lunes, 17 de diciembre de 2007

Maratón de Nueva York 2007

Después de correr en Nueva York mi primer maratón escribí una crónica, más breve, y ahora aprecio que demasiado apresurada. La publiqué en un par de foros y en dos blogs prestados. Ahora, aprovechando que me ha llegado el CD con las fotos de la carrera, y que ya tengo blog propio, vuelvo a contar, en una versión mucho más extendida, lo que significó para mí aquel día.

El día de mi maratón de Nueva York empieza a las 5 y media, cuando quedo con dos compañeros en la estación de metro 57st-7th Av y cogemos la línea Broadway Local hasta Whitehall St-South Ferry. Desde el Midtown, muy cerca de Central Park, hasta el Downtown, la última estación de Manhattan, en el sur de la isla. Recorremos Manhattan a lo largo, hasta llegar al Ferry que nos acercará hasta Staten Island, el quinto barrio, desde donde sale la carrera.

Dudamos cuando bajamos a la estación acerca del sentido de la línea, pero nos cruzamos con otros dos corredores –uno de ellos español- y los cinco nos miramos ante de subir al vagón, confirmándonos tácitamente que es la buena. Durante el trayecto irán subiendo sucesivamente numerosos corredores que, con semblante serio –los comentarios son pocas, las expresiones son adustas-, compartirán con nosotros el viaje por las tripas de Nueva York.

Llegamos al ferry de Staten Island pasadas las 6 de la mañana, y nos sentamos la amplia sala de espera de la estación del transbordador a esperar el siguiente barco, que, según las pantallas luminosas, saldrá a las 6 y media. Subimos finalmente al ferry -es gratuito- y nos sentamos cerca de las ventanas para poder ver la Estatua de la Libertad y Ellis Island cuando pasemos frente a ellas. El trayecto de media hora se hace corto, y enseguida estamos en Staten Island. La cola para coger el autobús que nos llevará a la zona de salida es larga, pero también la fila de autobuses preparados para recogernos lo es, y montamos enseguida. Son aproximadamente las 7 de la mañana y ya luce el sol. El cielo es tan azul que hace daño y parece que el día, como se había pronosticado, va a ser magnífico. Callejeamos por zonas residenciales, de casitas unifamiliares con porche y césped -todas sin vallar-, en las que todavía quedan los restos de la reciente noche de Halloween: muchas calabazas, brujas, calaveras y esqueletos colgados de las ventanas y los árboles de los jardines y en las escaleras de entrada a las casas...

Son aproximadamente las 7 y veinte cuanto llegamos a la zona de Fort Wardworth, donde estamos convocados todos los participantes. Se recomendaba estar tres horas antes de la salida –estimada a las 10 y diez de la mañana-, pero, realmente, salvo que los accesos estuvieran cerrados posteriormente, es una antelación excesiva, y la espera se hace larga. Especialmente si vas a estar solo, como lo iba a estar yo. Esa una zona inmensa, en la que no sólo estamos ubicados los 38.000 corredores que se estima que vamos a tomar la salida, sino también un inmenso montajeen el que colaboran miles -sin duda, eran más de un millar- de voluntarios. A la entrada, en la que en teoría se controlaba lo que se introducía al recinto –aunque sólo podías entrar con la bolsa de plástico transparente que te facilita la organización, en la práctica la vigilancia era muy superficial-, se divide a los participantes en tres grupos, según el color del dorsal: verde, naranja o azul.

Cada color de dorsal tiene asignada la salida por un lugar: azul y naranja por la parte superior del puente de Verrazano-Narrows, verde por el nivel inferior. Y también la estancia previa a la salida es independiente. En ella –hablo de la parte destinada a la zona verde, exclusivamente- se encontraba todo lo siguiente: un escenario grande con una extensión de, aproximadamente, un campo de fútbol enfrente, en el que tocaban diferentes grupos; cuatro puestos de café –del americano, largo, en vaso de papel, y aguado-; dos puestos de bagels –especie de donuts de pan, empalagosos e insípidos-; dos puestos en los que repartían gatorade y agua; al menos un centenar de letrinas móviles; 20 camiones de UPS, en los que dejabas tus pertenencias antes de la salida y las llevaban a la meta; un puesto de la Cruz Roja; una carpa con vaselina para el cuerpo. Realmente, todo lo que pudieras necesitar antes de la carrera –todo era gratis-, y aún más.

Hacia las 9 y cuarto, después de haber deambulado por esta zona una hora y media, y haber usado y abusado de todas y cada una de las cosas que estaban a nuestra disposición, me voy a mi puesto de salida. Realmente, a mi “corral” de salida. Estamos ordenados en función del número de dorsal que tengas, que a su vez está establecido por tiempos: antes de la carrera has de introducir tu estimación de finalización y te sitúan con los de tu tiempo, en esos “corrals”. Mi dorsal era el 17191. Mi “corral” incluía a los dorsales desde el 17.000 al 18.999. Nos precedían los del 15.000 al 16.999, y así hacia delante hasta los primeros. Y, del mismo modo, hacia atrás. Es decir, mi ubicación era intermedia. Había un encargado de cada “corral”, que daría después la salida.

De este modo, después del cañonazo de salida, primero salen los que se estiman más rápidos y, a partir de ahí, progresivamente, en grupos de 2000 corredores –realmente, un tercio de los 2000, ya que hay otro “corral” igual para cada color de dorsal-, van tomando la salida cada minuto. Muy bien organizado y, sobre todo, muy respetado por todos los corredores. Realmente, sería muy sencillo salir de un punto distinto del asignado, ya que, cuando te colocas en tu sitio, sueles llevar el dorsal tapado por la ropa de abrigo que tengas encima. Y, cuando te la quitas, ya estás pegado a los demás corredores y es difícil ver los dorsales.

Justo después de oír que se daba la salida, se pone en ebullición el grupo. Nos desprendemos de la ropa que llevamos encima de más, y la lanzamos a los lados. De allí la recogerían después para repartirla a asociaciones de beneficencia. Aproximadamente, 38.000 pantalones y otras tantas sudaderas, se forman verdaderas montañas en los laterales. Yo dejé allí una vieja sudadera gris y unos pantalones negros de chándal que había adquirido –los más baratos que pude encontrar- para dejar allí. Supongo que alguien se abrigará ahora con ellos en alguna calle de Nueva York.

Oímos el cañonazo de la salida a las 10 y 10 y, a partir de ahí, intuimos la salida progresiva. Pero esta salida se retrasa más de lo previsto debido a las obras en el nivel inferior del puente de Verrazano, que es por donde nosotros iremos. Los dorsales azules y naranja salen por encima del puente, uno por cada sentido de circulación, y los verdes por debajo. Con la mala suerte de que el nivel inferior está en obras y, en vez de salir a todo lo ancho del puente, se sale por las acercas laterales de un sentido de circulación, con lo que la salida es mucho más lenta que para el resto de dorsales. Cuando paso por el arco de salida marca 23 minutosde carrera, cuando la previsión según la organización es que los de mi dorsal pasaran a los 9 minutos de la salida. El arco de llegada marcará, cuando yo llegue, 23 minutos más de los que realmente he hecho. En ese momento, ya estoy seguro de que no tendré la foto con el reloj de la llegada por debajo de las cuatro horas.
Eso supone que los dorsales verdes saldrán más espaciados que los azules o naranja, puesto que mientras ellos sí salen por grupos cada minuto, la menor anchura de nuestro primeros metros impide que se salga al mismo ritmo. En el momento en que yo salgo prácticamente han salido yo, por encima de mí, casi todos los demás corredores. Al ir por debajo ya sé también que no tendré ninguna foto corriendo por encima del puente, que realmente resulta más lucida, y mucho más bonita. Hubiera preferido un dorsal color azul o naranja, sinceramente.


Cuando cruzo debajo del arco ya ha salido más de la mitad de la carrera, pero todavía queda mucha gente por salir. El caso es que, tanto tiempo enjaulado, salgo con muchas ganas. Y me voy a marcar el ritmo que, de antemano, quería, de 5:30 el kilómetro. No puede comprobarlo inmediatamente porque el GPS del Forerunner me pierde la señal por debajo del puente, y de los primeros 3 kilómetros se comió casi 700 metros (al final de la carrera fue recuperando la diferencia y me clavó la distancia). Pero el crono funciona y, como sé que 5:40 el kilómetro son 9:09 la milla, voy tranquilo sabiendo que un paso por debajo de 9 minutos la milla –1.609 metros- es el equivalente al paso de 5:40 el kilómetro. Por lo que me serviría ese ritmo de paso, para haber podido mantenerlo, para bajar de 4 horas, que yo pensaba que era mi principal objetivo, pero que, realmente, me doy cuenta ahora de que era el tercero. El primero era acabar la carrera, y el segundo acabarla sin lesionarme, lo que me hubiera impedido seguir corriendo. Y, si podía lograr esos dos objetivos, el siguiente sería bajar de cuatro horas.

Los primeros 5 kilómetros los paso en 00:27:41, a un ritmo 5:32 el kilómetro. Los segundos 5 kilómetros ya empiezo a perder un poco el ritmo. Lo paso a 00:55:47, 5:38 en ese parcial y, acumulado, una media de 5:35. Suficiente para lo que pretendo, aunque en ligera regresión.

A la derecha está el paso por el kilómetro 10 –es el cartel amarillo, en el que a malas penas se ve lo que es un 10 K-. Cada cierta distancia se ubican alfombrillas en las que el chip que llevamos en la zapatilla –facilitado por la organización con el dorsal- marca nuestro paso por el punto de control, acreditando tanto que hemos pasado como indicando el tiempo que hemos hecho. Las millas se indican todas, pero los kilómetros sólo cada 5, y los puntos de control coinciden con los kilómetros. Los primeros tres kilómetros fueron sin público. Entre la subida al puente y la bajada se fue el principio, y hasta el cuarto kilómetro, aproximadamente, no hay público. En ese momento abandonamos la autopista para entrar a callejear en Brooklyn. Es también zona de casas unifamiliares, las típicas casas americanas de las afueras. Ya hay gente en las calle que nos animan, niños que nos chocan la mano. Sobre todo, mucha animación a los mexicanos que, en mi apreciación personal, eran, junto a los italianos, el país más representado tras, obviamente, los Estados Unidos. Pero ya se comprueba lo que nos habían anunciado: la gente sale de las casas a las calles a ver pasar la carrera, y no lo hacen pasivamente, sino que salen a animarnos de verdad. Si llevas en nombre escrito en la camiseta te animan por tu nombre, si adivinan tu nacionalidad también lo hacen.

En este momento, la gente todavía no es muy abundante, pero cuando cogemos la Cuarta Avenida de Brooklyn, hacia el kilómetro 8, ya abarrota los dos lados de la Avenida. El recorrido por el que voy es propio para el dorsal verde, diferente en trazada al de los dorsales azules y naranjas, hasta que se hace común, en ese kilómetro 8. En ese momento, puesto que había quedado con mi mujer y el grupo de españolas con las que quedó para ver la carrera, me voy a la izquierda de la avenida, que es, realmente, el trazado del dorsal naranja. No parece haber mucha diferencia, los carriles van en paralelo. Pero al final de la Avenida compruebo que el trazado del dorsal naranja no es exactamente igual al verde, y me toca rodear un parque por un lugar diferente al otro sentido de la circulación, haciendo más o menos 200 metros más. Es el kilómetro 13, aproximadamente. En cualquier caso, ahí estaba el grupo, pintadas como hooligans y animando el paso de cualquier corredor español.

Cuando se deja la Cuarta Avenida de Brooklyn se entra en varias calles, tras Prospect Heights, realmente estrechas para el número de corredores. Eso, unido a que esa zona pica un poco hacia arriba, hace un poco más lenta la carrera. En kilómetro 15 lo paso en 1.24:32, he corrido estos 5 kilómetros a 5:45, ya por encima de lo que quería en principio, pero mi media, por los kilómetros anteriores, es de 5:38 el kilómetro, aún suficiente para bajar de cuatro horas. Es la zona de Clinton Hills, y hemos ido pasando, inicialmente, por una zona en la que la mayoría era de origen hispano. Después, tras dejar la cuarta avenida, hemos cruzado zonas de afroamericanos. Ahora se ven pizzerías y tabernas irlandesas. Más delante, cuando lleguemos a Williamsburgh, veremos numerosas familias yidish, judíos ortodoxos, vestidos como sólo lo vemos en la películas: los hombres, con trajes negros con chaleco, camisa blanca sin corbata, trenzas; las mujeres con vestidos negros, cofias, y una especie de delantal blanco; los niños, como sus mayores. Pero, como todos los demás, buscan chocarte la mano cuando pasas delante.

Esto es ya el periodo entre el kilómetro 15 y el 20, donde paso en 1:53:43. Sigo perdiendo tiempo, esta vez han sido 5 kilómetros a 5:51, que deja mi media, hasta el momento, en 5:41, el tiempo límite a marcar por kilómetro para poder bajar de cuatro horas. Aquí había recuperado un poco el ritmo, pues las calles vuelven a ser más anchas y corro un más desahogado. Pero he bebido tanto antes de salir que tengo que salir a orinar, en lo que pierdo casi un minuto. Sin eso, el parcial habría sido similar, en ese momento la verdad es que me sentía muy bien. Tanto que, cuando paso el medio maratón, lo hago en dos horas justas, a una media de 5:41, que estimo que es ritmo que he llevado desde el kilómetro 15. La media maratón está en el puente por el que se cruza de Brooklyn a Queens, una pronunciada subida que nos cambia de barrio. Ya hemos cruzado tres barrios diferentes de Nueva York.

La animación en la calle no disminuye al cambiar de barrio. Sigue habiendo mucha gente que te ofrece comida –plátanos, trozos de fruta pelada, donuts-, bebida, servilletas de papel para secarte el sudor. No tomo nada más que papel en un par de pasos. Realmente, los avituallamientos son muy frecuentes. Tal vez demasiado. Casi uno cada milla, lo que provoca muchas veces atascos de circulación, ya que mucha gente para a beber en los vasos de papel que te ofrecen. Son dos barras largas, con 50 personas a cada lado, que daban agua y gatorade. Yo no paro en ellosy, aunque me parecen demasiados puntos de avituallamiento, al final lo voy a agradecer, ya que, en los últimos diez kilómetros, bebería vasos de agua –no bebí gatorade- a pares en cada puesto. Aunque sin parar, y que, si lo hacía, temía no poder volver a arrancar.

En ese punto, al pasar la media maratón, pensaba en mantener ese ritmo de 5:40 que llevaba los últimos 6 kilómetros, me encontraba realmente bien, no estaba muy cansado y me veía más tranquilo después de haber orinado. Todavía pensaba que podría mantener el tipo hasta el final.

El paso por Queens fue breve, apenas 5 kilómetros, que acaban con el famoso y temido puente de Queensboro, arco de entrada a Manhattan. Son casi dos kilómetros de pendiente muy pronunciada, que empieza a cobrarse los primeros cadáveres. Yo todavía me siento fuerte, y aprieto en la subida, adelantando corredores. Es el kilómetros 26 de carrera, y entramos en Manhattan, donde correremos por la Primera Avenida. Tal y como había oído, es realmente espectacular. Ves, hasta donde se te pierde la vista, las dos aceras abarrotadas de gente, y la avenida llena de corredores hasta el final. De hecho, se calcula que, de los dos millones de personas que ven la carrera en directo, la mitad lo hacen dentro de Manhattan.

Nada más entrar veo por segunda y última vez a mi mujer –posteriormente ella me vio en el kilómetro 38, pero yo ya no veía a nadie a esas alturas-. Aunque, sería más exacto decir que, al igual que la primera vez, yo la veo a ella. Ya que soy yo quien la avisa que llego. La verdad es que, mi indumentaria no era muy llamativa y debía de ser realmente difícil distinguirme entre tantos corredores.

Pero, sí, ahí estoy, de espaldas entre la multitud que se va acercando al famoso muro, peleando todos todavía por bajar de la marca de las cuatro horas. Tal como se ve en la siguiente imagen, todo lo largo de la Primera Avenida, hasta donde se pierde la vista, estaba ocupado de corredores tal y como se aprecia. Realmente impresionante, especialmente después de haber corrido varios kilómetros en soledad por el puente de Queensboro, en el que no hay público.

Ahí la carrera se despeja. Así que, con vía libre, pienso que podré recuperar el tiempo en que me había desviado de mis previsiones. Pero ahí ya empecé a notar flaquearme las fuerzas. La Primera Avenida es una zona de constantes toboganes, y ya empiezo a no notar las bajadas y a clavarme en las subidas. En el kilómetro 28 noto rampas en el cuadriceps derecho y ya no puedo forzar más. El kilómetro 30 lo paso 2:53:40. Estos diez kilómetros, puente de Queensboro incluido, los he hecho ya a 6 minutos el kilómetro, lo que me deja la media ya en 5:47. A partir de ahí, aunque mi única intención era aguantar, todo sería peor.

Hice un último intento de engancharme a un mejor en el puente, tras acabar la Primera avenida, cruza de Manhattan al Bronx, cuando vi que pasaba un grupo siguiendo a lo que llaman un “pace leader”, que también iba, como aquí, con globos que marcaban un tiempo de 4 horas, pero no pude seguir el ritmo más de 200 metros, me volvían las rampas y no me quedaban fuerzas. Fue algo parecido a cuando un ciclista que va escapado ve que lo cogen por detrás e intenta engancharse al ritmo de los que lo han alcanzado para llegar con ellos a meta, pero sólo consigue aguantar unas pocas pedaladas antes de quedarse atrás. Algo muy parecido.


Se pasa brevemente por el Bronx, incluyendo cruzar frente a una pantalla gigante que muestra las imágenes que se emiten en ese momento de la carrera, y tiene un breve momento de gloria cuando te ves en la pantalla. Realmente, no soy capaz de disfrutarlo. Ahí, más o menos, es cuando empiezo a pasarlo realmente mal. Es el kilómetro 33 de carrera y este último tramo voy a sufrir mucho, tanto que juro no volver a correr un maratón nunca más. Sólo me pasa un pensamiento por la cabeza: esto, antes o después, se acabará. Pasará un rato y llegaré, me ducharé, y podré descansar.


Es la zona de Harlem, al norte de Manhattan, pero, realmente, ya no aprecio nada. El kilómetro 35 lo paso en 3:25:18, haciendo el parcial de 5 kilómetros a casi 6 minutos y medio. Llevo una media todavía inferior a los 6 minutos el kilómetro –5:52-, pero, realmente, no sé cuándo voy a conseguir acabar, ni en qué condiciones. De ahí al final, todo va empeorando progresivamente. Cuando dejamos Harlem y enfilamos la Quinta Avenida, por Central Park East, que es la Quinta Avenida cuando bordea el parque, llevamos poco más de 36 kilómetros, pero, a partir de ahí, recorremos más o menos dos kilómetros que no dejan de picar para arriba. Ahí voy ya derrengado, noto la subida como si fuera desmesurada, cuando, realmente, no es tan pronunciada. Pero es que ya no sé realmente por dónde voy. Sólo pensaba una cosa: esto, antes o después, se va a acabar. Ahí me podéis ver. Formalmente, se podría considerar que sigo corriendo. Intento tener los dos pies en el aire de vez en cuando, aunque no siempre lo consigo. Ya veis el panorama a esas alturas –kilómetro 38-: de cinco corredores que se ven en la imagen, dos van andando y, al menos yo, me arrastro penosamente.



Esa foto me la toma Isa, la tercera vez que me ve pasar. Pero yo ya no la veo a ella. No veo mucho más que el asfalto de delante. Hemos entrado en Central Park, antes de pasar por el Metropolitan, y se hacen casi 4 kilómetros por dentro del parque. Con continuos toboganes. Ahí ya iba echando el bofe, mi única obsesión era no pararme, no dejar de mover las piernas. Como he dicho antes, sólo me animaba un pensamiento: antes o después, esto acabará. Sólo tengo que aguantar un rato más y esto terminará, y podré irme al hotel, y ducharme, y descansar. Esto acabará en algún momento.

Esta zona es la más animada de público, incluso me resultó excesivamente ruidosa. Todo eran gritos estridentes, mucha gente gritando. Se supone que te anima, que, cuando no puedes más, ver la animación y oír a la gente te lleva en volandas hasta el final. No a mí. Hubiera preferido correr sólo, sin nadie viéndome, pudiéndome concentrar sólo en lo que hacía. Realmente, iba tan cansado que me molestaba el ruido.

Se sale del parque en la calle 59, por Central Park West, desde la Quinta Avenida hacia la Octava, donde se vuelve a entrar al parque por Columbus Circle. Si dentro del parque los senderos son toboganes, este recorrido a lo largo del extremo inferior de Central Park es en continua subida. Es, aproximadamente, un kilómetro –tal vez algo menos- que haces subiendo y que te remata. Cuando vuelves a entrar ya sigues subiendo y bajando, pero con una tendencia ligeramente descendente.

Los últimos 12 kilómetros los hice en una hora y 26 minutos, a casi 6:30 el kilómetro, y los dos últimos a 7:00. Afortunadamente, no terminé de abrirme de piernas del todo, más o menos mantuve el tipo. Acabé en 4:15:16, marca por encima de mis previsiones iniciales –seguramente, demasiado optimistas-. En su momento me dio mucha rabia no haber bajado de cuatro horas. Pero creo que la cercanía al esfuerzo me distorsionaba un poco la percepción. Con el tiempo voy apreciando más lo que he hecho, y me siento más orgulloso de haber conseguido acabar
razonablemente entero. El tiempo final me va pareciendo más relativo, y valor más el haber sido capaz de entrenarla y acabarla. Cuando lo hice, sin ningunas ganas de repetir. Pero, pasados unos cuantos días, con enormes ganas de volver a correr un maratón. Supongo que esa será la grandeza de la carrera. Te pone al límite de tus fuerzas, te obliga a sacrificarte, a pelear, a mantener la cabeza fría, a realizar esfuerzos que nunca habrías pensador ser capaz de hacer.

Podéis ver que llegué al límite de mis esfuerzos. Lloraba en una mezcla de cansancio, de impotencia, de sensación de desamparo –me sentía muy sólo cuando acabé, no sé por qué-. Ahora pienso que también de orgullo, aunque, realmente, cuando acabé no estaba nada orgulloso de lo que había hecho. Conforme pasa el tiempo lo estoy más, y supongo que el sabor agridulce con el que acabé será sólo dulce según vaya pasando el tiempo, y pueda poner en relación esa carrera con otras que espero hacer después. También es cierto que era mi primer maratón, y no sabía lo que era una carrera así. No podía comprar, y comprobar la grandeza de una carrera como ésta.

Cuando llegas, te cuelgan una medalla al cuello, te dan una botella de agua y te cubren con un plástico térmico. Sigues andando otros 500 metros más, entre todos los que han ido terminando, recoges las cosas que dejaste en un camión de UPS en la salida buscas el punto asignado a tu apellido para ir saliendo paulatinamente.

Dejé Central Park tras cuatro horas y cuarto de carrera, en los que recorrió los 42.195 metros de Nueva York, cruzando sus cinco barrios y con único pensamiento en la mente: ducharte y descansar. Aunque, como he dicho, entonces no tenía en la cabeza repetir, pronto me fijé un nuevo maratón: el Maratón Popular de Madrid, el próximo 27 de abril. Veremos cómo resulta la próxima vez que vuelva a probar a mí mismo en la distancia de Filípides.

4 comentarios:

  1. Como ya te dije una vez, si no hubiera sido tan duro no tendría valor.
    Es curioso como se recuerdan las carreras con todo detalle incluso varios días despues de haberlas terminado. Se repiten en la cabeza como si fueran una pelicula. A mí también me ha pasado con las medias que he corrido.

    Una gran crónica.

    Por cierto muy buen seudónimo, es uno de mis libros preferidos, no sé cuantas veces lo habré leido.

    Gracias por los guantes.
    Pablo

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  2. Me he leído ya la mitad...en cuanto tenga un ratito esta tarde, vuelvo y me leo el resto...
    Vaya tío detallista...no sé si yo me acordaría de tantas cosas!!...

    A ver si tú también vuelves en el 2012 con nosotros y repetimos experiencia.

    Besitos.

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  3. esto es un libro, no?
    una vez más mi enhorabuena. las cosas para valorarlas hay que sufrirlas. desde luego, correr tu primer maratón allí, es poner muy alto el listón, pero claro... ya te darás cuenta que en otros, con menos gente, tal vez no atn emocionantes ni tan simbólicos, llevarás mejor ritmo, te concentrarás más...
    pero eso, nos lo cuentas cuando hagas otro.
    abrazos

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  4. Muchas gracias a todos por los ánimos. Seguro que la próxima será diferente. No sé si mejor o peor, pero diferente.
    ¿Volveis en el 2012? Yo había pensado que, igual que ha sido éste mi primer maratón, también sea el último. Pero, espero, eso será dentro de muuuuchos años. De momento, antes, MAPOMA.

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