miércoles, 16 de julio de 2014

CRONICA DE UN DESVARIO. AVENTURAS Y DESVENTURAS DE UN TRIATLETA GLOBERO.

(IV) EL ENTRENAMIENTO

En buena lógica, esta entrada debería haber ido situada en tercer lugar, antes de la crónica de la carrera. Pero la semana previa se me echó el tiempo encima y no me dio tiempo a escribirla en condiciones. Así que vaya ahora como cierre de estas cuatro entradas dedicadas a la experiencia del Ironman, en lugar de ir como previa a la carrera. Sirva tanto como resumen y recordatorio destinado a mí mismo –para que no se me olvide nunca- como una muestra a la que pueda acceder cualquiera que pueda estar pensando en preparar algo semejante. Espero que le sea de  utilidad aunque, ojo, esto es lo que he necesitado yo, probablemente habrá quien haya entrenado más y, supongo, también habrá quien haya entrenado menos. Pero, con lo que ahora resumo, yo tenido suficiente para acabar la prueba razonablemente entero.

Para preparar la carrera, y desde que el 29 de julio de 2013 –justo 11 meses antes del Ironman-  me lancé por primera vez a la piscina –literal y metafóricamente-, he entrenado más o menos una media de seis días a la semana, con 8-9 sesiones de entrenamiento a la semana. Es decir, doblando siempre algún día de la semana. Ha habido semanas que no he descansado ningún día, y otras que he descansado dos –enfermedades o lesiones aparte, que tampoco he tenido casi-.

Los entrenamientos no han tenido una duración homogénea ya que, desde los 30 minutos de las sesiones de gimnasio hasta las 11 horas de la tirada más larga, ha habido de todo. Pero sí se podría establecer que, más o menos, la duración estándar de cada uno era de una hora.

Los primeros cinco meses seguí un plan más o menos genérico, destinado en la bicicleta a poco más que acostumbrar mi cuerpo a la postura y el nuevo tipo de esfuerzo, así como a ir cogiendo algo de técnica en la natación. A partir de ahí, sí que seguí un plan más específico, que me preparó Quique, y que he cumplido, si no a rajatabla –esto es bastante complicado-, sí en un porcentaje cercano al 90%. Seguro que podría haber entrenado más, o mejor. Pero, echando la vista atrás, compruebo que he entrenado mucho.

En números gruesos, he entrenado 273 días, 321 sesiones, cerca de 425 horas en total. De ellas, 110 han sido nadando, 209 en la bici, y 104 para la carrera. En distancia, han sido 180 km de natación –más o menos, como si nadara desde el cabo de Santa Pola hasta Ibiza-. 4615 km de bici –la distancia por carretera entre Nueva York y Los Angeles, aproximadamente- Y 1052 km de carrera –casi, casi, como si hubiera ido de Elche a Niza corriendo-.

Recuerdo muchos momentos buenos, y también otros tantos malos. Entre los recuerdos más fuertes que tengo, cronológicamente, me aparece el del primer día que cogí la bici, el 14 de agosto del año pasado. Fui por la Vía Parque y conseguí llegar a subida que hay en la rotonda después de IFA a malas penas. La vuelta se me hizo dura. Apenas recorrí 25 kilómetros.


Las primeras salidas al mar son recuerdos muy agradables, he descubierto con el entrenamiento que me gusta nadar en el mar –tanto como me desagrada nadar en la piscina-. Si el agua está limpia, es impresionante la sensación. También recuerdo la primera tirada larga de bici que hice, a Abanilla volviendo por los Hondones, 120 kilómetros en los que acabé con buenas sensaciones.

También una salida a Pinoso, el primer fin de semana de noviembre, que creo que fue el día más frio de toda la temporada. Cuando llegamos allí un termómetro marcaba 3 grados. El bocadillo de magra con tomate y tortilla de patatas todavía lo recuerdo.

Las primeras transiciones que hice me fueron razonablemente bien. Una, aprovechando el 10K del Gran Alacant, donde corrí a gusto. Otra, en la media de Elche, en la que corrí creo que con las mejores sensaciones de todo el año, haciendo 1:45.

En la parte dura he tenido varios momentos en los que he tenido muchas dudas. El peor de todos fue cuando hice el Arenales 113. No me encontré bien en ningún momento de la carrera, y las sensaciones cuando me bajé de la bici fueron horribles. Me llegué a plantear retrasar un año el Ironman, estaba realmente bajo de moral después de aquel día.

Una semana antes también pasé un mal momento el día que hicimos la salida más larga y dura del año en bicicleta, subiendo Tudóns y acumulando 4000 metros de desnivel. Tardé once horas –contando dos paradas a comer algo- y llegué realmente muy cansado.


Después, también fue difícil el día de la primera transición larga sufrí, cuando tuve que hacer la carrera a pie. Me quedé vacío cuando llevaba 16 kilómetros de carrera, tras haber hecho 120 de bici. Llegué tan cansado a casa que estuve un par de horas tumbado, prácticamente sin poder moverme.

Ahora me doy cuenta de que esas malas experiencias, especialmente el Arenales 113, me han ayudado mucho a centrarme en la carrera, a ponerme los pies en el suelo, y me han enseñado a dosificar esfuerzos y a recordar que siempre, siempre, queda lo más duro al final.

Incluso de las averías he aprendido. Ya que he aprendido a cambiar cámaras pinchadas en un momento. Y, sobre todo, la rotura del radio que tuve el día que subíamos el Canalí me ayudó muchísimo a que, cuando en el Ironman me pasó lo mismo, supiera qué tenía que hacer, cómo solucionarlo y poder seguir en carrera. Quién me iba a decir aquel día que romper un radio era lo mejor que me podía pasar.


En resumen, esto ha sido todo. El camino ha sido largo y duro aunque, si os soy sincero, no más de lo que imaginaba. Y, aunque a ratos sí lo he pasado verdaderamente mal, lo cierto es que no me arrepiento lo más mínimo de todo lo que he pasado. La recompensa, sin duda, mereció mucho la  pena. 

2 comentarios:

  1. Cómo mola. Gracias por contarlo, Santi!

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  2. Gracias a ti por leerlo... y por comentar, que siempre se agradece saber que hay alguien al otro lado.

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