lunes, 10 de agosto de 2015

A POR MI SEGUNDO IRONMAN. II LA CARRERA

A punto

Aunque el despertador debía sonar a las 4.30, 15 minutos antes ya estaba en pie y desayunando. Antes de las 5.30 llegaba a la campa de salida. La cerraban a las 6.30, y la salida de los grupos de edad estaba prevista para las 7.10. Y aunque parezca mucho tiempo, la hora y pico que pasas preparando la salida no se hace larga ni mucho menos, al contrario, siempre falta algo de tiempo.

Primero es fijar a la bici toda la comida que vas a tomar durante ese trayecto –cuatro barras de Powerbar-. Luego hinchar las ruedas –ay, las ruedas-. Repasar frenos y cambios, aunque sea por encima. Acercarte a despedir a tus últimos fluidos corporales antes de ponerte el neopreno. Embutirte el traje, darte vaselina donde hay roce, guardar la ropa de calle en la bolsa correspondiente… A las 6.30 en punto terminé y me encaminé hacia la salida del segmento de natación.

El río Mosa



Nadamos en el río Mosa. Un río impresionante, no sabría calcular la anchura con precisión, pero yo creo que cerca de 300 metros sí que tiene. Ya el día antes impresionaba verlo desde arriba. Se trataba de llegar hasta una pequeña isla a 1500 metros desde el comienzo, hacer una salida australiana –es decir, salir del agua y volver a tirarte otra vez cerca, cruzando apenas 20 metros a pie-, nadar de vuelta 2000 metros más, pasando a la altura del comienzo, y girar de nuevo 180 grados en una boya para hacer los 300 metros restantes y salir por donde habíamos entrado.

Se apreciaba en el río la corriente, que fluía en contra del sentido en que nadaríamos los primeros 1500 metros, para luego tenerla a favor. Como nado bastante mal, suelo pasarlo regular en el agua, y aunque el neopreno es una ayuda inestimable, nadar contra corriente en un río –nunca había nadado en un río-, y sin la ventaja de flotabilidad del agua salada, me daba cierto respeto. A las 7.14 salté al agua desde una pasarela, en una salida escalonada que favorecía que no hubiera aglomeraciones al empezar, algo también de agradecer.



Ya desde el principio me sentí muy a gusto en el agua. El ritmo al que iba nadando se acercaba mucho al que yo me marcaba como objetivo más optimista, por debajo de 2:30/km. No notaba la corriente en contra, tampoco iba agobiado nadando entre mucha gente de la que pudieras llevarte un golpe. Todo iba bien. Cuando salí en los 1500 metros para volver hacia atrás, el GPS me marcaba 200 metros más de los que debería haber, lo que no es una gran desviación. Yo tiendo a desviarme mucho en mar abierto, y por lo tanto recorro siempre muchos metros de más. Al tratarse de un circuito señalizado y no excesivamente ancho, siempre tenía cerca una boya de referencia, lo que me ayudaba a nadar más recto.

La vuelta la hice prácticamente a la misma velocidad que la ida y me encontré con que conseguía terminar la natación en 1h:32’, un tiempo que hubiera firmado sin dudar en cualquier momento. Incluso, 10 minutos más también los hubiera firmado gustosamente antes de empezar. Salir del agua, mirar hacia atrás, y ver todavía mucha gente nadando me dio mucho ánimo.



El recorrido de la Amstel Gold Race

La transición fue tirando a larga, 10 minutos entre que llegas al punto donde tienes la ropa para cambiarte, te quitas el neopreno, te pones casco, calas, pulsómetro… y recorres los metros que te separan de la salida.

Los primeros kilómetros discurren suavemente, sin muchas dificultades, alguna ligera subida, alguna pequeña bajada, carretera generalmente en buen estado. Conseguí mantener un ritmo muy bueno para mí, superior a 28 km/h, cercano a los 29. Iba concentrado, con las pulsaciones controladas por debajo de 130 ppm. A partir de los 30-35 kms el recorrido cambia un poco. Se pasa por varias ciudades, el recorrido es más virado, incluso hay varias zonas de adoquines un poco incómodas. Y aparecen las dos primeras subidas más pronunciadas, aunque nunca de más de un kilómetro. Resulta más incómodo el callejeo por varias urbanizaciones y centros de la ciudad, con giros de 90 grados muy frecuentes y con zonas de adoquín, que las subidas. Pero, en cualquier caso, ya resulta un poco más complicado mantener el ritmo. Aún así, seguía por encima de los 28 km/h.

El último tercio de la carrera es más complicado. Ahí está la subida a Cauberg Hill, la más complicada de la carrera, cuando quedan poco más de diez kilómetros para la llegada. Son casi dos kilómetros, de los que el más complicado es el primero, con porcentajes de entre el 12 y el 13%. A partir de los 800/900 metros, aunque la subida continúa, suaviza muchísimo, y se lleva sin ningún problema. De hecho, sólo la segunda vez que se sube, cuando ya llevas 170 kilómetros en las piernas, es más dura. Ahí sí vi algún ciclista andando empujando la bici. Pero lo cierto es que para mí, que no soy ni mucho menos un escarabajo subiendo, no fue nada dura.



Después de la subida ya quedan diez kilómetros, con una pequeña rampa, pero en franco descenso, que hace que se llegue a Maastricht para acabar los primeros 90 kilómetros muy rápidamente. Aunque, eso sí, pasando por un tramo de cerca de un kilómetros de pavés, a la entrada a la ciudad, realmente desagradable.

Cuando pasé por la línea de meta, llevaba 3 h 21’ y, según mi GPS, había hecho 3 kilómetros de más. Aunque la velocidad me había bajado un poco en esa última zona, todavía llevaba un envidiable –para mí, obviamente- 27,4 km/h de media. Llevaba ya 5 horas de carrera, y empezaba a hacer mis cálculos razonables, más bien cuentos de la lechera, de que podría estar sobre las 14 horas para acabar. El agua me había salido bien, en bici iba también por encima de mis previsiones con unas pulsaciones sostenidas más que razonablemente en las 130 ppm. Todo era optimismo a las 12 del mediodía del domingo 2 de agosto. El recorrido me había parecido bonito, con la exuberancia vegetativa de esa zona, había visto ya más vacas que en toda mi vida y, aunque se publicitaba el recorrido como coincidente con el de la Amstel Gold Race, la clásica ciclista, lo cierto es que me no me pareció duro en absoluto. La dureza la iban a ponerla factores, digamos, propios.

Empecé la segunda vuelta como la primera, controlando pulsaciones y aprovechando las rectas para recuperar un poco la media. Sabía que no iba a poder hacer la segunda vuelta a la misma velocidad que la primera, pero sí esperaba llegar a la zona de las últimas subidas con una media cercana a los 27 km/h, de manera que al final estuviera sobre los 26, para hacer 7 horas peladas.

Sin embargo, todos mis planes, todas mis previsiones, todas mis buenas sensaciones, todo mi optimismo e, incluso, todas mis ganas de acabar, se fueron al traste hacia el kilómetro 100 de carrera. En una pequeña subida pinché. Bajonazo tremendo. Un pinchazo no tiene por qué ser un gran problema, en 8-10  minutos da tiempo de sobra a cambiar la rueda y reanudar la marcha. Pero no fui capaz.

Este año no había sufrido ni un solo pinchazo en todas las salidas que he tenido.  Hasta que hace tres semanas tuve el primero del año. Pensé, bueno, mejor que haya sido hoy. Un alambre perforó la cubierta, así que con temor a que el agujero se fuera haciendo más grande, fui a cambiar la cubierta. En el taller me dijeron que además de la cubierta estaba mal el fondo de llanta, y también lo cambiaron.

El día que fui a recoger la bici del taller, donde también le dieron un repaso, salí a dar una vuelta. Cuatro pinchazos en 8 kilómetros. El fondo de llanta que me habían cambiado iba mal, se movía, pellizcaba la cámara, y se pinchaba. Vuelta a cambiarla, y revisión de la cubierta, por si era culpa de la cubierta, que era muy profunda. La probé dos veces antes de salir para Holanda, y ninguna de las dos me dio problemas.

El caso es que no sé si tuvo algo que ver con esos cambios, pero en carrera volví a pinchar. Con el problema de que la cubierta nueva, efectivamente, era muy profunda. No la había cambiado hasta ese momento. Y comprobé entonces que me costaba mucho sacarla. Me estaba destrozando los dedos y no conseguía sacar la puta cubierta. Después de muchos esfuerzos, de dos cortes en los dedos, y de ponerme cada vez más nervioso, conseguí quitar la cubierta, cambiar la cámara, hinchar la rueda y salir de nuevo a rodar.

Cuando miré el tiempo que había perdido, se me vino el mundo abajo. Más de 25 minutos. Me habían pasado no menos de 60 personas en ese rato. Me entró una desolación tan profunda que se me quitaron las ganas de seguir. Sé que hacer media hora más o menos, tardar 14 ó 15 horas es poca cosa. Que no tiene importancia, frente al logro de conseguir terminar. Pero de nada sirven los razonamientos cuando llevas cinco horas a solas haciendo cálculos y, de repente, ves que te quedan diez más para seguir rumiando tus desgracias. Me hacía ilusión mejorar mi tiempo de Niza y me veía capaz de acercarme a las 14 horas, con fuerzas, me motivaba mucho. Y aunque 14 horas es un tiempo tan sumamente mediocre en un Ironman como 15, para mí sí que significaba mucho. Y veía que se me había escapado la posibilidad. Incluso me veía fuera de carrera sin poder remediarlo.

Debo reconocer que me viene abajo estrepitosamente. Más que físicamente, me hundí mentalmente. No fui capaz de volver a encontrar la concentración para recuperar el ritmo. Alternaba fases de ligero ánimo, de aún estas en carrera, vamos, con otras de no voy a ningún lado, para qué seguir sufriendo si antes o después voy a volver a pinchar y ahí se acaba todo definitivamente. Realmente, estaba convencido de que antes o después volvería pinchar y no podría terminar. Cuando cambias la rueda, le das aire con la bomba manual de la bici, y eso no te permite meterle mucha presión. Me tocó parar otras tres veces para darle aire a la rueda, me daba la impresión de que perdía aire de lo floja que iba. Parada, arrancada. Parada, arrancada. Y mientras, dándole vueltas a mi desgracia.

Lo cierto es que esas 4 horas en bici fueron muy duras. Toda la carrera, hasta los últimos 30 minutos, lo fue. Iba con la neurosis de que volvería a pinchar pronto, y veía que no conseguía mejorar la media de rodaje y que iba a hacer un tiempo desastroso. Y, sobre todo, tenía la sensación de que iba a ser inútil, de que todo iba a ser en vano, que a cinco, diez, quince kilómetros de llegar volvería a pinchar y todo acabaría.

No sé ni cómo aguanté esas cuatro horas. Saber que mi familia me esperaba en la llegaba a la bici, y que esperaban verme entrar en meta, fue mi único horizonte. Si ellos no hubieran estado, creo que habría abandonado. Tal era mi desánimo. Ye eso que no nunca he abandonado una carrera: en diez años corriendo maratones, medias, Ironman y Half, nunca dejé a medio a una carrera. Pero creí que ésta iba a ser la primera. Pero conforme iban pasando kilómetros, empecé a recuperar un poco la esperanza, aunque o hasta que no entré en las calles de Maastricht al final de la segunda vuelta no tuve la certeza de que iba a poder acabar el recorrido en bicicleta.

Al final, 7h59’ en los 180 kilómetros, a menos de 23 km/h, muy lejos de que esperaba. Con el tiempo empleado en la transición, hizo que empezara a correr a los 42 últimos kilómetros con poco menos de 10 horas transcurridas. Las últimas 4 y media, muy duras. Física y, sobre todo, mentalmente.



El maratón

Ya desde el principio me di cuenta de que tampoco iba a ser mi día en la carrera. Salí a correr sin ningunas ganas, al contrario de Niza, donde me bajé de la bici con ganas de comerme la carrera, y al menos los primeros kilómetros los hice muy ilusionado. En Maastricht me di cuenta de que lo que me quedaba por delante era tan duro, o más, como lo que había pasado.

El recorrido de carrera no es muy atractivo. Se recorren unos pocos kilómetros paralelos al río, pero en una zona despoblada de gente. Después se sube una pequeña colina a través de un parque para, después de callejear un poco, volver a afrontar una subida muy exigente, de cerca de 300 metros, aunque parezcan 3000. Se pasa por una zona urbanizada para, al final, hacer poco más de un kilómetro por un camino rural despoblado, hasta llegar a un punto con giro de 180 grados, que marca 7 kilómetros desde la salida. De ahí, vuelta por un recorrido en paralelo hasta casi el final, donde nos desviamos por las calles del centro, de un empedrado insufrible para los pies, pasando junto a la meta. Momento en que se cierra la vuelta de 14 kilómetros. Y quedan otras dos, obviamente.

El recorrido no es el más favorable. Y tampoco el más agradable, sobre todo si eres de los últimos 25 o 30 que quedan en carrera en la última vuelta y te pasas casi la mitad del tiempo corriendo solo en zonas con poca, o incluso con ninguna, iluminación. Lo único favorable era el magnífico público que cubría algunos puntos del recorrido. Lo cierto es que la mayor parte del recorrido se hacía desprovisto de gente. Pero allí donde se agrupaba, lo cierto es que resultaba un apoyo muy de agradecer. Gente que no se limitaba a ver pasar a los corredores, sino que animaban de verdad, gritaban, sentías que te apoyaban. Y que, además, esperaron hasta el final. Me resulta especialmente de agradecer que todavía quedara gente que te llamaba por tu nombre hasta el final, en las zonas más apartadas del circuito. También muy destacable la labor de los voluntarios de los avituallamientos, muy animosa y agradecida. El único punto en contra es que se concentran 6 ó 7 puestos entre el kilómetro 3 y el 9 de cada vuelta, aproximadamente, y luego se pasan muchos kilómetros con único avituallamiento, el cercano a meta.

La primera vuelta fue medio decente. Conseguí correr, aunque muy despacio,  parando sólo en alguno de los avituallamientos a beber y comer algo. Pero cuando pasé el medio maratón, en la mitad de la segunda vuelta, fue como si me hubieran frenado en seco. Me quedaban aún 20 kilómetros y apenas podía hacer poco más que andar. Tenía unos calambres horrorosos en los cuádriceps, no sé si las paradas y arrancadas en la bici me afectaron, pero lo cierto es que me dolían mucho las piernas. Llegué muy retrasado al final de la segunda vuelta y, honestamente, no me vi capaz de dar la tercera entera. 14 kilómetros me parecían mucho más de lo que podía aguantar. Cuando vi a mi familia me derrumbé, no podía seguir. Por suerte, mi mujer no me dejó. Ni se te ocurra, si hace falta vamos al lado de ti, pero no te sales ahora ni de broma.



No les dejé acompañarme, claro, pero aunque lo intentaba, no podía correr más de 200 metros seguidos. Estaba exhausto. No podía más. No creía ni poder acabar antes de las 16 horas –el tiempo máximo para finalizar estaba en 17 horas-. Y así fui hasta que, no sé cómo, en el kilómetro 33, después de parar a orinar, de repente me di cuenta de que podía correr. De que las piernas me respondían. Y empecé a correr de nuevo. Hice casi 9 kilómetros de tirón sin parar, y al mejor ritmo por vuelta desde que empecé. Me salieron kilómetros a menos de 6 minutos, cerca de 5’40’’, cuando al empezar a correr iba a cerca de 7’. Pasé a varios corredores en ese rato, que se arrastraban tan destrozados como lo estaba yo minutos antes. Y creo que incluso disfruté un rato para acabar la carrera, cuando empecé a comprender que, aunque no iba a poder acercarme a esas 14 horas que esperaba, incluso que no podría bajar el tiempo de Niza, sí que iba a poder acabar la carrera y ser finisher de nuevo. Y, además, que iba a hacerlo corriendo y siendo consciente de lo que me pasaba en cada momento. Y de que mis hijos me iban a poder ver entrar en meta por fin, ya que en Niza no estuvieron. Al final, 5h51’ de sufrimiento en el maratón, y un tiempo total de 15h42’, 16’ peor que en Niza.



Además, pude cumplir la promesa de entrar en meta del Ironman con la bandera del Elche. Aunque la foto no se ve muy clara, podéis creerme, fue así. Por lo menos, creo que puedo presumir de ser el único que ha entrado en meta de un Ironman con la bandera del Elche. Y, claro, siempre tengo el orgullo de haber sido el primer ilicitano en haber acabado el Ironman de Maastricht. Aunque sólo sea porque esta fue la primera edición, y yo era el único ilicitano que corría.




En resumen, ésta es la crónica de mi carrera. No puedo negar que he acabado con una sensación agridulce. Ya que aunque conseguí sufrir y terminar, no lo hice de la manera en que esperaba. De momento, no tengo previsto hacer más Ironman. Me dejó muy mal sabor de boca la desolación que sentí con la avería. Más que enfado, fue una sensación de desamparo muy grande. De no depender de mí mismo en exclusiva, de estar siempre a expensas de una avería, de una caída, de cualquier cuestión externa que te deje sin poder pelear por el objetivo por el que estás entrenando un año. Y lo cierto es que no me gustó. Así que abro un periodo de reflexión para ver hacia donde me encamino la temporada que viene. Se admiten sugerencias.

3 comentarios:

  1. Me has emocionado con tu crónica.

    Voy a hacer el año que viene este Ironman, mi primero triatlon en esta distancia y me viene muy bien leer como se puede llegar a sufrir en este tipo de pruebas. Las crónicas que veo por ahí son tipo, natación guay, la bici fácil con alguna subida y maratón a sobrevivir... sé que voy a sufrir, en un Ironman todo el mundo sufre, los malos momentos llegan y todos los pensamientos que describes pasan por la cabeza, en menor grado, hablo de mis medios Ironman, y se que en la larga distancia va a ser mucho más duro, tal y como lo describes. La familia es lo que más te puede ayudar a terminar semejante reto, parte del Ironman es siempre de ellos.

    Muchas gracias por compartirlo! y mucho ánimo para la nueva temporada, seguro que ya tienes claras muchas cosas, probablemente algo igual o más brutal que un Ironman.

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  2. Perdón por el retraso en contestar, hacía mucho tiempo que no entraba por aquí...
    A mí también me pasaba lo mismo, todas las crónicas eran tan estupendas que me parecía que estábamos hablando de algo distinto.
    No sé si lo habrás hecho ya, o si volverás a pasar por aquí. Si no lo has hecho, mucha suerte. Y si ya lo has hecho, seguro que teniendo las cosas tan claras te habrá ido bien.
    En cualquier caso, gracias por comentar.

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  3. Muy buena crónica. Me ha encantado.
    Ironman es muy duro, te quita mucho durante mucho tiempo, pero al final es justo, antes o después.
    Enhorabuena y a seguir intentándolo.

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