CRONICA DE UN DESVARIO.
AVENTURAS Y DESVENTURAS DE UN TRIATLETA GLOBERO.
(IV) EL ENTRENAMIENTO
En buena lógica, esta entrada debería haber ido situada en tercer
lugar, antes de la crónica de la carrera. Pero la semana previa se me echó el
tiempo encima y no me dio tiempo a escribirla en condiciones. Así que vaya
ahora como cierre de estas cuatro entradas dedicadas a la experiencia del
Ironman, en lugar de ir como previa a la carrera. Sirva tanto como resumen y
recordatorio destinado a mí mismo –para que no se me olvide nunca- como una
muestra a la que pueda acceder cualquiera que pueda estar pensando en preparar
algo semejante. Espero que le sea de
utilidad aunque, ojo, esto es lo que he necesitado yo, probablemente
habrá quien haya entrenado más y, supongo, también habrá quien haya entrenado
menos. Pero, con lo que ahora resumo, yo tenido suficiente para acabar la
prueba razonablemente entero.
Para preparar la carrera, y desde que el 29 de julio de 2013 –justo 11
meses antes del Ironman- me lancé por
primera vez a la piscina –literal y metafóricamente-, he entrenado más o menos
una media de seis días a la semana, con 8-9 sesiones de entrenamiento a la
semana. Es decir, doblando siempre algún día de la semana. Ha habido semanas
que no he descansado ningún día, y otras que he descansado dos –enfermedades o
lesiones aparte, que tampoco he tenido casi-.
Los entrenamientos no han tenido una duración homogénea ya que, desde
los 30 minutos de las sesiones de gimnasio hasta las 11 horas de la tirada más
larga, ha habido de todo. Pero sí se podría establecer que, más o menos, la
duración estándar de cada uno era de una hora.
Los primeros cinco meses seguí un plan más o menos genérico, destinado
en la bicicleta a poco más que acostumbrar mi cuerpo a la postura y el nuevo
tipo de esfuerzo, así como a ir cogiendo algo de técnica en la natación. A
partir de ahí, sí que seguí un plan más específico, que me preparó Quique, y
que he cumplido, si no a rajatabla –esto es bastante complicado-, sí en un
porcentaje cercano al 90%. Seguro que podría haber entrenado más, o mejor.
Pero, echando la vista atrás, compruebo que he entrenado mucho.
En números gruesos, he entrenado 273 días, 321 sesiones, cerca de 425
horas en total. De ellas, 110 han sido nadando, 209 en la bici, y 104 para la
carrera. En distancia, han sido 180 km de natación –más o menos, como si nadara
desde el cabo de Santa Pola hasta Ibiza-. 4615 km de bici –la distancia por
carretera entre Nueva York y Los Angeles, aproximadamente- Y 1052 km de carrera
–casi, casi, como si hubiera ido de Elche a Niza corriendo-.
Recuerdo muchos momentos buenos, y también otros tantos malos. Entre
los recuerdos más fuertes que tengo, cronológicamente, me aparece el del primer
día que cogí la bici, el 14 de agosto del año pasado. Fui por la Vía Parque y conseguí
llegar a subida que hay en la rotonda después de IFA a malas penas. La vuelta
se me hizo dura. Apenas recorrí 25 kilómetros.
Las primeras salidas al mar son recuerdos muy agradables, he
descubierto con el entrenamiento que me gusta nadar en el mar –tanto como me
desagrada nadar en la piscina-. Si el agua está limpia, es impresionante la
sensación. También recuerdo la primera tirada larga de bici que hice, a
Abanilla volviendo por los Hondones, 120 kilómetros en los que acabé con buenas
sensaciones.
También una salida a Pinoso, el primer fin de semana de noviembre, que
creo que fue el día más frio de toda la temporada. Cuando llegamos allí un
termómetro marcaba 3 grados. El bocadillo de magra con tomate y tortilla de
patatas todavía lo recuerdo.
Las primeras transiciones que hice me fueron razonablemente bien. Una,
aprovechando el 10K del Gran Alacant, donde corrí a gusto. Otra, en la media de
Elche, en la que corrí creo que con las mejores sensaciones de todo el año,
haciendo 1:45.
En la parte dura he tenido varios momentos en los que he tenido muchas
dudas. El peor de todos fue cuando hice el Arenales 113. No me encontré bien en
ningún momento de la carrera, y las sensaciones cuando me bajé de la bici
fueron horribles. Me llegué a plantear retrasar un año el Ironman, estaba
realmente bajo de moral después de aquel día.
Una semana antes también pasé un mal momento el día que hicimos la
salida más larga y dura del año en bicicleta, subiendo Tudóns y acumulando 4000
metros de desnivel. Tardé once horas –contando dos paradas a comer algo- y
llegué realmente muy cansado.
Después, también fue difícil el día de la primera transición larga
sufrí, cuando tuve que hacer la carrera a pie. Me quedé vacío cuando llevaba 16
kilómetros de carrera, tras haber hecho 120 de bici. Llegué tan cansado a casa
que estuve un par de horas tumbado, prácticamente sin poder moverme.
Ahora me doy cuenta de que esas malas experiencias, especialmente el
Arenales 113, me han ayudado mucho a centrarme en la carrera, a ponerme los
pies en el suelo, y me han enseñado a dosificar esfuerzos y a recordar que
siempre, siempre, queda lo más duro al final.
Incluso de las averías he aprendido. Ya que he aprendido a cambiar
cámaras pinchadas en un momento. Y, sobre todo, la rotura del radio que tuve el
día que subíamos el Canalí me ayudó muchísimo a que, cuando en el Ironman me
pasó lo mismo, supiera qué tenía que hacer, cómo solucionarlo y poder seguir en
carrera. Quién me iba a decir aquel día que romper un radio era lo mejor que me
podía pasar.
En resumen, esto ha sido todo. El camino ha sido largo y duro aunque,
si os soy sincero, no más de lo que imaginaba. Y, aunque a ratos sí lo he
pasado verdaderamente mal, lo cierto es que no me arrepiento lo más mínimo de
todo lo que he pasado. La recompensa, sin duda, mereció mucho la pena.
miércoles, 2 de julio de 2014
CRONICA DE UN DESVARIO.
AVENTURAS Y DESVENTURAS DE UN TRIATLETA GLOBERO.
(III) EL IRONMAN
Cuando en el kilómetro 151 del recorrido de bici la rueda de atrás me
patinó en una curva hacia la derecha, en medio de una larguísima bajada, y me
fui al suelo, llevaba ya 75 kilómetros pensando que no podía haber tenido peor
suerte. En las décimas de segundo en las que mi cuerpo se arrastraba 20 metros
por el asfalto y veía la bicicleta estamparse contra un muro, creí que me
equivocaba, que todavía podía tener peor suerte. Sin
embargo, cuando comprobé que la bici seguía funcionando y
que yo no tenía otra cosa que heridas superficiales, sangre y rasguños, pero
que podría continuar, me di cuenta de que me había equivocado. No
tenía mala suerte aquel día. Tenía una suerte buenísima.
En el kilómetro 75, después de acabar la subida al Col de l’Ecre, rompí
un radio de la rueda trasera. Me costó mucho trabajo sacarlo, porque se había
enredado en la cadena. La cadena no se rompió
y la rueda seguía girando. Pocos kilómetros después, la rueda trasera volvió a hacer ruido. Paré,
temiéndome la rotura de otro radio. No vi ningún radio roto. Después de otras dos
paradas, vi que la zapata trasera del freno se había soltado del tornillo,
colgaba contra la llanta y se había deformado un poco. Con las llaves allen
conseguí apañarlo y seguir rodado, aunque la bici ya no frenaba bien.
Por aquel entonces ya hacía rato que había comenzado a llover. Por
momentos, diluviaba, cortinas de agua que dificultaban incluso ver bien la
carretera. Las averías en la bicicleta me aconsejaban no arriesgar bajando, porque
la rueda trasera se movía mucho y no me fiaba del freno. Y casi todo lo que quedaba
de ahí en adelante era bajada. En esas estaba, lamentando mis desgracias, cuando me fui al suelo.
Ahí me di cuenta. A pesar de haber roto un radio, a pesar de haber
dañado el freno trasero, a pesar de haber descendido más de 70 kilómetros
lloviendo a cántaros, tiritando de frío, a pesar de haber caído… todavía
seguía en carrera La bicicleta respondía a los pedales, mi cuerpo no tenía nada
roto. ¿Es o no es tener una suerte buenísima conseguir terminar la carrera
después de todo eso? Así que pensé que nada me impediría llegar hasta la salida
del maratón y que, ahí ya, terminaría la carrera dentro del límite de tiempo.
El día empezó a las 4.30 de la mañana. Me desperté poco motivado. Tragué
a duras penas cuatro galletas Granola y nos encaminamos todo el grupo a la
salida. La bicicleta la habíamos dejado el día anterior en boxes, junto con dos
bolsas para las transiciones, que cogeríamos posteriormente y que incluían todo
lo necesario para cada momento.
La salida del agua es un momento muy emocionante. Es cierto que la
playa de piedras molesta, que hay que estar media hora antes de pie, sobre las
piedras, hasta que se da la salida. Pero todo se olvida cuando te lanzas al agua.
Había decidido abrirme lo máximo posible en la salida, para evitar golpes al entrar al agua. Esto obliga a recorrer más metros
en la primera vuelta, pero se gana en tranquilidad, ya que se producen más
aglomeraciones cuanto más cerca te ubicas de las boyas que delimitan el
recorrido. Además, mi tiempo previsto me aconsejaba situarme precisamente ahí,
lo más lejos posible de las boyas.
En la primera vuelta tardé 46 minutos. En la segunda, que sí nadé ciñéndome
a todas las boyas, empleé 50 minutos. Más tiempo para menos recorrido. Cosas de
la adrenalina del principio. Salí del agua en 1:36, mejor de lo que esperaba
tanto en cuanto al tiempo como al cansancio, ya que me encontraba bien y las
pulsaciones no me subieron mucho.
Tras 9 minutos de transición salí a pedalear antes de las dos horas.
Ese era mi primer objetivo. Me aseguraba que si no superaba las 8 horas en la
bici –un cálculo razonable-, tendría 6 horas para terminar el maratón y
conseguir entrar dentro del tiempo de corte. Al final, la lluvia hizo más duro
el recorrido y más de 400 personas, por un motivo o por otro, no consiguieron
acabar o superar esos tiempos de corte.
Los 180 kilómetros en bicicleta empiezan con 20 casi llanos,
ligeramente ascendentes. Ahí aparece la primera subida de la carrera, la Cote
de Condamine, sólo 500 metros pero con una pendiente del 10%. Se podía
sobrellevar, pero hubo gente que puso pie a tierra. A continuación, 25
kilómetros sin gran desnivel, pero que picaban continuamente hacia arriba. Tras
5 kilómetros de un pequeño descenso, empieza el Col de l’Ecre, que es la gran subida del
recorrido. 20 kilómetros de ascenso tendido pero constante, con una pendiente
media del 5% y rampas máximas del 8%. Un puerto precioso, para subir a ritmo, con pocos tramos muy duros pero, también, con muy pocos descansos.
Vistas espectaculares, pueblos preciosos, todo el valle a los pies… Realmente,
un tramo del recorrido para recordar. Llegando al final de la subida alcancé a
Javi, uno de los compañeros con los que compartimos la experiencia. Nos
volveríamos a ver varias veces a lo largo del día.
Después de parar unos minutos arriba para comer un bocadillo, me
preparaba ya para 70 kilómetros en los se sucedían pequeños puertos con tramos
llanos o en ligera bajada. 100 kilómetros en los que recuperaría los 1100
metros de desnivel que habíamos ascendido en los primeros 70. Un recorrido
perfecto para subir un poco la media de la bici. Sin embargo, en ese tramo
acumulé roturas y paradas que me hicieron no poder rodar tranquilo. Estaba
realmente aterrorizado por la posibilidad de que una avería me dejara fuera de
carrera. Retirarte porque has llegado a tu límite físico debe de ser duro, pero
no poder terminar teniendo fuerzas para hacerlo, más aún en tu primera prueba,
tiene que ser mucho peor.
Seguí, con mucha prudencia en las bajadas y agradeciendo las
subidas –pasé tanto frio, con la lluvia y el viento que incluso me alegraba ver
que por fin podía dar pedales y calentarme un poco-. Incluso tuve tiempo para
que otro ciclista colombiano me informara del resultado del partido de su
selección de la noche anterior, aprovechando para decirle que el Elche todos
apoyábamos a muerte a su selección, gracias a Carlos “La Roca” Sánchez. Y
también para compartir un rato de charla con un ciclista irlandés con el que
hablé de rugby, de Brian O’Driscoll y de Simon Geoghegan.
En el kilómetro 140 acaba esa zona de transición y empieza una bajada
larguísima y muy virada de 20 kilómetros. Ahí me fui al suelo. Sé el
kilómetro exacto porque el cuentakilómetros se paró en ese momento. Y en ese kilómetro
sigue todavía parado. Al final, entré de nuevo en boxes en 7:58, ajustado al
tiempo previsto. Podía haber sido menos tiempo. También podría haber sido más.
O incluso podría no haber sido. La bajada fue terrorífica, y vi a no menos de
30 ciclistas en los arcenes. A veces veía bicicletas abandonadas. Realmente,
daba miedo pensar que una de esas curvas podías dejarte no sólo la carrera,
sino algo mucho más importante. Afortunadamente, en el momento de escribir esta
crónica no he tenido noticia de ningún accidente grave. Una verdadera suerte,
aunque para muchos sí acabara la carrera en alguna de esas curvas.
Salía empezar la primera vuelta cuando mi reloj marcaba 9:56, después de
otra transición de 9 minutos que debieron haber sido algunos menos, pero que se
prolongó después de tener que pasar por el aseo. Hasta siete veces tuve que
parar durante la carrera. Otra cosa no, pero hidratado sí que iba, y había que vaciarlo. Empecé a
hacer ya cálculos mentales. Si conseguía hacer cada vuelta –de 10,55 km, ida y
vuelta de poco más de 5 a largo de un paseo que al final se hacía interminable-
en 1:15, a un ritmo de 7:15, no superaría las 15 horas. Realmente, me daba un
poco igual. Siempre quieres hacer el menor tiempo posible, pero el primer
objetivo era acabar dentro del margen permitido, así que no bajar de 15 horas
no me iba a importar lo más mínimo.
La primera vuelta la hice en 1:10, me encontraba realmente bien –dentro
de mis posibilidades- e incluso me obligué a andar en los avituallamientos,
aunque solo fuera para beber un vaso de agua y de isotónico, para guardar
fuerzas, aunque me veía entero.
Debo decir que en ese momento ya había recuperado a todos mis
compañeros de carrera. Primero vi a Mike en la carrera. Acabó haciendo un gran
tiempo, 12:34, a pesar de no poder prácticamente correr los últimos 15
kilómetros por molestias en la rodilla. Enorme, superando con sacrificio el
dolor.
Después vi a Raúl, que iba como una locomotora. 3:43 en el maratón y
11:54 al final. Corría con una soltura que me daban ganas de parar a aplaudirle
cuando pasaba al otro lado del recorrido. Realmente impresiona ver a alguien correr tan suelto cuando tú no puedes ni con los cordones de las zapatillas. Enhorabuena por ese marcón en tu primer Ironman.
A Moi, que todavía tenía fuerzas para hacer un poco el payaso cuando
pasaba cerca de las cámaras de nuestro particular club de fans –Isa, Vanessa,
Raquel y David, que se tragaron las 15 horas y pico de carrera enteras,
madrugando como el que más-, también me lo crucé varias veces. Corría tan
suelto que acabó en menos de 13 horas.
Igual que Mónica, 12:55 y puesto 26 –primera española de su grupo de
edad-. Después de hacer 1:06 en la natación, mejorando el tiempo de algunas
Pro.
Cano, a pesar de problemas físicos, también acabó muy poco por encima
de las 13 horas, y tuvo el enorme detalle de pararse a recoger un cartel de
apoyo a un familiar enfermo, asegurándose al entrar a meta que se viera bien.
Jordi también tuvo tiempo, en sus 14 horas peladas –con el meritazo de
bajar en más de 2 horas su tiempo del ironman anterior-, de pasar a recoger una
camiseta con la foto de sus hijos para entrar en meta tan orgulloso que
emocionaba verlo tan feliz.
Javi, con el que estuve toda la carrera cruzándome por delante y por
detrás, también entró por delante de mí, en poco más de 15 horas. Primero lo
adelanté en la carrera, luego me pasó él a mí, después nos volvimos a juntar…
hasta que yo ya no pude más y se fue por delante. Acabó su segundo ironman en
quince días, y esa misma noche estaba más fresco que yo a la mañana siguiente.
Será que la materia prima canaria, cuando se endurece en la península se hace
más resistente que el acero.
Sólo quedaba yo por terminar. Al final de la segunda vuelta ya me
había ido a 1:19. Llevaba dos horas y media de carrera y debía mantener ese
ritmo para poder redondear las 15 horas. En el kilómetro 25 me di cuenta de que
no podría. La tercera y cuarta vuelta las hice ya a ritmos muy parecidos, entre
44 y 46 minutos me salieron los cuatro tramos de 5,3 km, a 8:30/km. Por aquel
entonces ya había dejado de comer y casi de beber. Corría -trotaba- y andaba casi a partes iguales.
Durante la carrera me hidraté abundantemente. En la bici comía un
trozo de pan de higo o de pan de dátil cada 20 kilómetros, además de un
bocadillo a mitad de carrera. Me bebí 8 ó 10 bidones, de agua, isotónica o
incluso coca-cola. Cuando empecé la carrera a pie no me entraba nada de comida.
En los avituallamientos había agua, isotónica, Red Bull y coca-cola. También
barritas y geles, naranja, plátano y galletas saladas. Nada de eso me apetecía.
Para no quedarme vacío me obligaba a beber un vaso de agua y de
isotónico en un avituallamiento, y a comer dos galletas saladas y beber un vaso
de agua en el siguiente. Repetí este esquema durante los primeros 21
kilómetros. No obedecía a ningún plan preparado. Simplemente, me pareció
adecuado en ese momento, y era lo único que me entraba. No fui capaz de probar
un gel o una barrita –a pesar de que eran
Power Bar, los mismos que tomo habitualmente-. No quería fruta. Así que sólo me quedaban las galletas
saladas.
En el paso por la segunda vuelta me tomé el último trozo de pan de
dátil con nueces que me quedaba y no volví a comer en la carrera. Sólo bebí,
cada vez más ocasionalmente. Pero cada vez tenía más nauseas. Y hubo un par de kilómetros en los
que cada vez que arrancaba a correr me daban tales arcadas que tenía que parar.
A esas alturas, no quería que un mareo, unos vómitos, me sacaran de carrera
cuando estaba tan cerca. Así que, aun a costa de sacrificar algunos minutos,
preferí asegurar el final.
Y así llegué al kilómetro 40. Los últimos 7 se me hicieron más que
eternos. Pero me obligué a trotar, aunque fuera muy suavemente. Completé los
últimos 2195 metros corriendo, en 14 minutos. Ya era casi noche cerrada, todavía quedaba gente
animando. Pero la llegada fue un subidón impresionante. Abrumador. En el
pasillo de entrada focos que te deslumbraban, un griterío ensordecedor, las
gradas de los lados abarrotadas de gente chillando, aplaudiendo, animando. El
speaker hablando sin parar.
Sinceramente, llegué aturdido completamente. No me esperaba esa
llegada. Además, estaba saturado física y mentalmente. No me enteraba de nada.
Sólo veía luces, oía gritos. Choqué un par de manos que salían de una masa
negra de gente que gritaba. Pero no sabía qué pasaba.
Crucé la línea de meta en 15:26 minutos, ya no pude aguantar más y me
puse a llorar, roto el cuerpo y huida la mente. Ahora siento mucho no haber
estado más entero en esa llegada. Me enteré después de que varios de mis
compañeros se habían quedado a esperarme, algunos hacía más de 3 horas que
había llegado, pero después de llevar en pie desde las 4 y media de la mañana,
de haber pasado 12, 13 ó 14 horas sufriendo, todavía se quedaron a esperar que
llegáramos los dos últimos que quedábamos del grupo por entrar.
Siento no haberme dado cuenta de que eran ellos los que más gritaban
de esas gradas, los que aplaudían y que eran sus manos las que me chocaron
cuando entraba a meta –Moi, Jordi, joder, casi me tiráis al suelo-. De verdad
que no me di cuenta. No vi a Isa entre las gradas, no vi a los demás que se
habían quedado a esperarme. Si los hubiera visto, os aseguro que me habría
parado a abrazarlos, a darles las gracias por todo, y que hubiera empezado a
llorar mucho antes de haber cruzado el arco de llegada. Ahora mismo, es lo que
más lamento.
Pero todo terminó. Entré, me dieron la medalla, me hicieron la foto.
Salí de la zona de llegada. Me abracé entonces sí a mis compañeros, a Isa.
Intenté comer algo, llegué como pude al hotel. Terminé. En el teléfono, que se
había quedado sin batería, empezaron a entrar mensajes, felicitaciones. He sido
tan pesado estos meses que tenía a medio pueblo pendiente de mis andanzas, sólo
por enterarse del final de la historia.
Esto ha sido la carrera. Pero es imposible sólo contando cómo
sucedieron las cosas ese domingo 29 de junio, transmitir todo lo que he vivido
y sentido en realidad en estos cinco días. E incluso en estos once meses en los
que he estado preparando la carrera. La ilusión con la que empiezas a entrenar.
Las dudas con las afrontas las primeras pruebas. El miedo a fallarte y a fallar
a quien confía en ti, a no ser capaz. Los nervios del día de la carrera. Las
miles de sensaciones o ideas que cruzan tu cabeza durante 15 horas, desde el
amanecer hasta el anochecer. La satisfacción plena. La felicidad pura,
absoluta, sin adulterar, de cruzar la línea de meta y de ver que sí, que has
sido capaz, que lo has conseguido. La gratitud hacia todos los que te han
ayudado a conseguirlo. El alivio de ver que todo ha salido, finalmente, bien.
Sería imposible agradecer tanto a tantos sin cuya ayuda nunca podría
haber llegado hasta aquí. Sin duda, a los que me han ayudado en la preparación.
A mis profesores de natación, Ruth, Bea, Sergio, que han sudado tinta para
conseguir que mi cuerpo no fuera un trozo de plomo que se hundía sin remedio
cada vez que entraba al agua. A Rafa, que me marcó el principio del camino, y
me acompañó a lo largo de todo su recorrido. A Quique, sin cuyos entrenamientos,
consejos y atención nunca podría haber logrado domesticar mi cuerpo para que
sea capaz de hacer, mal que bien, lo que hago. A todos los que me habéis
acompañado en todas y cada una de las salidas de bici, en las carreras, en las
transiciones que hemos hecho a lo largo del año. También a los que hace 15 días
nos demostrasteis en Galicia que querer es poder y que si te lo has trabajado,
lo consigues.
Y, cómo no, también a Mónica, que fue la primera que me animó a
conseguir este reto, la primera, y creo que la única, que desde el principio
creyó que sería capaz de conseguirlo, de llegar a donde he llegado. Sin su
aliento desde aquel primer día de julio del año pasado nunca habría sido ni
siquiera capaz de pensar en estar donde estoy hoy. Gracias.
Pero, a pesar de todo lo anterior, a pesar de la ayuda, la confianza,
el tiempo, el entrenamiento… a pesar de todo, la mayor parte de lo que conseguí
el domingo se lo debo a mi familia. A Isa, que me apoyó y me ayudó desde el principio, que
nunca puso mala cara aunque me fuera domingo tras domingo a las 7 de la mañana
de casa y no volviera hasta las tres de la tarde. Que soportó que tarde tras
tarde me fuera a entrenar y volviera tarde. Que nunca me hizo sentir egoísta por
privarla de tiempo y de ayuda. Sin ese respaldo nunca habría sido capaz. También a mis hijos. Ver en sus ojos y en sus palabras la ilusión y el orgullo que tenían de que su padre fuera finisher en el Ironman es un combustible que alimenta el motor cuando no quedan otras fuerzas.
Hasta aquí ha llegado esta aventura. No se si será la primera de
muchas, o la última de unas pocas. Sólo sé que he disfrutado de ella y que, sin duda alguna, todo
el esfuerzo ha merecido con creces la pena.
PD. No puedo despedirme sin acordarme de esto... (Salgan del coche, A-HO-RA MIS-MO)
miércoles, 18 de junio de 2014
CRONICA DE UN DESVARIO.
AVENTURAS Y DESVENTURAS DE UN TRIATLETA GLOBERO.
(II) LA DECISION
Tal y como venía diciendo, lo cierto es volver a preparar un maratón
me motivaba poco. Y la preparación de la carrera sin demasiadas ganas, como ya
había comprobado en el Maratón de Castellón, no sólo se hacía más dura de lo
que ya de por sí era, sino que conllevaba también una carrera sin ningún
disfrute.
En estas andaba cuando me encontré, mes de julio del año pasado, con
un reportaje en televisión sobre el Ironman de Niza. Me impresionó. No sólo por
la dureza de la prueba, sino también por lo espectacular que resultaba. 2500
personas lanzándose a nadar al mar al mismo tiempo. Las subidas por puertos con
vistas espectaculares, en plena zona de prealpes de Niza. Y las llegadas,
sobradas o agónicas, corriendo a lo largo de Paseo Marítimo, junto al mar –en el
video se puede revisar el programa que yo vi aquel día-. Decidí en aquel
momento que quería correr algún día esa prueba. Lo que no imaginé es que me
llegaría la oportunidad tan pronto.
Solo unos días después, mi amiga Mónica me dijo que pensaba apuntarse
al Ironman de Niza para junio de 2014 junto con varios compañeros del Club
Ilicitano de Triatlón. Como sabía que me apetecía probar el triatlón –y a ella
le gusta mucho hacer proselitismo- me animó a que me apuntara con ellos. Lo
cierto es que a mí tampoco hace falta mucho para convencerme. Y aquello empezó
a dar vueltas en mi cabeza.
Me llevó a su club y hablé con Rafa, que me dijo que, con la base de
carrera que tenía, si entrenaba lo que tenía que entrenar –que sería mucho-
podía acabarlo perfectamente, en un tiempo cercano a las 15 horas –el corte es
de 16 horas-. Sólo me faltaba ese empujón. ¿Cuándo puedo empezar? pregunté.
Mañana mismo, me contestó. Así que al día siguiente, 29 de julio, justo once
meses antes de la prueba, empecé a entrenar, lanzándome a la piscina. Dos
semanas después, el 14 de agosto, cogía la bici por primera vez.
Debo aclarar que, aunque tenía base de carrera, las otras dos
disciplinas me eran casi completamente ajenas. Mi experiencia con la natación
se reducía a unos cursos de natación con 6 años y una carrera con 8 en la que,
tras quedar último, cogí una aversión a esa disciplina que aún me dura. Por su
parte, nunca monté más que muy puntualmente en alguna bicicleta de carretera
que me prestaron, y mi mayor experiencia en MTB fue cuando, hace 14 años,
decidí que haría el Camino de Santiago en bici. Sin haberlo preparado, con una
bici prestada que pesaba casi más que yo, efectivamente lo hice, 8 días, solo.
Cuando llegué a Santiago juré que no volvería a coger una bicicleta en mi vida.
No soy muy de fiar en mis juramentos, como podéis comprobar.
El caso es que sabía nadar –lo justo para no ahogarme- y sabía
pedalear –lo justo para no caerme-. Pero poco más. Empezaba casi de cero en
ambas disciplinas. Y, como pude comprobar, mi “estilo” –por llamarlo de alguna
forma- de natación era horrible –por ser diplomático-. Y mis fuerzas en la
bicicleta me dieron, el primer día, sólo para llegar a la pequeña subida que
hay en la Vía Parque a la altura de IFA y, con la lengua fuera, volver a trote
cochinero desde ahí.
Me han dicho muchas veces que si no es un poco excesivo fijarse como
objetivo, directamente, una prueba tan ambiciosa sin tener experiencia previa
en el triatlón. Si no sería lo lógico que correr un Ironman fuera el resultado
de una evolución previa, y no una meta inicial. Otras veces, no ha hecho falta
que me lo dijeran. La cara con la que me han mirado después de anunciar mi
objetivo ha sido lo suficientemente despectiva como para saber perfectamente lo
que opinaban de mi intención.
Es muy probable que tuvieran razón. De hecho, durante estos 11 meses
de preparación, muchas veces he pensado que me había equivocado, que debería
haber estado al menos un año haciendo triatlones de menor distancia para,
posteriormente, decidir si quería o no realmente ir a por un larga distancia.
Esa sería la vía lógica y razonable, entiendo ahora. El camino correcto hacia
el Ironman.
Pero, por un lado, como las plazas se acababan tan pronto, tuve que
inscribirme a finales de octubre, apenas empezada la preparación. Lo que ya me
obligaba mucho. Esa era la “excusa” oficial –en realidad, se puede anular la
inscripción recuperando parte del dinero-.
Por otro lado, y esta es sin duda la razón principal, el reto que me
motivaba era hacer el Ironman, conseguir terminarlo, y no sólo practicar un
nuevo deporte, hacer un triatlón, cualquier otro triatlón. Ahora le he cogido
cierto gusto, sobre todo a la bici, y también a la natación en el mar –son las
dos cosas que más me gustan de lo que hago, especialmente el mar-. Pero,
inicialmente, no me planteaba el disfrute en la preparación, sino la obligación
para la consecución del objetivo. Disfrutar haciéndolo era algo que no se
valoraba.
Tal vez porque venía de estar nueve años corriendo habitualmente, de
preparar muchas carreras, en las que no disfrutaba con la preparación. Mi única
satisfacción era acabar la carrera, eso era lo que compensaba todo el
sacrificio previo. Yo no soy de los que corren por el simple placer de correr,
no he encontrado en nueve años esa auto-satisfacción. Cruzar la meta en Madrid
o en Barcelona. Correr por Central Park en Nueva York o en la Playa de la
Concha en San Sebastián. Eso era lo que me hacía disfrutar. Pero el
entrenamiento no era parte de ese disfrute.
Por eso, nunca pensé que preparar el triatlón fuera a hacerme disfrutar.
Y lo cierto es que a ratos he disfrutado más de los entrenamientos en bici que
con los de la carrera a pie. Y he descubierto lo hermoso que es nadar en el mar
abierto. Pero, no nos engañemos, el 80% de los entrenamientos han sido de
escaso disfrute, incluyendo ahí el 100% de los entrenamientos de natación en
piscina.
Así que, preparado como estaba para sufrir entrenando, para
sacrificarme para conseguir el objetivo que me había planteado, lo cierto es
que puedo decir que he preparado la carrera a conciencia. He hecho
entrenamientos largos y duros, he tenido constancia, he sacado muchas horas
para entrenar. Y, al margen de que luego la prueba me salga bien, mal o regular,
he dado casi todo lo que podía para conseguir el objetivo. Y, salvo que me
lleve una gran sorpresa el domingo 29 de junio, creo que puedo decir que, con
la base aeróbica que tenía con la carrera, la preparación de un año es
suficiente para terminar la prueba decentemente. En la próxima entrega contaré
por encima qué he hecho este año.
En fin, sé que no voy a hacer un gran tiempo, que probablemente
entraré pasadas las 15 horas, y que tendré que correr con cabeza el maratón
para no desfondarme y quedarme en el intento. Para mí será suficiente con acabarlo
dentro del tiempo de corte y hacerlo con la cabeza alta, habiendo disfrutado
del trayecto.
lunes, 16 de junio de 2014
CRONICA DE UN DESVARIO.
AVENTURAS Y DESVENTURAS DE UN TRIATLETA GLOBERO.
(I) EL COMIENZO
Antes de entrar con el triatlón, y en ese Ironman cercano, me gustaría
recordar los antecedentes. Contar un poco de dónde viene todo esto. Así que
ahora haré un breve resumen de qué fue lo que llevó a plantearme, hace ahora
casi un año, correr el Ironman de Niza.
Siempre he practicado deporte. Si echo la vista atrás me veo jugando
–compitiendo, en una u otra medida- al fútbol 11, al fútbol 7, al fútbol sala,
al baloncesto, al tenis, al squash, al rugby… A pesar de eso, nunca soporté la
parte de preparación física de los deportes que he practicado. No soportaba
correr. Creo que, hasta hace diez años, nunca había corrido más de 40 minutos
seguidos.
Por eso, cuando hace nueve años me hice con plan de 16 semanas para
preparar una Media Maratón, debo reconocer que no las tenía todas conmigo. La
idea de correr una media maratón me rondaba la cabeza desde tiempo atrás.
Aunque no empezó a coger forma hasta que, un día volviendo de Enguera, mi amigo
Pablo Candela –al que debo agradecerle mi inicio en el mundillo del running-,
me contó su experiencia y me recomendó los planes de entrenamiento que él
estaba siguiente, de Hal Higdon.
Al principio me pareció imposible que yo lograra la constancia suficiente
como para preparar una prueba de este tipo. El caso es que empecé, en junio de
2005, fijándome como prueba objetivo el MM de Benidorm, a finales de noviembre
de 2005. 6 meses debían ser suficientes. Al principio, las tiradas de 6 km eran
las tiradas largas, y me las veía y me las deseaba para acabarlas. Por aquel
entonces superaba los 100 kg de peso. Al final, el plan fue dando sus frutos y
conseguí terminar en Benidorm –de hecho, hasta hoy nunca he abandonado una
carrera-, con un tiempo muy mediocre, de 2:04, pero razonablemente entero.
Después de esto, se abrió un tiempo de cierta incertidumbre. Mi
objetivo se había cumplido, pero no quería perder lo que había conseguido.
Había bajado 6 kg de peso y era capaz de superar la hora de carrera continua.
Repetí el plan y corrí la MM de Elche, año 2006 –fue la primera de nueve
consecutivas, es la única prueba a la que no he faltado cada año desde que
empecé a correr-. El resultado fue muy parecido, creo que baje sólo un minuto a
mi anterior tiempo. Y me dejó un mal sabor de boca. Pensaba que iba a mejorar
más mi tiempo, pero no fue así.
Mientras me pensaba qué iba a seguir haciendo me apunté, casi por
casualidad, unos pocos días antes, a la MM de Alcantarilla, unas pocas semanas
después de la Elche, y la corrí sin especial preparación. Sin embargo, me salió
muy bien, bajé por primera vez de las 2 horas, 1:57, y me animó mucho a seguir
corriendo. Para mí era todo un logro correr a 5:30/km, no pensé que pudiera
nunca bajar ese ritmo mucho más. Si aquella carrera no me hubiera salido bien,
probablemente no habría seguido insistiendo. Afortunadamente, no fue así, y
aquello me dio motivación para continuar.
Porque, debo reconocerlo, correr una Media no era mi objetivo desde el
principio. Aunque me daba miedo hasta reconocérmelo a mí mismo, lo que de
verdad me motivaba era correr un maratón completo. Pero parecía un reto tan
inabordable que nunca me atreví a decirlo en voz alta.
Así que por aquellas fechas –no recuerdo si un poco antes o un poco
después- me apunté a la lotería del maratón de Nueva York. Pensé: “ya que voy a correr uno, que sea a lo
grande, por si luego no hay otro”. No pensaba que me fuera a tocar a la
primera, de hecho hubiera tenido que posponer la inscripción un año. Pero,
contando con los rechazos, empecé a probar, ya que, por aquel entonces, si te
rechazaban tres veces, a la cuarta tenías la inscripción asegurada. El primer
año no me tocó. Pero el segundo año que lo intenté sí me tocó el sorteo.
Recuerdo el subidón cuando me llegó el mail que me confirmaba que me
habían asignado plaza. Creo que fue por mayo de 2007 o así. Por aquel entonces,
había corrido ya dos ediciones de la MM de Elche, una de Santa Pola,
Alcantarilla y Molina de Segura –mi peor experiencia con diferencia, 2:07 y
unas sensaciones horribles-.
Descargué un plan para el maratón, también de Hal Higdon, y lo empecé
a preparar. Corrí las medias de Lorca y Petrer, por aquel entonces ya bajaba
habitualmente de 2:00, rondaba el 1:50, en Petrer hice 1:48, y había bajado de
peso hasta los 87 kg. Y en noviembre me fui a NY. Por ahí está la crónica de
aquella carrera por si a alguien le interesa, así que no daré mucho follón con
ello.
Aunque llegué fundido, me apunté al Maratón de Madrid, para seis meses
después, y lo corrí en 2008, no bajé de 4:00, pero me quedé a 22 segundos, y
con unas sensaciones muy buenas. A partir de ahí, todos los años seguí el mismo
patrón. Buscar un maratón que correr, seguir un plan de 12 semanas –a partir de
Madrid cogí un Plan de Rodrigo Gavela y me fue infinitamente mejor que con el
primero- y hacer un par de Medias como parte de la preparación.
Corrí Barcelona en 2009 –la primera vez que bajé de 4:00-, Valencia en
2010, San Sebastián en 2011 –mi mejor tiempo hasta la fecha 3:52- y Castellón
en 2012. Un maratón al año desde 2007, 6 en total.
Pero ni la preparación para Castellón –muy desganado- ni la propia
carrera me dejaron satisfecho. Al contrario, me sentía saturado de correr.
Necesitaba encontrar un objetivo que me motivara. En principio, pensaba correr
el maratón de Murcia en 2013, ese era el plan original, a muchos meses vista.
Resumiendo, desde junio de 2005 corriendo habitualmente. 6 maratones,
27 Medias Maratones, y un montón de carreras de menos distancia (Racó de la
Morera, San Silvestre Crevillente y Elche –el único sitio donde he ganado algo,
un primer premio de disfraces-, Cross de Perleta, Mitat de Mitja, 10 km Abel
Antón en Gran Alacant…). Y la necesidad de algo que me motivara para cambiar.
Eso lo dejo para la siguiente entrada.