miércoles, 16 de julio de 2014

CRONICA DE UN DESVARIO. AVENTURAS Y DESVENTURAS DE UN TRIATLETA GLOBERO.

(IV) EL ENTRENAMIENTO

En buena lógica, esta entrada debería haber ido situada en tercer lugar, antes de la crónica de la carrera. Pero la semana previa se me echó el tiempo encima y no me dio tiempo a escribirla en condiciones. Así que vaya ahora como cierre de estas cuatro entradas dedicadas a la experiencia del Ironman, en lugar de ir como previa a la carrera. Sirva tanto como resumen y recordatorio destinado a mí mismo –para que no se me olvide nunca- como una muestra a la que pueda acceder cualquiera que pueda estar pensando en preparar algo semejante. Espero que le sea de  utilidad aunque, ojo, esto es lo que he necesitado yo, probablemente habrá quien haya entrenado más y, supongo, también habrá quien haya entrenado menos. Pero, con lo que ahora resumo, yo tenido suficiente para acabar la prueba razonablemente entero.

Para preparar la carrera, y desde que el 29 de julio de 2013 –justo 11 meses antes del Ironman-  me lancé por primera vez a la piscina –literal y metafóricamente-, he entrenado más o menos una media de seis días a la semana, con 8-9 sesiones de entrenamiento a la semana. Es decir, doblando siempre algún día de la semana. Ha habido semanas que no he descansado ningún día, y otras que he descansado dos –enfermedades o lesiones aparte, que tampoco he tenido casi-.

Los entrenamientos no han tenido una duración homogénea ya que, desde los 30 minutos de las sesiones de gimnasio hasta las 11 horas de la tirada más larga, ha habido de todo. Pero sí se podría establecer que, más o menos, la duración estándar de cada uno era de una hora.

Los primeros cinco meses seguí un plan más o menos genérico, destinado en la bicicleta a poco más que acostumbrar mi cuerpo a la postura y el nuevo tipo de esfuerzo, así como a ir cogiendo algo de técnica en la natación. A partir de ahí, sí que seguí un plan más específico, que me preparó Quique, y que he cumplido, si no a rajatabla –esto es bastante complicado-, sí en un porcentaje cercano al 90%. Seguro que podría haber entrenado más, o mejor. Pero, echando la vista atrás, compruebo que he entrenado mucho.

En números gruesos, he entrenado 273 días, 321 sesiones, cerca de 425 horas en total. De ellas, 110 han sido nadando, 209 en la bici, y 104 para la carrera. En distancia, han sido 180 km de natación –más o menos, como si nadara desde el cabo de Santa Pola hasta Ibiza-. 4615 km de bici –la distancia por carretera entre Nueva York y Los Angeles, aproximadamente- Y 1052 km de carrera –casi, casi, como si hubiera ido de Elche a Niza corriendo-.

Recuerdo muchos momentos buenos, y también otros tantos malos. Entre los recuerdos más fuertes que tengo, cronológicamente, me aparece el del primer día que cogí la bici, el 14 de agosto del año pasado. Fui por la Vía Parque y conseguí llegar a subida que hay en la rotonda después de IFA a malas penas. La vuelta se me hizo dura. Apenas recorrí 25 kilómetros.


Las primeras salidas al mar son recuerdos muy agradables, he descubierto con el entrenamiento que me gusta nadar en el mar –tanto como me desagrada nadar en la piscina-. Si el agua está limpia, es impresionante la sensación. También recuerdo la primera tirada larga de bici que hice, a Abanilla volviendo por los Hondones, 120 kilómetros en los que acabé con buenas sensaciones.

También una salida a Pinoso, el primer fin de semana de noviembre, que creo que fue el día más frio de toda la temporada. Cuando llegamos allí un termómetro marcaba 3 grados. El bocadillo de magra con tomate y tortilla de patatas todavía lo recuerdo.

Las primeras transiciones que hice me fueron razonablemente bien. Una, aprovechando el 10K del Gran Alacant, donde corrí a gusto. Otra, en la media de Elche, en la que corrí creo que con las mejores sensaciones de todo el año, haciendo 1:45.

En la parte dura he tenido varios momentos en los que he tenido muchas dudas. El peor de todos fue cuando hice el Arenales 113. No me encontré bien en ningún momento de la carrera, y las sensaciones cuando me bajé de la bici fueron horribles. Me llegué a plantear retrasar un año el Ironman, estaba realmente bajo de moral después de aquel día.

Una semana antes también pasé un mal momento el día que hicimos la salida más larga y dura del año en bicicleta, subiendo Tudóns y acumulando 4000 metros de desnivel. Tardé once horas –contando dos paradas a comer algo- y llegué realmente muy cansado.


Después, también fue difícil el día de la primera transición larga sufrí, cuando tuve que hacer la carrera a pie. Me quedé vacío cuando llevaba 16 kilómetros de carrera, tras haber hecho 120 de bici. Llegué tan cansado a casa que estuve un par de horas tumbado, prácticamente sin poder moverme.

Ahora me doy cuenta de que esas malas experiencias, especialmente el Arenales 113, me han ayudado mucho a centrarme en la carrera, a ponerme los pies en el suelo, y me han enseñado a dosificar esfuerzos y a recordar que siempre, siempre, queda lo más duro al final.

Incluso de las averías he aprendido. Ya que he aprendido a cambiar cámaras pinchadas en un momento. Y, sobre todo, la rotura del radio que tuve el día que subíamos el Canalí me ayudó muchísimo a que, cuando en el Ironman me pasó lo mismo, supiera qué tenía que hacer, cómo solucionarlo y poder seguir en carrera. Quién me iba a decir aquel día que romper un radio era lo mejor que me podía pasar.


En resumen, esto ha sido todo. El camino ha sido largo y duro aunque, si os soy sincero, no más de lo que imaginaba. Y, aunque a ratos sí lo he pasado verdaderamente mal, lo cierto es que no me arrepiento lo más mínimo de todo lo que he pasado. La recompensa, sin duda, mereció mucho la  pena. 

miércoles, 2 de julio de 2014

CRONICA DE UN DESVARIO. AVENTURAS Y DESVENTURAS DE UN TRIATLETA GLOBERO.

(III) EL IRONMAN

Cuando en el kilómetro 151 del recorrido de bici la rueda de atrás me patinó en una curva hacia la derecha, en medio de una larguísima bajada, y me fui al suelo, llevaba ya 75 kilómetros pensando que no podía haber tenido peor suerte. En las décimas de segundo en las que mi cuerpo se arrastraba 20 metros por el asfalto y veía la bicicleta estamparse contra un muro, creí que me equivocaba, que todavía podía tener peor suerte. Sin embargo, cuando comprobé que la bici seguía funcionando y que yo no tenía otra cosa que heridas superficiales, sangre y rasguños, pero que podría continuar, me di cuenta de que me había equivocado. No tenía mala suerte aquel día. Tenía una suerte buenísima.

En el kilómetro 75, después de acabar la subida al Col de l’Ecre, rompí un radio de la rueda trasera. Me costó mucho trabajo sacarlo, porque se había enredado en la cadena. La cadena no se rompió y la rueda seguía girando. Pocos kilómetros después, la rueda trasera volvió a hacer ruido. Paré, temiéndome la rotura de otro radio. No vi ningún radio roto. Después de otras dos paradas, vi que la zapata trasera del freno se había soltado del tornillo, colgaba contra la llanta y se había deformado un poco. Con las llaves allen conseguí apañarlo y seguir rodado, aunque la bici ya no frenaba bien.

Por aquel entonces ya hacía rato que había comenzado a llover. Por momentos, diluviaba, cortinas de agua que dificultaban incluso ver bien la carretera. Las averías en la bicicleta me aconsejaban no arriesgar bajando, porque la rueda trasera se movía mucho y no me fiaba del freno. Y casi todo lo que quedaba de ahí en adelante era bajada. En esas estaba, lamentando mis desgracias, cuando me fui al suelo.

Ahí me di cuenta. A pesar de haber roto un radio, a pesar de haber dañado el freno trasero, a pesar de haber descendido más de 70 kilómetros lloviendo a cántaros, tiritando de frío, a pesar de haber caído… todavía seguía en carrera La bicicleta respondía a los pedales, mi cuerpo no tenía nada roto. ¿Es o no es tener una suerte buenísima conseguir terminar la carrera después de todo eso? Así que pensé que nada me impediría llegar hasta la salida del maratón y que, ahí ya, terminaría la carrera dentro del límite de tiempo.

El día empezó a las 4.30 de la mañana. Me desperté poco motivado. Tragué a duras penas cuatro galletas Granola y nos encaminamos todo el grupo a la salida. La bicicleta la habíamos dejado el día anterior en boxes, junto con dos bolsas para las transiciones, que cogeríamos posteriormente y que incluían todo lo necesario para cada momento.

La salida del agua es un momento muy emocionante. Es cierto que la playa de piedras molesta, que hay que estar media hora antes de pie, sobre las piedras, hasta que se da la salida. Pero todo se olvida cuando te lanzas al agua. Había decidido abrirme lo máximo posible en la salida, para evitar golpes al entrar al agua. Esto obliga a recorrer más metros en la primera vuelta, pero se gana en tranquilidad, ya que se producen más aglomeraciones cuanto más cerca te ubicas de las boyas que delimitan el recorrido. Además, mi tiempo previsto me aconsejaba situarme precisamente ahí, lo más lejos posible de las boyas.


En la primera vuelta tardé 46 minutos. En la segunda, que sí nadé ciñéndome a todas las boyas, empleé 50 minutos. Más tiempo para menos recorrido. Cosas de la adrenalina del principio. Salí del agua en 1:36, mejor de lo que esperaba tanto en cuanto al tiempo como al cansancio, ya que me encontraba bien y las pulsaciones no me subieron mucho.

Tras 9 minutos de transición salí a pedalear antes de las dos horas. Ese era mi primer objetivo. Me aseguraba que si no superaba las 8 horas en la bici –un cálculo razonable-, tendría 6 horas para terminar el maratón y conseguir entrar dentro del tiempo de corte. Al final, la lluvia hizo más duro el recorrido y más de 400 personas, por un motivo o por otro, no consiguieron acabar o superar esos tiempos de corte.

Los 180 kilómetros en bicicleta empiezan con 20 casi llanos, ligeramente ascendentes. Ahí aparece la primera subida de la carrera, la Cote de Condamine, sólo 500 metros pero con una pendiente del 10%. Se podía sobrellevar, pero hubo gente que puso pie a tierra. A continuación, 25 kilómetros sin gran desnivel, pero que picaban continuamente hacia arriba. Tras 5 kilómetros de un pequeño descenso, empieza el Col de l’Ecre, que es la gran subida del recorrido. 20 kilómetros de ascenso tendido pero constante, con una pendiente media del 5% y rampas máximas del 8%. Un puerto precioso, para subir a ritmo, con pocos tramos muy duros pero, también, con muy pocos descansos. Vistas espectaculares, pueblos preciosos, todo el valle a los pies… Realmente, un tramo del recorrido para recordar. Llegando al final de la subida alcancé a Javi, uno de los compañeros con los que compartimos la experiencia. Nos volveríamos a ver varias veces a lo largo del día.

Después de parar unos minutos arriba para comer un bocadillo, me preparaba ya para 70 kilómetros en los se sucedían pequeños puertos con tramos llanos o en ligera bajada. 100 kilómetros en los que recuperaría los 1100 metros de desnivel que habíamos ascendido en los primeros 70. Un recorrido perfecto para subir un poco la media de la bici. Sin embargo, en ese tramo acumulé roturas y paradas que me hicieron no poder rodar tranquilo. Estaba realmente aterrorizado por la posibilidad de que una avería me dejara fuera de carrera. Retirarte porque has llegado a tu límite físico debe de ser duro, pero no poder terminar teniendo fuerzas para hacerlo, más aún en tu primera prueba, tiene que ser mucho peor.

Seguí, con mucha prudencia en las bajadas y agradeciendo las subidas –pasé tanto frio, con la lluvia y el viento que incluso me alegraba ver que por fin podía dar pedales y calentarme un poco­-. Incluso tuve tiempo para que otro ciclista colombiano me informara del resultado del partido de su selección de la noche anterior, aprovechando para decirle que el Elche todos apoyábamos a muerte a su selección, gracias a Carlos “La Roca” Sánchez. Y también para compartir un rato de charla con un ciclista irlandés con el que hablé de rugby, de Brian O’Driscoll y de Simon Geoghegan.

En el kilómetro 140 acaba esa zona de transición y empieza una bajada larguísima y muy virada de 20 kilómetros. Ahí me fui al suelo. Sé el kilómetro exacto porque el cuentakilómetros se paró en ese momento. Y en ese kilómetro sigue todavía parado. Al final, entré de nuevo en boxes en 7:58, ajustado al tiempo previsto. Podía haber sido menos tiempo. También podría haber sido más. O incluso podría no haber sido. La bajada fue terrorífica, y vi a no menos de 30 ciclistas en los arcenes. A veces veía bicicletas abandonadas. Realmente, daba miedo pensar que una de esas curvas podías dejarte no sólo la carrera, sino algo mucho más importante. Afortunadamente, en el momento de escribir esta crónica no he tenido noticia de ningún accidente grave. Una verdadera suerte, aunque para muchos sí acabara la carrera en alguna de esas curvas.

Salía empezar la primera vuelta cuando mi reloj marcaba 9:56, después de otra transición de 9 minutos que debieron haber sido algunos menos, pero que se prolongó después de tener que pasar por el aseo. Hasta siete veces tuve que parar durante la carrera. Otra cosa no, pero hidratado sí que iba, y había que vaciarlo. Empecé a hacer ya cálculos mentales. Si conseguía hacer cada vuelta –de 10,55 km, ida y vuelta de poco más de 5 a largo de un paseo que al final se hacía interminable- en 1:15, a un ritmo de 7:15, no superaría las 15 horas. Realmente, me daba un poco igual. Siempre quieres hacer el menor tiempo posible, pero el primer objetivo era acabar dentro del margen permitido, así que no bajar de 15 horas no me iba a importar lo más mínimo.

La primera vuelta la hice en 1:10, me encontraba realmente bien –dentro de mis posibilidades- e incluso me obligué a andar en los avituallamientos, aunque solo fuera para beber un vaso de agua y de isotónico, para guardar fuerzas, aunque me veía entero.

Debo decir que en ese momento ya había recuperado a todos mis compañeros de carrera. Primero vi a Mike en la carrera. Acabó haciendo un gran tiempo, 12:34, a pesar de no poder prácticamente correr los últimos 15 kilómetros por molestias en la rodilla. Enorme, superando con sacrificio el dolor.

Después vi a Raúl, que iba como una locomotora. 3:43 en el maratón y 11:54 al final. Corría con una soltura que me daban ganas de parar a aplaudirle cuando pasaba al otro lado del recorrido. Realmente impresiona ver a alguien correr tan suelto cuando tú no puedes ni con los cordones de las zapatillas. Enhorabuena por ese marcón en tu primer Ironman.

A Moi, que todavía tenía fuerzas para hacer un poco el payaso cuando pasaba cerca de las cámaras de nuestro particular club de fans –Isa, Vanessa, Raquel y David, que se tragaron las 15 horas y pico de carrera enteras, madrugando como el que más-, también me lo crucé varias veces. Corría tan suelto que acabó en menos de 13 horas.

Igual que Mónica, 12:55 y puesto 26 –primera española de su grupo de edad-. Después de hacer 1:06 en la natación, mejorando el tiempo de algunas Pro.

Cano, a pesar de problemas físicos, también acabó muy poco por encima de las 13 horas, y tuvo el enorme detalle de pararse a recoger un cartel de apoyo a un familiar enfermo, asegurándose al entrar a meta que se viera bien.

Jordi también tuvo tiempo, en sus 14 horas peladas –con el meritazo de bajar en más de 2 horas su tiempo del ironman anterior-, de pasar a recoger una camiseta con la foto de sus hijos para entrar en meta tan orgulloso que emocionaba verlo tan feliz.

Javi, con el que estuve toda la carrera cruzándome por delante y por detrás, también entró por delante de mí, en poco más de 15 horas. Primero lo adelanté en la carrera, luego me pasó él a mí, después nos volvimos a juntar… hasta que yo ya no pude más y se fue por delante. Acabó su segundo ironman en quince días, y esa misma noche estaba más fresco que yo a la mañana siguiente. Será que la materia prima canaria, cuando se endurece en la península se hace más resistente que el acero.

Sólo quedaba yo por terminar. Al final de la segunda vuelta ya me había ido a 1:19. Llevaba dos horas y media de carrera y debía mantener ese ritmo para poder redondear las 15 horas. En el kilómetro 25 me di cuenta de que no podría. La tercera y cuarta vuelta las hice ya a ritmos muy parecidos, entre 44 y 46 minutos me salieron los cuatro tramos de 5,3 km, a 8:30/km. Por aquel entonces ya había dejado de comer y casi de beber. Corría -trotaba- y andaba casi a partes iguales.

Durante la carrera me hidraté abundantemente. En la bici comía un trozo de pan de higo o de pan de dátil cada 20 kilómetros, además de un bocadillo a mitad de carrera. Me bebí 8 ó 10 bidones, de agua, isotónica o incluso coca-cola. Cuando empecé la carrera a pie no me entraba nada de comida. En los avituallamientos había agua, isotónica, Red Bull y coca-cola. También barritas y geles, naranja, plátano y galletas saladas. Nada de eso me apetecía.

Para no quedarme vacío me obligaba a beber un vaso de agua y de isotónico en un avituallamiento, y a comer dos galletas saladas y beber un vaso de agua en el siguiente. Repetí este esquema durante los primeros 21 kilómetros. No obedecía a ningún plan preparado. Simplemente, me pareció adecuado en ese momento, y era lo único que me entraba. No fui capaz de probar un gel o una barrita –a pesar de que eran  Power Bar, los mismos que tomo habitualmente-. No quería fruta.  Así que sólo me quedaban las galletas saladas.

En el paso por la segunda vuelta me tomé el último trozo de pan de dátil con nueces que me quedaba y no volví a comer en la carrera. Sólo bebí, cada vez más ocasionalmente. Pero cada vez tenía más nauseas. Y hubo un par de kilómetros en los que cada vez que arrancaba a correr me daban tales arcadas que tenía que parar. A esas alturas, no quería que un mareo, unos vómitos, me sacaran de carrera cuando estaba tan cerca. Así que, aun a costa de sacrificar algunos minutos, preferí asegurar el final.
Y así llegué al kilómetro 40. Los últimos 7 se me hicieron más que eternos. Pero me obligué a trotar, aunque fuera muy suavemente. Completé los últimos 2195 metros corriendo, en 14 minutos. Ya era casi noche cerrada, todavía quedaba gente animando. Pero la llegada fue un subidón impresionante. Abrumador. En el pasillo de entrada focos que te deslumbraban, un griterío ensordecedor, las gradas de los lados abarrotadas de gente chillando, aplaudiendo, animando. El speaker hablando sin parar.

Sinceramente, llegué aturdido completamente. No me esperaba esa llegada. Además, estaba saturado física y mentalmente. No me enteraba de nada. Sólo veía luces, oía gritos. Choqué un par de manos que salían de una masa negra de gente que gritaba. Pero no sabía qué pasaba.

Crucé la línea de meta en 15:26 minutos, ya no pude aguantar más y me puse a llorar, roto el cuerpo y huida la mente. Ahora siento mucho no haber estado más entero en esa llegada. Me enteré después de que varios de mis compañeros se habían quedado a esperarme, algunos hacía más de 3 horas que había llegado, pero después de llevar en pie desde las 4 y media de la mañana, de haber pasado 12, 13 ó 14 horas sufriendo, todavía se quedaron a esperar que llegáramos los dos últimos que quedábamos del grupo por entrar.

Siento no haberme dado cuenta de que eran ellos los que más gritaban de esas gradas, los que aplaudían y que eran sus manos las que me chocaron cuando entraba a meta –Moi, Jordi, joder, casi me tiráis al suelo-. De verdad que no me di cuenta. No vi a Isa entre las gradas, no vi a los demás que se habían quedado a esperarme. Si los hubiera visto, os aseguro que me habría parado a abrazarlos, a darles las gracias por todo, y que hubiera empezado a llorar mucho antes de haber cruzado el arco de llegada. Ahora mismo, es lo que más lamento.


 Pero todo terminó. Entré, me dieron la medalla, me hicieron la foto. Salí de la zona de llegada. Me abracé entonces sí a mis compañeros, a Isa. Intenté comer algo, llegué como pude al hotel. Terminé. En el teléfono, que se había quedado sin batería, empezaron a entrar mensajes, felicitaciones. He sido tan pesado estos meses que tenía a medio pueblo pendiente de mis andanzas, sólo por enterarse del final de la historia.

Esto ha sido la carrera. Pero es imposible sólo contando cómo sucedieron las cosas ese domingo 29 de junio, transmitir todo lo que he vivido y sentido en realidad en estos cinco días. E incluso en estos once meses en los que he estado preparando la carrera. La ilusión con la que empiezas a entrenar. Las dudas con las afrontas las primeras pruebas. El miedo a fallarte y a fallar a quien confía en ti, a no ser capaz. Los nervios del día de la carrera. Las miles de sensaciones o ideas que cruzan tu cabeza durante 15 horas, desde el amanecer hasta el anochecer. La satisfacción plena. La felicidad pura, absoluta, sin adulterar, de cruzar la línea de meta y de ver que sí, que has sido capaz, que lo has conseguido. La gratitud hacia todos los que te han ayudado a conseguirlo. El alivio de ver que todo ha salido, finalmente, bien.

Sería imposible agradecer tanto a tantos sin cuya ayuda nunca podría haber llegado hasta aquí. Sin duda, a los que me han ayudado en la preparación. A mis profesores de natación, Ruth, Bea, Sergio, que han sudado tinta para conseguir que mi cuerpo no fuera un trozo de plomo que se hundía sin remedio cada vez que entraba al agua. A Rafa, que me marcó el principio del camino, y me acompañó a lo largo de todo su recorrido. A Quique, sin cuyos entrenamientos, consejos y atención nunca podría haber logrado domesticar mi cuerpo para que sea capaz de hacer, mal que bien, lo que hago. A todos los que me habéis acompañado en todas y cada una de las salidas de bici, en las carreras, en las transiciones que hemos hecho a lo largo del año. También a los que hace 15 días nos demostrasteis en Galicia que querer es poder y que si te lo has trabajado, lo consigues.

Y, cómo no, también a Mónica, que fue la primera que me animó a conseguir este reto, la primera, y creo que la única, que desde el principio creyó que sería capaz de conseguirlo, de llegar a donde he llegado. Sin su aliento desde aquel primer día de julio del año pasado nunca habría sido ni siquiera capaz de pensar en estar donde estoy hoy. Gracias.

Pero, a pesar de todo lo anterior, a pesar de la ayuda, la confianza, el tiempo, el entrenamiento… a pesar de todo, la mayor parte de lo que conseguí el domingo se lo debo a mi familia. A Isa, que me apoyó y me ayudó desde el principio, que nunca puso mala cara aunque me fuera domingo tras domingo a las 7 de la mañana de casa y no volviera hasta las tres de la tarde. Que soportó que tarde tras tarde me fuera a entrenar y volviera tarde. Que nunca me hizo sentir egoísta por privarla de tiempo y de ayuda. Sin ese respaldo nunca habría sido capaz. También a mis hijos. Ver en sus ojos y en sus palabras la ilusión y el orgullo que tenían de que su padre fuera finisher en el Ironman es un combustible que alimenta el motor cuando no quedan otras fuerzas.

Hasta aquí ha llegado esta aventura. No se si será la primera de muchas, o la última de unas pocas. Sólo sé que he disfrutado de ella y que, sin duda alguna, todo el esfuerzo ha merecido con creces la pena.

PD. No puedo despedirme sin acordarme de esto... (Salgan del coche, A-HO-RA MIS-MO)

miércoles, 18 de junio de 2014

CRONICA DE UN DESVARIO. AVENTURAS Y DESVENTURAS DE UN TRIATLETA GLOBERO.

(II) LA DECISION

Tal y como venía diciendo, lo cierto es volver a preparar un maratón me motivaba poco. Y la preparación de la carrera sin demasiadas ganas, como ya había comprobado en el Maratón de Castellón, no sólo se hacía más dura de lo que ya de por sí era, sino que conllevaba también una carrera sin ningún disfrute.

En estas andaba cuando me encontré, mes de julio del año pasado, con un reportaje en televisión sobre el Ironman de Niza. Me impresionó. No sólo por la dureza de la prueba, sino también por lo espectacular que resultaba. 2500 personas lanzándose a nadar al mar al mismo tiempo. Las subidas por puertos con vistas espectaculares, en plena zona de prealpes de Niza. Y las llegadas, sobradas o agónicas, corriendo a lo largo de Paseo Marítimo, junto al mar –en el video se puede revisar el programa que yo vi aquel día-. Decidí en aquel momento que quería correr algún día esa prueba. Lo que no imaginé es que me llegaría la oportunidad tan pronto.



Solo unos días después, mi amiga Mónica me dijo que pensaba apuntarse al Ironman de Niza para junio de 2014 junto con varios compañeros del Club Ilicitano de Triatlón. Como sabía que me apetecía probar el triatlón –y a ella le gusta mucho hacer proselitismo- me animó a que me apuntara con ellos. Lo cierto es que a mí tampoco hace falta mucho para convencerme. Y aquello empezó a dar vueltas en mi cabeza.

Me llevó a su club y hablé con Rafa, que me dijo que, con la base de carrera que tenía, si entrenaba lo que tenía que entrenar –que sería mucho- podía acabarlo perfectamente, en un tiempo cercano a las 15 horas –el corte es de 16 horas-. Sólo me faltaba ese empujón. ¿Cuándo puedo empezar? pregunté. Mañana mismo, me contestó. Así que al día siguiente, 29 de julio, justo once meses antes de la prueba, empecé a entrenar, lanzándome a la piscina. Dos semanas después, el 14 de agosto, cogía la bici por primera vez.

Debo aclarar que, aunque tenía base de carrera, las otras dos disciplinas me eran casi completamente ajenas. Mi experiencia con la natación se reducía a unos cursos de natación con 6 años y una carrera con 8 en la que, tras quedar último, cogí una aversión a esa disciplina que aún me dura. Por su parte, nunca monté más que muy puntualmente en alguna bicicleta de carretera que me prestaron, y mi mayor experiencia en MTB fue cuando, hace 14 años, decidí que haría el Camino de Santiago en bici. Sin haberlo preparado, con una bici prestada que pesaba casi más que yo, efectivamente lo hice, 8 días, solo. Cuando llegué a Santiago juré que no volvería a coger una bicicleta en mi vida. No soy muy de fiar en mis juramentos, como podéis comprobar.

El caso es que sabía nadar –lo justo para no ahogarme- y sabía pedalear –lo justo para no caerme-. Pero poco más. Empezaba casi de cero en ambas disciplinas. Y, como pude comprobar, mi “estilo” –por llamarlo de alguna forma- de natación era horrible –por ser diplomático-. Y mis fuerzas en la bicicleta me dieron, el primer día, sólo para llegar a la pequeña subida que hay en la Vía Parque a la altura de IFA y, con la lengua fuera, volver a trote cochinero desde ahí.

Me han dicho muchas veces que si no es un poco excesivo fijarse como objetivo, directamente, una prueba tan ambiciosa sin tener experiencia previa en el triatlón. Si no sería lo lógico que correr un Ironman fuera el resultado de una evolución previa, y no una meta inicial. Otras veces, no ha hecho falta que me lo dijeran. La cara con la que me han mirado después de anunciar mi objetivo ha sido lo suficientemente despectiva como para saber perfectamente lo que opinaban de mi intención.

Es muy probable que tuvieran razón. De hecho, durante estos 11 meses de preparación, muchas veces he pensado que me había equivocado, que debería haber estado al menos un año haciendo triatlones de menor distancia para, posteriormente, decidir si quería o no realmente ir a por un larga distancia. Esa sería la vía lógica y razonable, entiendo ahora. El camino correcto hacia el Ironman.

Pero, por un lado, como las plazas se acababan tan pronto, tuve que inscribirme a finales de octubre, apenas empezada la preparación. Lo que ya me obligaba mucho. Esa era la “excusa” oficial –en realidad, se puede anular la inscripción recuperando parte del dinero-.

Por otro lado, y esta es sin duda la razón principal, el reto que me motivaba era hacer el Ironman, conseguir terminarlo, y no sólo practicar un nuevo deporte, hacer un triatlón, cualquier otro triatlón. Ahora le he cogido cierto gusto, sobre todo a la bici, y también a la natación en el mar –son las dos cosas que más me gustan de lo que hago, especialmente el mar-. Pero, inicialmente, no me planteaba el disfrute en la preparación, sino la obligación para la consecución del objetivo. Disfrutar haciéndolo era algo que no se valoraba.

Tal vez porque venía de estar nueve años corriendo habitualmente, de preparar muchas carreras, en las que no disfrutaba con la preparación. Mi única satisfacción era acabar la carrera, eso era lo que compensaba todo el sacrificio previo. Yo no soy de los que corren por el simple placer de correr, no he encontrado en nueve años esa auto-satisfacción. Cruzar la meta en Madrid o en Barcelona. Correr por Central Park en Nueva York o en la Playa de la Concha en San Sebastián. Eso era lo que me hacía disfrutar. Pero el entrenamiento no era parte de ese disfrute.

Por eso, nunca pensé que preparar el triatlón fuera a hacerme disfrutar. Y lo cierto es que a ratos he disfrutado más de los entrenamientos en bici que con los de la carrera a pie. Y he descubierto lo hermoso que es nadar en el mar abierto. Pero, no nos engañemos, el 80% de los entrenamientos han sido de escaso disfrute, incluyendo ahí el 100% de los entrenamientos de natación en piscina.

Así que, preparado como estaba para sufrir entrenando, para sacrificarme para conseguir el objetivo que me había planteado, lo cierto es que puedo decir que he preparado la carrera a conciencia. He hecho entrenamientos largos y duros, he tenido constancia, he sacado muchas horas para entrenar. Y, al margen de que luego la prueba me salga bien, mal o regular, he dado casi todo lo que podía para conseguir el objetivo. Y, salvo que me lleve una gran sorpresa el domingo 29 de junio, creo que puedo decir que, con la base aeróbica que tenía con la carrera, la preparación de un año es suficiente para terminar la prueba decentemente. En la próxima entrega contaré por encima qué he hecho este año.


En fin, sé que no voy a hacer un gran tiempo, que probablemente entraré pasadas las 15 horas, y que tendré que correr con cabeza el maratón para no desfondarme y quedarme en el intento. Para mí será suficiente con acabarlo dentro del tiempo de corte y hacerlo con la cabeza alta, habiendo disfrutado del trayecto.

lunes, 16 de junio de 2014

CRONICA DE UN DESVARIO. AVENTURAS Y DESVENTURAS DE UN TRIATLETA GLOBERO.

(I) EL COMIENZO

Antes de entrar con el triatlón, y en ese Ironman cercano, me gustaría recordar los antecedentes. Contar un poco de dónde viene todo esto. Así que ahora haré un breve resumen de qué fue lo que llevó a plantearme, hace ahora casi un año, correr el Ironman de Niza.

Siempre he practicado deporte. Si echo la vista atrás me veo jugando –compitiendo, en una u otra medida- al fútbol 11, al fútbol 7, al fútbol sala, al baloncesto, al tenis, al squash, al rugby… A pesar de eso, nunca soporté la parte de preparación física de los deportes que he practicado. No soportaba correr. Creo que, hasta hace diez años, nunca había corrido más de 40 minutos seguidos.

Por eso, cuando hace nueve años me hice con plan de 16 semanas para preparar una Media Maratón, debo reconocer que no las tenía todas conmigo. La idea de correr una media maratón me rondaba la cabeza desde tiempo atrás. Aunque no empezó a coger forma hasta que, un día volviendo de Enguera, mi amigo Pablo Candela –al que debo agradecerle mi inicio en el mundillo del running-, me contó su experiencia y me recomendó los planes de entrenamiento que él estaba siguiente, de Hal Higdon.

Al principio me pareció imposible que yo lograra la constancia suficiente como para preparar una prueba de este tipo. El caso es que empecé, en junio de 2005, fijándome como prueba objetivo el MM de Benidorm, a finales de noviembre de 2005. 6 meses debían ser suficientes. Al principio, las tiradas de 6 km eran las tiradas largas, y me las veía y me las deseaba para acabarlas. Por aquel entonces superaba los 100 kg de peso. Al final, el plan fue dando sus frutos y conseguí terminar en Benidorm –de hecho, hasta hoy nunca he abandonado una carrera-, con un tiempo muy mediocre, de 2:04, pero razonablemente entero.

Después de esto, se abrió un tiempo de cierta incertidumbre. Mi objetivo se había cumplido, pero no quería perder lo que había conseguido. Había bajado 6 kg de peso y era capaz de superar la hora de carrera continua. Repetí el plan y corrí la MM de Elche, año 2006 –fue la primera de nueve consecutivas, es la única prueba a la que no he faltado cada año desde que empecé a correr-. El resultado fue muy parecido, creo que baje sólo un minuto a mi anterior tiempo. Y me dejó un mal sabor de boca. Pensaba que iba a mejorar más mi tiempo, pero no fue así.

Mientras me pensaba qué iba a seguir haciendo me apunté, casi por casualidad, unos pocos días antes, a la MM de Alcantarilla, unas pocas semanas después de la Elche, y la corrí sin especial preparación. Sin embargo, me salió muy bien, bajé por primera vez de las 2 horas, 1:57, y me animó mucho a seguir corriendo. Para mí era todo un logro correr a 5:30/km, no pensé que pudiera nunca bajar ese ritmo mucho más. Si aquella carrera no me hubiera salido bien, probablemente no habría seguido insistiendo. Afortunadamente, no fue así, y aquello me dio motivación para continuar.


Porque, debo reconocerlo, correr una Media no era mi objetivo desde el principio. Aunque me daba miedo hasta reconocérmelo a mí mismo, lo que de verdad me motivaba era correr un maratón completo. Pero parecía un reto tan inabordable que nunca me atreví a decirlo en voz alta.

Así que por aquellas fechas –no recuerdo si un poco antes o un poco después- me apunté a la lotería del maratón de Nueva York. Pensé: “ya que voy a correr uno, que sea a lo grande, por si luego no hay otro”. No pensaba que me fuera a tocar a la primera, de hecho hubiera tenido que posponer la inscripción un año. Pero, contando con los rechazos, empecé a probar, ya que, por aquel entonces, si te rechazaban tres veces, a la cuarta tenías la inscripción asegurada. El primer año no me tocó. Pero el segundo año que lo intenté sí me tocó el sorteo.

Recuerdo el subidón cuando me llegó el mail que me confirmaba que me habían asignado plaza. Creo que fue por mayo de 2007 o así. Por aquel entonces, había corrido ya dos ediciones de la MM de Elche, una de Santa Pola, Alcantarilla y Molina de Segura –mi peor experiencia con diferencia, 2:07 y unas sensaciones horribles-.

Descargué un plan para el maratón, también de Hal Higdon, y lo empecé a preparar. Corrí las medias de Lorca y Petrer, por aquel entonces ya bajaba habitualmente de 2:00, rondaba el 1:50, en Petrer hice 1:48, y había bajado de peso hasta los 87 kg. Y en noviembre me fui a NY. Por ahí está la crónica de aquella carrera por si a alguien le interesa, así que no daré mucho follón con ello.

Aunque llegué fundido, me apunté al Maratón de Madrid, para seis meses después, y lo corrí en 2008, no bajé de 4:00, pero me quedé a 22 segundos, y con unas sensaciones muy buenas. A partir de ahí, todos los años seguí el mismo patrón. Buscar un maratón que correr, seguir un plan de 12 semanas –a partir de Madrid cogí un Plan de Rodrigo Gavela y me fue infinitamente mejor que con el primero- y hacer un par de Medias como parte de la preparación.

Corrí Barcelona en 2009 –la primera vez que bajé de 4:00-, Valencia en 2010, San Sebastián en 2011 –mi mejor tiempo hasta la fecha 3:52- y Castellón en 2012. Un maratón al año desde 2007, 6 en total.

Pero ni la preparación para Castellón –muy desganado- ni la propia carrera me dejaron satisfecho. Al contrario, me sentía saturado de correr. Necesitaba encontrar un objetivo que me motivara. En principio, pensaba correr el maratón de Murcia en 2013, ese era el plan original, a muchos meses vista.




Resumiendo, desde junio de 2005 corriendo habitualmente. 6 maratones, 27 Medias Maratones, y un montón de carreras de menos distancia (Racó de la Morera, San Silvestre Crevillente y Elche –el único sitio donde he ganado algo, un primer premio de disfraces-, Cross de Perleta, Mitat de Mitja, 10 km Abel Antón en Gran Alacant…). Y la necesidad de algo que me motivara para cambiar. Eso lo dejo para la siguiente entrada.