miércoles, 2 de julio de 2014

CRONICA DE UN DESVARIO. AVENTURAS Y DESVENTURAS DE UN TRIATLETA GLOBERO.

(III) EL IRONMAN

Cuando en el kilómetro 151 del recorrido de bici la rueda de atrás me patinó en una curva hacia la derecha, en medio de una larguísima bajada, y me fui al suelo, llevaba ya 75 kilómetros pensando que no podía haber tenido peor suerte. En las décimas de segundo en las que mi cuerpo se arrastraba 20 metros por el asfalto y veía la bicicleta estamparse contra un muro, creí que me equivocaba, que todavía podía tener peor suerte. Sin embargo, cuando comprobé que la bici seguía funcionando y que yo no tenía otra cosa que heridas superficiales, sangre y rasguños, pero que podría continuar, me di cuenta de que me había equivocado. No tenía mala suerte aquel día. Tenía una suerte buenísima.

En el kilómetro 75, después de acabar la subida al Col de l’Ecre, rompí un radio de la rueda trasera. Me costó mucho trabajo sacarlo, porque se había enredado en la cadena. La cadena no se rompió y la rueda seguía girando. Pocos kilómetros después, la rueda trasera volvió a hacer ruido. Paré, temiéndome la rotura de otro radio. No vi ningún radio roto. Después de otras dos paradas, vi que la zapata trasera del freno se había soltado del tornillo, colgaba contra la llanta y se había deformado un poco. Con las llaves allen conseguí apañarlo y seguir rodado, aunque la bici ya no frenaba bien.

Por aquel entonces ya hacía rato que había comenzado a llover. Por momentos, diluviaba, cortinas de agua que dificultaban incluso ver bien la carretera. Las averías en la bicicleta me aconsejaban no arriesgar bajando, porque la rueda trasera se movía mucho y no me fiaba del freno. Y casi todo lo que quedaba de ahí en adelante era bajada. En esas estaba, lamentando mis desgracias, cuando me fui al suelo.

Ahí me di cuenta. A pesar de haber roto un radio, a pesar de haber dañado el freno trasero, a pesar de haber descendido más de 70 kilómetros lloviendo a cántaros, tiritando de frío, a pesar de haber caído… todavía seguía en carrera La bicicleta respondía a los pedales, mi cuerpo no tenía nada roto. ¿Es o no es tener una suerte buenísima conseguir terminar la carrera después de todo eso? Así que pensé que nada me impediría llegar hasta la salida del maratón y que, ahí ya, terminaría la carrera dentro del límite de tiempo.

El día empezó a las 4.30 de la mañana. Me desperté poco motivado. Tragué a duras penas cuatro galletas Granola y nos encaminamos todo el grupo a la salida. La bicicleta la habíamos dejado el día anterior en boxes, junto con dos bolsas para las transiciones, que cogeríamos posteriormente y que incluían todo lo necesario para cada momento.

La salida del agua es un momento muy emocionante. Es cierto que la playa de piedras molesta, que hay que estar media hora antes de pie, sobre las piedras, hasta que se da la salida. Pero todo se olvida cuando te lanzas al agua. Había decidido abrirme lo máximo posible en la salida, para evitar golpes al entrar al agua. Esto obliga a recorrer más metros en la primera vuelta, pero se gana en tranquilidad, ya que se producen más aglomeraciones cuanto más cerca te ubicas de las boyas que delimitan el recorrido. Además, mi tiempo previsto me aconsejaba situarme precisamente ahí, lo más lejos posible de las boyas.


En la primera vuelta tardé 46 minutos. En la segunda, que sí nadé ciñéndome a todas las boyas, empleé 50 minutos. Más tiempo para menos recorrido. Cosas de la adrenalina del principio. Salí del agua en 1:36, mejor de lo que esperaba tanto en cuanto al tiempo como al cansancio, ya que me encontraba bien y las pulsaciones no me subieron mucho.

Tras 9 minutos de transición salí a pedalear antes de las dos horas. Ese era mi primer objetivo. Me aseguraba que si no superaba las 8 horas en la bici –un cálculo razonable-, tendría 6 horas para terminar el maratón y conseguir entrar dentro del tiempo de corte. Al final, la lluvia hizo más duro el recorrido y más de 400 personas, por un motivo o por otro, no consiguieron acabar o superar esos tiempos de corte.

Los 180 kilómetros en bicicleta empiezan con 20 casi llanos, ligeramente ascendentes. Ahí aparece la primera subida de la carrera, la Cote de Condamine, sólo 500 metros pero con una pendiente del 10%. Se podía sobrellevar, pero hubo gente que puso pie a tierra. A continuación, 25 kilómetros sin gran desnivel, pero que picaban continuamente hacia arriba. Tras 5 kilómetros de un pequeño descenso, empieza el Col de l’Ecre, que es la gran subida del recorrido. 20 kilómetros de ascenso tendido pero constante, con una pendiente media del 5% y rampas máximas del 8%. Un puerto precioso, para subir a ritmo, con pocos tramos muy duros pero, también, con muy pocos descansos. Vistas espectaculares, pueblos preciosos, todo el valle a los pies… Realmente, un tramo del recorrido para recordar. Llegando al final de la subida alcancé a Javi, uno de los compañeros con los que compartimos la experiencia. Nos volveríamos a ver varias veces a lo largo del día.

Después de parar unos minutos arriba para comer un bocadillo, me preparaba ya para 70 kilómetros en los se sucedían pequeños puertos con tramos llanos o en ligera bajada. 100 kilómetros en los que recuperaría los 1100 metros de desnivel que habíamos ascendido en los primeros 70. Un recorrido perfecto para subir un poco la media de la bici. Sin embargo, en ese tramo acumulé roturas y paradas que me hicieron no poder rodar tranquilo. Estaba realmente aterrorizado por la posibilidad de que una avería me dejara fuera de carrera. Retirarte porque has llegado a tu límite físico debe de ser duro, pero no poder terminar teniendo fuerzas para hacerlo, más aún en tu primera prueba, tiene que ser mucho peor.

Seguí, con mucha prudencia en las bajadas y agradeciendo las subidas –pasé tanto frio, con la lluvia y el viento que incluso me alegraba ver que por fin podía dar pedales y calentarme un poco­-. Incluso tuve tiempo para que otro ciclista colombiano me informara del resultado del partido de su selección de la noche anterior, aprovechando para decirle que el Elche todos apoyábamos a muerte a su selección, gracias a Carlos “La Roca” Sánchez. Y también para compartir un rato de charla con un ciclista irlandés con el que hablé de rugby, de Brian O’Driscoll y de Simon Geoghegan.

En el kilómetro 140 acaba esa zona de transición y empieza una bajada larguísima y muy virada de 20 kilómetros. Ahí me fui al suelo. Sé el kilómetro exacto porque el cuentakilómetros se paró en ese momento. Y en ese kilómetro sigue todavía parado. Al final, entré de nuevo en boxes en 7:58, ajustado al tiempo previsto. Podía haber sido menos tiempo. También podría haber sido más. O incluso podría no haber sido. La bajada fue terrorífica, y vi a no menos de 30 ciclistas en los arcenes. A veces veía bicicletas abandonadas. Realmente, daba miedo pensar que una de esas curvas podías dejarte no sólo la carrera, sino algo mucho más importante. Afortunadamente, en el momento de escribir esta crónica no he tenido noticia de ningún accidente grave. Una verdadera suerte, aunque para muchos sí acabara la carrera en alguna de esas curvas.

Salía empezar la primera vuelta cuando mi reloj marcaba 9:56, después de otra transición de 9 minutos que debieron haber sido algunos menos, pero que se prolongó después de tener que pasar por el aseo. Hasta siete veces tuve que parar durante la carrera. Otra cosa no, pero hidratado sí que iba, y había que vaciarlo. Empecé a hacer ya cálculos mentales. Si conseguía hacer cada vuelta –de 10,55 km, ida y vuelta de poco más de 5 a largo de un paseo que al final se hacía interminable- en 1:15, a un ritmo de 7:15, no superaría las 15 horas. Realmente, me daba un poco igual. Siempre quieres hacer el menor tiempo posible, pero el primer objetivo era acabar dentro del margen permitido, así que no bajar de 15 horas no me iba a importar lo más mínimo.

La primera vuelta la hice en 1:10, me encontraba realmente bien –dentro de mis posibilidades- e incluso me obligué a andar en los avituallamientos, aunque solo fuera para beber un vaso de agua y de isotónico, para guardar fuerzas, aunque me veía entero.

Debo decir que en ese momento ya había recuperado a todos mis compañeros de carrera. Primero vi a Mike en la carrera. Acabó haciendo un gran tiempo, 12:34, a pesar de no poder prácticamente correr los últimos 15 kilómetros por molestias en la rodilla. Enorme, superando con sacrificio el dolor.

Después vi a Raúl, que iba como una locomotora. 3:43 en el maratón y 11:54 al final. Corría con una soltura que me daban ganas de parar a aplaudirle cuando pasaba al otro lado del recorrido. Realmente impresiona ver a alguien correr tan suelto cuando tú no puedes ni con los cordones de las zapatillas. Enhorabuena por ese marcón en tu primer Ironman.

A Moi, que todavía tenía fuerzas para hacer un poco el payaso cuando pasaba cerca de las cámaras de nuestro particular club de fans –Isa, Vanessa, Raquel y David, que se tragaron las 15 horas y pico de carrera enteras, madrugando como el que más-, también me lo crucé varias veces. Corría tan suelto que acabó en menos de 13 horas.

Igual que Mónica, 12:55 y puesto 26 –primera española de su grupo de edad-. Después de hacer 1:06 en la natación, mejorando el tiempo de algunas Pro.

Cano, a pesar de problemas físicos, también acabó muy poco por encima de las 13 horas, y tuvo el enorme detalle de pararse a recoger un cartel de apoyo a un familiar enfermo, asegurándose al entrar a meta que se viera bien.

Jordi también tuvo tiempo, en sus 14 horas peladas –con el meritazo de bajar en más de 2 horas su tiempo del ironman anterior-, de pasar a recoger una camiseta con la foto de sus hijos para entrar en meta tan orgulloso que emocionaba verlo tan feliz.

Javi, con el que estuve toda la carrera cruzándome por delante y por detrás, también entró por delante de mí, en poco más de 15 horas. Primero lo adelanté en la carrera, luego me pasó él a mí, después nos volvimos a juntar… hasta que yo ya no pude más y se fue por delante. Acabó su segundo ironman en quince días, y esa misma noche estaba más fresco que yo a la mañana siguiente. Será que la materia prima canaria, cuando se endurece en la península se hace más resistente que el acero.

Sólo quedaba yo por terminar. Al final de la segunda vuelta ya me había ido a 1:19. Llevaba dos horas y media de carrera y debía mantener ese ritmo para poder redondear las 15 horas. En el kilómetro 25 me di cuenta de que no podría. La tercera y cuarta vuelta las hice ya a ritmos muy parecidos, entre 44 y 46 minutos me salieron los cuatro tramos de 5,3 km, a 8:30/km. Por aquel entonces ya había dejado de comer y casi de beber. Corría -trotaba- y andaba casi a partes iguales.

Durante la carrera me hidraté abundantemente. En la bici comía un trozo de pan de higo o de pan de dátil cada 20 kilómetros, además de un bocadillo a mitad de carrera. Me bebí 8 ó 10 bidones, de agua, isotónica o incluso coca-cola. Cuando empecé la carrera a pie no me entraba nada de comida. En los avituallamientos había agua, isotónica, Red Bull y coca-cola. También barritas y geles, naranja, plátano y galletas saladas. Nada de eso me apetecía.

Para no quedarme vacío me obligaba a beber un vaso de agua y de isotónico en un avituallamiento, y a comer dos galletas saladas y beber un vaso de agua en el siguiente. Repetí este esquema durante los primeros 21 kilómetros. No obedecía a ningún plan preparado. Simplemente, me pareció adecuado en ese momento, y era lo único que me entraba. No fui capaz de probar un gel o una barrita –a pesar de que eran  Power Bar, los mismos que tomo habitualmente-. No quería fruta.  Así que sólo me quedaban las galletas saladas.

En el paso por la segunda vuelta me tomé el último trozo de pan de dátil con nueces que me quedaba y no volví a comer en la carrera. Sólo bebí, cada vez más ocasionalmente. Pero cada vez tenía más nauseas. Y hubo un par de kilómetros en los que cada vez que arrancaba a correr me daban tales arcadas que tenía que parar. A esas alturas, no quería que un mareo, unos vómitos, me sacaran de carrera cuando estaba tan cerca. Así que, aun a costa de sacrificar algunos minutos, preferí asegurar el final.
Y así llegué al kilómetro 40. Los últimos 7 se me hicieron más que eternos. Pero me obligué a trotar, aunque fuera muy suavemente. Completé los últimos 2195 metros corriendo, en 14 minutos. Ya era casi noche cerrada, todavía quedaba gente animando. Pero la llegada fue un subidón impresionante. Abrumador. En el pasillo de entrada focos que te deslumbraban, un griterío ensordecedor, las gradas de los lados abarrotadas de gente chillando, aplaudiendo, animando. El speaker hablando sin parar.

Sinceramente, llegué aturdido completamente. No me esperaba esa llegada. Además, estaba saturado física y mentalmente. No me enteraba de nada. Sólo veía luces, oía gritos. Choqué un par de manos que salían de una masa negra de gente que gritaba. Pero no sabía qué pasaba.

Crucé la línea de meta en 15:26 minutos, ya no pude aguantar más y me puse a llorar, roto el cuerpo y huida la mente. Ahora siento mucho no haber estado más entero en esa llegada. Me enteré después de que varios de mis compañeros se habían quedado a esperarme, algunos hacía más de 3 horas que había llegado, pero después de llevar en pie desde las 4 y media de la mañana, de haber pasado 12, 13 ó 14 horas sufriendo, todavía se quedaron a esperar que llegáramos los dos últimos que quedábamos del grupo por entrar.

Siento no haberme dado cuenta de que eran ellos los que más gritaban de esas gradas, los que aplaudían y que eran sus manos las que me chocaron cuando entraba a meta –Moi, Jordi, joder, casi me tiráis al suelo-. De verdad que no me di cuenta. No vi a Isa entre las gradas, no vi a los demás que se habían quedado a esperarme. Si los hubiera visto, os aseguro que me habría parado a abrazarlos, a darles las gracias por todo, y que hubiera empezado a llorar mucho antes de haber cruzado el arco de llegada. Ahora mismo, es lo que más lamento.


 Pero todo terminó. Entré, me dieron la medalla, me hicieron la foto. Salí de la zona de llegada. Me abracé entonces sí a mis compañeros, a Isa. Intenté comer algo, llegué como pude al hotel. Terminé. En el teléfono, que se había quedado sin batería, empezaron a entrar mensajes, felicitaciones. He sido tan pesado estos meses que tenía a medio pueblo pendiente de mis andanzas, sólo por enterarse del final de la historia.

Esto ha sido la carrera. Pero es imposible sólo contando cómo sucedieron las cosas ese domingo 29 de junio, transmitir todo lo que he vivido y sentido en realidad en estos cinco días. E incluso en estos once meses en los que he estado preparando la carrera. La ilusión con la que empiezas a entrenar. Las dudas con las afrontas las primeras pruebas. El miedo a fallarte y a fallar a quien confía en ti, a no ser capaz. Los nervios del día de la carrera. Las miles de sensaciones o ideas que cruzan tu cabeza durante 15 horas, desde el amanecer hasta el anochecer. La satisfacción plena. La felicidad pura, absoluta, sin adulterar, de cruzar la línea de meta y de ver que sí, que has sido capaz, que lo has conseguido. La gratitud hacia todos los que te han ayudado a conseguirlo. El alivio de ver que todo ha salido, finalmente, bien.

Sería imposible agradecer tanto a tantos sin cuya ayuda nunca podría haber llegado hasta aquí. Sin duda, a los que me han ayudado en la preparación. A mis profesores de natación, Ruth, Bea, Sergio, que han sudado tinta para conseguir que mi cuerpo no fuera un trozo de plomo que se hundía sin remedio cada vez que entraba al agua. A Rafa, que me marcó el principio del camino, y me acompañó a lo largo de todo su recorrido. A Quique, sin cuyos entrenamientos, consejos y atención nunca podría haber logrado domesticar mi cuerpo para que sea capaz de hacer, mal que bien, lo que hago. A todos los que me habéis acompañado en todas y cada una de las salidas de bici, en las carreras, en las transiciones que hemos hecho a lo largo del año. También a los que hace 15 días nos demostrasteis en Galicia que querer es poder y que si te lo has trabajado, lo consigues.

Y, cómo no, también a Mónica, que fue la primera que me animó a conseguir este reto, la primera, y creo que la única, que desde el principio creyó que sería capaz de conseguirlo, de llegar a donde he llegado. Sin su aliento desde aquel primer día de julio del año pasado nunca habría sido ni siquiera capaz de pensar en estar donde estoy hoy. Gracias.

Pero, a pesar de todo lo anterior, a pesar de la ayuda, la confianza, el tiempo, el entrenamiento… a pesar de todo, la mayor parte de lo que conseguí el domingo se lo debo a mi familia. A Isa, que me apoyó y me ayudó desde el principio, que nunca puso mala cara aunque me fuera domingo tras domingo a las 7 de la mañana de casa y no volviera hasta las tres de la tarde. Que soportó que tarde tras tarde me fuera a entrenar y volviera tarde. Que nunca me hizo sentir egoísta por privarla de tiempo y de ayuda. Sin ese respaldo nunca habría sido capaz. También a mis hijos. Ver en sus ojos y en sus palabras la ilusión y el orgullo que tenían de que su padre fuera finisher en el Ironman es un combustible que alimenta el motor cuando no quedan otras fuerzas.

Hasta aquí ha llegado esta aventura. No se si será la primera de muchas, o la última de unas pocas. Sólo sé que he disfrutado de ella y que, sin duda alguna, todo el esfuerzo ha merecido con creces la pena.

PD. No puedo despedirme sin acordarme de esto... (Salgan del coche, A-HO-RA MIS-MO)

1 comentario:

  1. Grande Santi¡¡¡¡¡, no había leido tu crónica, enorme y emocionante de verdad.

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