes de julio del año pasado, con
un reportaje en televisión sobre el Ironman de Niza. Me impresionó. No sólo por
la dureza de la prueba, sino también por lo espectacular que resultaba. 2500
personas lanzándose a nadar al mar al mismo tiempo. Las subidas por puertos con
vistas espectaculares, en plena zona de prealpes de Niza. Y las llegadas,
sobradas o agónicas, corriendo a lo largo de Paseo Marítimo, junto al mar –en el
video se puede revisar el programa que yo vi aquel día-. Decidí en aquel
momento que quería correr algún día esa prueba. Lo que no imaginé es que me
llegaría la oportunidad tan pronto.
Solo unos días después, mi amiga Mónica me dijo que pensaba apuntarse
al Ironman de Niza para junio de 2014 junto con varios compañeros del Club
Ilicitano de Triatlón. Como sabía que me apetecía probar el triatlón –y a ella
le gusta mucho hacer proselitismo- me animó a que me apuntara con ellos. Lo
cierto es que a mí tampoco hace falta mucho para convencerme. Y aquello empezó
a dar vueltas en mi cabeza.
Me llevó a su club y hablé con Rafa, que me dijo que, con la base de
carrera que tenía, si entrenaba lo que tenía que entrenar –que sería mucho-
podía acabarlo perfectamente, en un tiempo cercano a las 15 horas –el corte es
de 16 horas-. Sólo me faltaba ese empujón. ¿Cuándo puedo empezar? pregunté.
Mañana mismo, me contestó. Así que al día siguiente, 29 de julio, justo once
meses antes de la prueba, empecé a entrenar, lanzándome a la piscina. Dos
semanas después, el 14 de agosto, cogía la bici por primera vez.
Debo aclarar que, aunque tenía base de carrera, las otras dos
disciplinas me eran casi completamente ajenas. Mi experiencia con la natación
se reducía a unos cursos de natación con 6 años y una carrera con 8 en la que,
tras quedar último, cogí una aversión a esa disciplina que aún me dura. Por su
parte, nunca monté más que muy puntualmente en alguna bicicleta de carretera
que me prestaron, y mi mayor experiencia en MTB fue cuando, hace 14 años,
decidí que haría el Camino de Santiago en bici. Sin haberlo preparado, con una
bici prestada que pesaba casi más que yo, efectivamente lo hice, 8 días, solo.
Cuando llegué a Santiago juré que no volvería a coger una bicicleta en mi vida.
No soy muy de fiar en mis juramentos, como podéis comprobar.
El caso es que sabía nadar –lo justo para no ahogarme- y sabía
pedalear –lo justo para no caerme-. Pero poco más. Empezaba casi de cero en
ambas disciplinas. Y, como pude comprobar, mi “estilo” –por llamarlo de alguna
forma- de natación era horrible –por ser diplomático-. Y mis fuerzas en la
bicicleta me dieron, el primer día, sólo para llegar a la pequeña subida que
hay en la Vía Parque a la altura de IFA y, con la lengua fuera, volver a trote
cochinero desde ahí.
Me han dicho muchas veces que si no es un poco excesivo fijarse como
objetivo, directamente, una prueba tan ambiciosa sin tener experiencia previa
en el triatlón. Si no sería lo lógico que correr un Ironman fuera el resultado
de una evolución previa, y no una meta inicial. Otras veces, no ha hecho falta
que me lo dijeran. La cara con la que me han mirado después de anunciar mi
objetivo ha sido lo suficientemente despectiva como para saber perfectamente lo
que opinaban de mi intención.
Es muy probable que tuvieran razón. De hecho, durante estos 11 meses
de preparación, muchas veces he pensado que me había equivocado, que debería
haber estado al menos un año haciendo triatlones de menor distancia para,
posteriormente, decidir si quería o no realmente ir a por un larga distancia.
Esa sería la vía lógica y razonable, entiendo ahora. El camino correcto hacia
el Ironman.
Pero, por un lado, como las plazas se acababan tan pronto, tuve que
inscribirme a finales de octubre, apenas empezada la preparación. Lo que ya me
obligaba mucho. Esa era la “excusa” oficial –en realidad, se puede anular la
inscripción recuperando parte del dinero-.
Por otro lado, y esta es sin duda la razón principal, el reto que me
motivaba era hacer el Ironman, conseguir terminarlo, y no sólo practicar un
nuevo deporte, hacer un triatlón, cualquier otro triatlón. Ahora le he cogido
cierto gusto, sobre todo a la bici, y también a la natación en el mar –son las
dos cosas que más me gustan de lo que hago, especialmente el mar-. Pero,
inicialmente, no me planteaba el disfrute en la preparación, sino la obligación
para la consecución del objetivo. Disfrutar haciéndolo era algo que no se
valoraba.
Tal vez porque venía de estar nueve años corriendo habitualmente, de
preparar muchas carreras, en las que no disfrutaba con la preparación. Mi única
satisfacción era acabar la carrera, eso era lo que compensaba todo el
sacrificio previo. Yo no soy de los que corren por el simple placer de correr,
no he encontrado en nueve años esa auto-satisfacción. Cruzar la meta en Madrid
o en Barcelona. Correr por Central Park en Nueva York o en la Playa de la
Concha en San Sebastián. Eso era lo que me hacía disfrutar. Pero el
entrenamiento no era parte de ese disfrute.
Por eso, nunca pensé que preparar el triatlón fuera a hacerme disfrutar.
Y lo cierto es que a ratos he disfrutado más de los entrenamientos en bici que
con los de la carrera a pie. Y he descubierto lo hermoso que es nadar en el mar
abierto. Pero, no nos engañemos, el 80% de los entrenamientos han sido de
escaso disfrute, incluyendo ahí el 100% de los entrenamientos de natación en
piscina.
Así que, preparado como estaba para sufrir entrenando, para
sacrificarme para conseguir el objetivo que me había planteado, lo cierto es
que puedo decir que he preparado la carrera a conciencia. He hecho
entrenamientos largos y duros, he tenido constancia, he sacado muchas horas
para entrenar. Y, al margen de que luego la prueba me salga bien, mal o regular,
he dado casi todo lo que podía para conseguir el objetivo. Y, salvo que me
lleve una gran sorpresa el domingo 29 de junio, creo que puedo decir que, con
la base aeróbica que tenía con la carrera, la preparación de un año es
suficiente para terminar la prueba decentemente. En la próxima entrega contaré
por encima qué he hecho este año.
En fin, sé que no voy a hacer un gran tiempo, que probablemente
entraré pasadas las 15 horas, y que tendré que correr con cabeza el maratón
para no desfondarme y quedarme en el intento. Para mí será suficiente con acabarlo
dentro del tiempo de corte y hacerlo con la cabeza alta, habiendo disfrutado
del trayecto.
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